El director del Grupo Bapro, Omar Galurralde, que fue ubicado allí por Aníbal Fernández, siguió la misma suerte de éste: el exilio político.
Cuando los operadores de María Eugenia Vidal interrogaron a los legisladores e intendentes provinciales peronistas acerca de la presencia de Galurralde en el Directorio, éstos se apresuraron a soltarle la mano rápidamente, informándoles que no habían sido ellos -a quienes les corresponde designar al ocupante de esa posición por consenso- quienes lo habían designado.
Al trascencer la oscilante posición de Galurralde, el sciolismo arremetió con la propuesta de posicionar al ex senador Alberto de Fazio -sciolista “lomo negro”- en su lugar, pero nuevamente los jefes comunales y los legisladores le cerraron el camino, dejando en claro que aún sigue vigente la vieja máxima de que no existe condescendencia para con los candidatos que conducen a la derrota, como es el caso de Aníbal Fernández y el propio Daniel Scioli.
Adicionalmente, los dirigentes provinciales cumplieron a rajatabla con la vieja tradición del “pase de facturas” que sucede siempre a una derrota peronista, al acusar a Scioli de haber dejado demasiados lugares en las listas para La Cámpora y para otros aliados del kirchnerismo, entre los cuales uno de los que causó mayor escozor fue el propio candidato a vicegobernador de Fernández, Martín Sabbatella. Las derrotas en el peronismo tienen la misma función que los incendios forestales, que permiten la renovación del follaje y permiten la aparición de nuevos retoños.
Éste, que fue intendente de Morón formando parte del Frente Grande, que lideraba a nivel nacional Aníbal Ibarra, enfrentó a algunos intendentes vecinos a Morón, entre los que habría que mencionar a Alberto Descalzo (Ituzaingo) y a Raúl Othacehé (Merlo). Los mecionados fueron sus peores enemigos en las elecciones del 25 de octubre y aprovecharon esta ocasión para volver a tomar revancha.
