La Ley Ómnibus chocó contra el Muro de los Lamentos

La Ley Ómnibus chocó contra el Muro de los Lamentos

El fracaso dejó al gobierno en bancarrota.


Javier Milei recibió la noticia de que su ómnibus se había convertido en chatarra en Jerusalén. Los aledaños del Muro de los Lamentos se convirtieron en el territorio de su fracaso. Su estrategia política para buscar la sanción de su “Ley Ómnibus” fracasó ante una realidad desconcertante para su concepción ideológica.

Milei no lleva en su equipaje político la voluntad de negociar. Es un revolucionario, no un político. Intenta imponer un modelo de Capitalismo que ha desnaturalizado hasta tal punto su organigrama tradicional patrón-obrero-fábrica-producción-salario-bienestar, que ahora la rebeldía es de derecha. Ya no es la izquierda la que busca los cambios. Son tantos los damnificados por estas nuevas doctrinas capitalistas -una de las cuales es la que predica Milei-, que la izquierda ha quedado demasiado al margen, porque la lucha es por minucias. El motor del cambio es la clase media y ya no la clase trabajadora. Los trabajadores no son hoy el centro del sistema, sino el margen, como antes lo eran los desocupados, los linyeras, los “crotos” y los villeros.

El problema de Milei es que no lo acompañan los desgreñados barbudos de la sierra, que en los ’60 llegaban a las ciudades con sus fusiles al hombro pata tomarlas e imponer su ley. Su revolución es intelectual, pero no acumula poder. Para peor, su fuerza política es absolutamente minoritaria, inorgánica y endeble. En u mundo líquido, es un partido líquido. Ni siquiera piensan parecido sus principales referentes. Por ejemplo, Luis Caputo, el inefable Toto -que al igual que Milei, sabe más de matemáticas que de economía-, se encuentra en las antípodas ideológicas de Alberto Tiburcio “Bertie” Benegas Lynch. Y hay otros ejemplos, como el de Carolina Píparo, que dio un portazo y se sumó a las filas rebeldes, por lo que sus ahora excolegas están furiosos.

En este sombrío y confuso panorama, más allá de aciertos y errores, una ley no escrita recomienda que un presidente jamás ponga en juego la totalidad de su proyecto político en la sanción de un proyecto de ley que no depende exclusivamente de su propia voluntad. “La Política es el arte de lo posible”, expresó alguna vez el General Perón, cuya obra maestra fue el diseño de una partitura colectiva, en la que miles de personas que no lo conocían se unieran al coro que exigía su regreso del exilio. Éstos llenaron las calles de la Argentina con sus voces, hasta que lograron el objetivo de que el ausente líder volviera al país.

El arte de lo posible descarta antes que nada el pecado de la displicencia, el defecto de la indolencia y, en especial, el ejercicio de la soberbia. Milei, por el contrario, perpetró todos estos desaconsejables desaciertos, mientras subestimaba a sus aliados, a sus adversarios y hasta a los neutrales.

A causa de todas estas razones, desde la remota Jerusalén (Ciudad de la Paz, en hebreo), el presidente debió escuchar el parte de batalla de la derrota y quedó sumido en el típico ataque de furia que sufren los que viven fuera de la realidad. Había caído en la cuenta de que había ejercido el “Arte de lo Imposible”. La política no se construye a patadas.

Existen otras concepciones erróneas en el seno del Búnker de la Casa Rosada, que ahora es más un refugio que una casa abierta. Expresar que LLA obtuvo el 56% de los votos significa una confusión preocupante. Los libertarios deberían saber que su volumen real de votos es el 30% con que fueron beneficiados en la primera ronda electoral. En el Ballotage se dirimió sólo el Poder Ejecutivo, en tanto que el Poder Legislativo ya se había dirimido en la primera vuelta. En definitiva, el 30%.

De esta manera, con subjetividad voluntarista y con una colosal impericia política, Milei chocó el ómnibus contra el mismo Muro ante el cual se emocionó hasta las lágrimas.

La respuesta de las víctimas del “fuego amigo”

Después del traspié, Milei se enzarzó en una furiosa diatriba contra sus presuntos aliados, a los que trató de “traidores”, “delincuentes” y “extorsionadores”, entre otras invectivas surgidas de su propia cosecha. También tuiteó o retuiteó una serie de posteos extremadamente agresivos que enviaron sus seguidores, en los que proliferaban las acusaciones contra sus “pseudoaliados”, como los llamó uno de los “trolls” libertarios

La respuesta de las víctimas no se hizo esperar. Los radicales contestaron con un duro comunicado, en el que acusaron a los libertarios, porque “hay una incitación generalizada a la violencia contra el que piensa distinto que debe terminar”.

Luego advirtieron que “tener coraje para emprender reformas no implica insultar, gritar y pensar que solo uno tiene razón, tampoco es ensañarse con insultos contra los que expresan opiniones diferentes”.

Finalmente, los de la boina blanca recordaron que “nada de esto es lo que enseñó Raúl Alfonsín cuando refundó la democracia”.

El jefe de los otros presuntos amigos, Miguel Ángel Pichetto, les rogó a sus camaradas de ruta que “tengan alguna cuota de flexibilidad, les encanta seguir perdiendo. Traten de ver cómo receptar algunas propuestas y ganar”.

Inclusive, en una rueda de prensa brindada en la vereda de la cámara baja, la conciencia del fracaso hizo lagrimear al radical cordobés Rodrigo de Loredo (¿es siempre así de llorona la derecha?), que se quejó amargamente de las zancadillas que recibieron los sumisos herederos de Yrigoyen, que mientras votaban todo lo que los libertarios exigían, seguían soportando el lanzamiento de gruesos epítetos y sonoras descalificaciones por parte de los díscolos enviados de Milei y hasta de éste mismo.

Del otro lado de Liberlandia, entretanto…

El peronismo, sigue entrampado en sus contradicciones, tras haber protagonizado tres proyectos políticos -que encabezaron Carlos Saúl Menem, Néstor y Cristina Kirchner y Alberto Fernández- que dejaron algunos traumas aún no resueltos.

Por ahora, sus referentes practican el arte de la indignación, pero no el de la política. En tiempos de dispersión y ausencia de conducción, la inacción es el último recurso posible, aunque esto sólo agrave los problemas de un Pueblo que también navega al pairo, sin velas.

En esta ocasión, los peronistas se limitaron al silencio, dejando que el enemigo se siguiera equivocando solo. Lo único que le faltaría a alguno de ellos para diplomarse en Imbecilidad III sería que le señalaran -como hizo Pichetto- sus errores a Milei.

Un proyecto nonato

Más allá de las peripecias relatadas en esta crónica, la paradoja reside en que el proyecto de la Ley Ómnibus murió nonato a causa de las desavenencias que provocó el propio presidente de la Nación, que cada vez que el ministro del Interior Guillermo Francos lograba un mínimo avance, se encargaba de dinamitarlo concienzudamente. Nada tuvo que ver en este fallido acto la oposición, que se dedicó a observar el desastre sin argumentar demasiado.

Una cadena tan larga de desaciertos no puede ser casual. Quizás el único objetivo del proyecto era el de ir al fracaso y culpar de la impotencia propia a la oposición, recitando luego el popular rosario que reza: “no me dejan gobernar”. Sino, no puede ser que se envíe un proyecto al Parlamento, luego se lo sabotee, después se maltrate a los “amigos” y finalmente se culpabilice a éstos por los fallos en continuación que ellos no cometieron.

Tras los sucesivos fracasos que protagonizó, su proyecto, Milei se aproxima a alta velocidad al abismo de una crisis que ya está transcurriendo, debida en primer término a sus medidas inflacionarias, luego a sus fallidas negociaciones con los organismos de crédito, trascartón con la puesta en vigencia de un absurdo DNU, para culminar, finalmente, con el ómnibus reducido a chatarra.

Entre las probabilidades futuras de este gobierno, asoman las nefastas consecuencias que traerán los problemas que ya no se resolverán. El desenlace, se puede decir, no será apacible.

Los argentinos ya hemos vivido estas circunstancias anteriormente y casi podemos augurar las consecuencias.

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