Carrió, en su salsa

Carrió, en su salsa

Por Romina Sánchez

En un restó de Palermo, 50 señoras comunes, según se autodefinieron, invitaron a Lilita a compartir un encuentro. Quedaron tan encantadas que piensan seguir con estas reuniones. ¿Se viene Lousteau?


Cuenta Claudia Gómez Chia que un día, junto a “un grupo de mamás de la escuela”, después de mucha vuelta para dar el paso del compromiso, pensó en organizar un encuentro con una mujer, que fuera política y carismática. Cuenta, también, que la figura de Elisa Carrió surgió enseguida, como una adivinanza fácil. Acto seguido, sin demasiadas esperanzas de que del otro lado del teléfono no le dieran, precisamente, pocas vueltas, se sorprendió: le dijeron que sí, que Lilita aceptaría gustosa participar de una cena con mujeres con inquietudes. Pusieron fecha. Y la cena, finalmente, se concretó este último martes.

A las 21.30, sobre unos lindos tacos y enfundada en pieles, Carrió llegó a La Tiberina, un distinguido restó palermitano de cucina italiana, que pertenece a una sociedad que integra, entre otros, el dirigente de Pro Roberto Destéfano. Las 50 mujeres, que debieron abonar un bono de 150 pesos cada una y la esperaban casi al borde de las uñas mordidas, la recibieron como se recibe a una estrella de rock. Dijo Lilita, ordenó Lilita: “No se paren, yo las saludo una por una”. Y se ubicó en el centro de la mesa. Detrás de ella quedaron, en la pared, el póster hecho cuadro de Amarcord, de Federico Fellini, y el de Ladri di biciclette, de Vittorio de Sica.

Mientras servían la entrada hecha a base de bruschette (por estos lares ya las adoptamos como brusquetas: tostadas con algún ingrediente arriba, como hongos o algún escabeche), ascolana y melanzane alla parmigiana (un clásico del sur de la península: exquisitas berenjenas), se oyó un “qué linda que está” y también, lejos de la envidia, varios “qué flaca”. Carrió comía y hablaba con naturalidad, acostumbrada a los flashes, como en cualquier casa de familia mediática: gritaba y susurraba, en un subibaja de la oratoria a piacere.

Antes de adentrarse en el súmmum del análisis político, preguntó con mirada cómplice por cómo estaba la comida, habló de sus caminatas por Once y aseguró que a las mujeres siempre las devaluaron. “Pero no van a poder con nosotras”, agregó, con cejas desafiantes. Antes, el gestito característico de llevarse el pelo detrás de la oreja, ese que antepone a la grandilocuencia. Cuando los platos de tortellini de espinaca y spezzatino llegaron a la mesa, la planilla de datos ya había terminado la ronda de manos y lapiceras ávidas de acción. En la columna relativa al futuro, la mayoría completó su casillero con la palabra política.

Previo al helado con salsa de chocolate, de postre Lilita se fumó unos cuantos Marlboro. Luego, arrancó un caleidoscópico discurso, en un tono un tanto más formal. Habló, así, de la impronta democratizadora de internet, de los probables cambios que en consecuencia sufrirá el derecho privado y –claro, la referencia histórica se hacía desear– de, pongamos por caso, Alejandro de Macedonia. “Los argentinos sufrimos por tilingos, por frívolos”, soltó, provocadora. Y expuso que estamos siendo gobernados por “bandas de delincuentes” y que tenemos ante nuestros ojos, una vez más, “la oportunidad de reconstruir el Estado con todos los recursos humanos que están fuera del Estado”.

La idea rectora, el espíritu de la jornada, atendía en rigor a las preguntas que las asistentes quisiesen hacerle a Carrió. Entonces, le preguntaron por el papa Francisco. “Francisco está pudiendo. ¿Por qué no podemos nosotros? Nosotros vamos a poder. La libertad es un trabajo y una alegría”, respondió.

Cuando decidieron inclinarle la cancha hacia el lado de la crítica opositora, se mofó de su condición de peleadora serial, de que es lindo, además, “luchar por la verdad” y andar por la vida sin custodia. Y adelantó, con el tono que suponen las primicias periodísticas, que la orden para ejecutar a Forza, Bina y Ferrón, lo que se conoció como el triple crimen de General Rodríguez, enmarcado en el negocio de la efedrina, salió ni más ni menos que de boca de Aníbal Fernández. Y que ya está radicada la denuncia en la Justicia. Varias mujeres se miraron, algo atónitas, como ante esas escenas inesperadas del cine. “Cuando vos no tenés miedo, lo tiene el poder”, anunció, apocalíptica. Detrás de ella, las escenas clásicas del séptimo arte italiano configuraban, involuntariamente, una escenografía algo redundante.

Tras la cena, Claudia Gómez Chia llegó a dos conclusiones: que con este tipo de reuniones se acortan las distancias con los políticos y que la cincuentena de mujeres quedó tan entusiasmada que quiere profundizar la iniciativa. “Sin punteros ni gente que aplauda”, ya piensan en invitar a Martín Lousteau. Por lo pronto, Lilita ya las citó a desayunar en el instituto Hannah Arendt.

Y esas mujeres que de batón y rulero no tienen nada, le preguntaron por el presente de la cosa pública local. Susana Pérez Gallart, miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, y Ana Luisa Paulesu, presidente de la Asociación Vecinal de Fomento Barrio General Belgrano y candidata a vicejefa de Gobierno porteño, acompañando a Ricardo López Murphy, en 2011, eran las únicas con cierto historial de militancia social.

Las chicas inquirieron también por lo que viene. Rayana con el stand up, Lilita afirmó que el Congreso es un lugar insalubre, y lo es tanto que no se banca muchas horas en la banca. De lo contrario, precisaría una sesión diaria de spa. “Es que tenés a los delincuentes sentados al lado tuyo”, explicó. Dijo, también, que a Cristina la quiere y que la quiere porque la vio ser otra. Contó, además, que para las últimas PASO su espacio no tenía ni para afiches y que aun así, con el desierto encima, hizo una excelente elección. Mientras el líder no muera, hipotetizó, no muere la causa. ¡Pero en tanto hay que bancarse el desierto! Y eso es, justamente, lo que no se bancaron los Pérez y las Ocaña. “Yo a Adrián y a Graciela los voy a esperar toda la vida”, expresó, conmovida. “Pero se van a tener que arrepentir”, sollozó al tiempo que Laura Pausini cantaba algo lacrimógena también eso de que “me juras que es la última, es mejor si no me fío”.

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