No tan distintos

No tan distintos

Por Laura Di Marco

El nombramiento de Bergoglio como sumo pontífice motivó el acercamiento de la primera mandataria argentina. Pero más allá de las señales de ocasión, hay ideas, cuestiones y objetivos más profundos.


La vuelta carnero que Cristina Kirchner dio respecto del exarzobispo de Buenos Aires, considerado lisa y llanamente un opositor y sometido a destrato desde mediados de la década hasta tres días después de ascender a papa, probablemente haya sido una de las más espectaculares de toda su carrera política.

Sin embargo, a un año de la asunción de Francisco como sumo pontífice, ambos distan años luz de aquella relación difícil y tirante, que duró casi una década y que llevó a la Presidenta a esquivarle todos los tedeums a Bergoglio.

Días atrás, Cristina Fernández encabezó el acto inaugural del Encuentro Federal de la Palabra en el predio de Tecnópolis, en Villa Martelli. En su discurso, emitido por cadena nacional, volvió a aludir a las golpizas a delincuentes (y presuntos delincuentes) que se registraron en los últimos días y reclamó: “No perdamos esos rasgos tan distintivos de la humanidad, aun cuando tengamos rabia e indignación”.

El último miércoles se hizo pública una carta del Papa expresando su angustia por el linchamiento de David Moreira, el muchacho que un grupo de vecinos asesinó a patadas en un barrio de Rosario cuando, aparentemente, intentaba robarle la cartera a una mujer. El Papa incluso llamó a la madre del chico asesinado para darle consuelo.

El Papa y Cristina se vieron tres veces en un año, y en dos oportunidades almorzaron a solas. Las dos veces que se encontraron a compartir una comida conversaron dos horas. Incluso, la Presidenta parece haber tomado marcas del estilo de Bergoglio, famoso por llamar a gente “común”, si cabe el término, y por rechazar lujos para hacer efectiva la opción por los pobres.

Luego de la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso, Cristina abandonó el edificio en el asiento del acompañante de una combi blanca, opción mundana opuesta al vehículo presidencial blindado y glamoroso. Aclamada por cientos de fans, avanzó a marcha lenta hasta que, en forma repentina, ordenó detenerse. Se bajó, caminó hasta donde había un hombre en silla de ruedas que también la vivaba y lo abrazó con el rostro acongojado. Tampoco se privó de llamar a “gente común”, de sopetón –y además difundirlo– a propósito del programa Precios Cuidados. La Presidenta llamó a una consumidora que denunciaba a un súper por no respetar el acuerdo de precios y felicitó a comerciantes que mostraron su moderación ante la disparada inflacionaria.

En el año transcurrido, Bergoglio tomó dos iniciativas contundentes. A través del rector de la UCA, Víctor Fernández, bloqueó la reforma del Código Civil, que contrariaba la bioética católica. Y, por medio de la Conferencia Episcopal, abrió el debate sobre el narcotráfico. Cristina puso al frente de la Sedronar a uno de sus sacerdotes santacruceños predilectos, Juan Carlos Molina.

En paralelo, militantes de La Cámpora y jóvenes de la UCR y de Pro formaron un espacio de trabajo común, una mesa de juventudes políticas, que ya se fijó su primer objetivo: dar la batalla contra las drogas.

Después de varias charlas privadas para limar asperezas, dirigentes de esas tres fuerzas políticas se vienen reuniendo para avanzar en el lanzamiento de una campaña nacional de prevención de adicciones. De la iniciativa participará el Gobierno nacional, por intermedio de la Sedronar, y organizaciones no gubernamentales, como la Red Solidaria.

Bergoglio recomienda a los argentinos que lo visitan “ayudar a la Presidenta”. Tal vez por eso, y en parte, aún no recibió a Hugo Moyano ni a Sergio Massa. El tigrense, archirrival de la Presidenta, es el único presidenciable que no tiene su foto con el Papa, a pesar de que estuvo horas en Barcelona esperando una luz verde de Bergoglio, que nunca se produjo.

Pero, ¿cómo, cuándo y dónde se produjo este cambio?

La primera en cambiar fue Cristina, quien en tiempos de Néstor Kirchner compraba la teoría de Horacio Verbistky sobre Bergoglio: que había sido cómplice de la dictadura. Cuando fue elegido papa fueron varios los actores del peronismo –y de afuera de él– que influyeron hasta convencerla del giro estratégico: un papa “argentino y peronista” implicaba “ecumenizar” la Argentina. Cuando almorzaron dos horas a solas, por primera vez en Santa Marta, Cristina captó, tal vez, que la distancia ideológica entre ambos no era la que ella suponía. Bergoglio no era tan opositor ni tan golpista.

Hoy el embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, hace esfuerzos inhumanos para reescribir la historia: en el Vaticano acuñó la versión de que los Kirchner dejaron de pisar la Catedral metropolitana para “federalizar el tedeum”.

El Papa, en línea con la doctrina social de la Iglesia, es contrario al neoliberalismo. Cristina, en línea con el populismo de Laclau, también. En el Evangelii Gaudium hay condenas explícitas al capitalismo salvaje, similares a las que aparecen en el discurso de la Presidenta.

Basil Liddell Hart, inspirador del pensamiento militar británico, cuyos libros circulaban entre los peronistas de Guardia de Hierro en los años 70, es uno de los autores de cabecera de Francisco. La estrategia de la aproximación indirecta es su libro preferido. Algunos párrafos sorprenden por la afinidad con la conducta de Bergoglio. “Para que la verdad sea aceptada hay que evitar el ataque frontal y buscar el flanco del otro que es más vulnerable a esa verdad.”

Cuando Bergoglio era arzobispo, alguien le preguntó cómo había hecho para llegar tan alto en la Iglesia. Él respondió: “Pensando claro y hablando oscuro”. En una de las entrevistas a solas, Bergoglio le dijo a Cristina que hoy podía pensar claro y hablar claro también.

La carta de Francisco sobre el linchamiento al chico rosarino expresa lo que sintió y pensó cuando vio el video con la brutal golpiza: “Pensé que a ese chico lo hicimos nosotros, creció entre nosotros, se educó entre nosotros. ¿Qué cosa falló? Lo peor que nos puede pasar es olvidarnos de la escena. Que el Señor nos dé la gracia de poder llorar… Llorar por el muchacho delincuente, llorar también por nosotros”.

Claramente, se posiciona lejos de la oposición –que vincula a las golpizas con un vacío de poder– y cerca de la presidenta argentina. ¿Su objetivo? Ser garante de una transición pacífica hacia 2015. No tan lejos de lo que quiere Cristina.

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