Lilita, la que volvió para comerse a todos

Lilita, la que volvió para comerse a todos

Carrió es nuevamente una de las figuras más poderosas de la política argentina, le marca la cancha al Presidente, se torea con el titular de la Corte Suprema de Justicia y encabeza la boleta del oficialismo en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito donde nació y es más fuerte el Pro. ¿Qué pasó en el medio?

Lilita Carrió.

En octubre de 2011, la carrera política de Elisa Carrió parecía tener fecha de vencimiento. Cuatro años después de haber obtenido el segundo puesto en una elección presidencial, la diputada de la Coalición Cívica terminaba en el último lugar de la contienda electoral con menos de dos puntos porcentuales, huía de las cámaras mientras dejaba a su padawan Adrián Pérez con la responsabilidad de dar la cara y diluía su alguna vez poderoso bloque legislativo perdiendo más de cuatro millones de votos y diez bancas en la Cámara baja.

Seis años más tarde, Carrió es nuevamente una de las figuras más poderosas de la política argentina, le marca la cancha al Presidente, se torea con el titular de la Corte Suprema de Justicia y encabeza la boleta del oficialismo en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito donde nació y es más fuerte el Pro. ¿Qué pasó en el medio? Veamos.

A la diputada Carrió un compañero de bancada la describe como “el elefante en el bazar de la política argentina”, porque está ahí y todos la ven pero nadie se anima a hablar muy fuerte de ella, quizás por temor a quedar en la mira de esta legisladora que, como los elefantes proverbiales, ha demostrado tener larguísima memoria, particularmente para las afrentas.

Abogada, de familia radical y con una carrera trepidante en el Poder Judicial chaqueño, en 1994, con el padrinazgo del expresidente Raúl Alfonsín, la joven Lilita es electa convencional constituyente. Durante la convención de Paraná, forma parte de la comisión redactora del texto que finalmente se convertiría en la nueva Carta Magna. Un año más tarde, es elegida por primera vez diputada nacional. Desde entonces, no salió de la Cámara baja, con excepción del bienio 2003-2005.

Fue candidata a presidenta en 2003, 2007 y 2011. En el primer turno, consiguió el 14 por ciento de los votos, quedando en quinto lugar, bastante lejos de Néstor Kirchner y de Carlos Menem, quienes accedieron al balotaje, pero muy pegada a Ricardo López Murphy y a Adolfo Rodríguez Saá, los respectivos tercero y cuarto de esa elección. Fue suficiente para que se erigiera en una figura central de la política argentina. En 2007 quedó en segundo puesto, con el 23 por ciento. Más de veinte puntos la separaron de Cristina Fernández de Kirchner. En 2011, el tercer intento terminó en el desastre, pero desde ese día “la doctora” inició el lento camino de reconstrucción de su autoridad.

Para ella, la estrategia no fue fácil ni carente de riesgos. Debió enmendar su relación con Mauricio Macri, con quien había tenido cruces a veces más fuertes que los que mantenía con el kirchnerismo. También tuvo que dejar de lado sus reparos con sus antiguos compañeros de la UCR, con quienes ya había compartido una alianza, de tono más progresista, en 2009. Así, se convirtió en la hacedora de Cambiemos: si Macri es la cabeza y la UCR puso el lomo, la diputada es la Dra. Frankenstein que hace viable esa alquimia y mantiene los elementos unidos.

Para conseguirlo, se erigió en virtual fiscal de la República. Su palabra es el sello ISO-9001 que mantiene al Presidente a salvo de los escándalos de corrupción por los que fue denunciado desde que llegó a la Casa Rosada. Eso la pone a ella en una situación de muchísimo poder: el día que le saque el respaldo a la coalición oficialista, será un problema grave para Cambiemos, si es que tal cosa sigue existiendo sin ella. Además, se cuidó mucho de poner figuras cercanas a ella en el Poder Ejecutivo (Fernando Sánchez será el primero, desde diciembre), para evitar que una denuncia de corrupción salpique su capa de infalibilidad.

Desde ese lugar de garantía moral, Carrió se hizo imprescindible para el éxito o la mera supervivencia de Cambiemos, y eso le da aún más poder. Como una flautista de Hamelin, fue llevando al oficialismo hacia donde a ella más le convenía. Les marca la agenda oficial, carga de gente propia las listas legislativas para las elecciones de este año, extrema la tensión entre la Casa Rosada y la Corte Suprema y luego explota esa tensión para su provecho. En la Ciudad, los llevó a romper con Lousteau, lo que la tornó aún más imprescindible como candidata, porque es la única que les garantiza un triunfo.

En el Pro se dan cuenta de esta situación y le temen: el historial de la diputada demuestra que no ha tenido problemas de sacar los pies del plato cuando el plato dejaba de resultar conveniente a sus propósitos: lo hizo con la UCR, con la Alianza, con el ARI, con el Acuerdo Cívico y Social (que fundó en 2009 con radicales y socialistas) y, por último, con Unen, el pacto de centroizquierda que la diputada compartió con Fernando “Pino” Solanas antes de dejarlo para constituir su alianza con el Pro y los radicales.

Hay otro tema: ser oficialismo deja manchas en las capas de autoridad moral, y Cambiemos, en estos primeros 18 meses, ha demostrado ser un imán para situaciones de “conflictos de intereses”, en el mejor de los casos. Para peor, otra legisladora con una recorrida y un perfil muy similares al suyo, Margarita Stolbizer, permanece en la oposición, disparando dardos. La relación entre Carrió y Stolbizer es mala desde hace muchos años. Si una denuncia impactara bajo la línea de flotación del actual gobierno, Lilita debería elegir entre inmolarse por sus aliados o abrirse a tiempo para no perder su cetro de fiscal simbólico en manos de su adversaria.

La pregunta del millón ahora gira en torno de cuáles son los propósitos de Carrió a esta altura de su carrera. Cerca de Mauricio Macri tienen una hipótesis para nada tranquilizadora: “Si te fijás en su historia, ella siempre quiso lo mismo: ser presidenta. Ahora parece que no, pero sigue trabajando en ese sentido”, analiza, con ceño preocupado, un funcionario con oficina en la Casa Rosada.

El temor de algunos armadores macristas es que un escándalo de corrupción en los próximos dos años esmerile la imagen del Pro y le abra camino a la diputada a desafiar al Presidente en las PASO o, directamente, la decida a ir por fuera, socavando las chances de un segundo período. Esta misma fuente perjura que la reforma política que planea el Gobierno para después de octubre, que incluiría la eliminación de las primarias, no tiene absolutamente nada que ver con ella.

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