Y Cafiero resucitó

Y Cafiero resucitó


De repente, los peronistas resucitaron al inolvidable Antonio Cafiero y aquella idea de la Renovación Peronista que pudo haber resguardado la esencia del Justicialismo, tal como lo había propuesto Juan Perón. Más de un dirigente reconoce, después de casi treinta años, que aquel intento pudo ser un punto de partida invalorable.

Insólitamente, en las últimas semanas se replicaron reuniones en distintos lugares del país donde se escucharon fragmentos que rescataban la voz aflautada del hombre que marcó un camino, pero al que muchos no siguieron pues prefirieron cobijarse bajo el cálido paraguas de un ganador que, en 1989, les garantizó un lugar en el poder.

Ahora, varios de esos dirigentes que lo abandonaron –y tal vez traicionaron- toman las banderas de Cafiero. Otros, que creyeron en la continuidad eterna del “modelo” kirchnerista, también las hacen flamear sin ruborizarse. Eligen, como nunca lo hicieron en 30 años, celebrar el triunfo electoral del 6 de setiembre de 1987, que encumbró a Cafiero como gobernador bonaerense.

¿Saben acaso lo que es la Renovación Peronista? Algunos párrafos escritos por Cafiero hace mucho tiempo pueden iluminar el amontonamiento especulativo de un colectivo de dirigentes desorientados, sumidos en la anarquía y el caos, tratando de encontrar la manija de la puerta que les abra una posibilidad de existencia política hacia el futuro. “Nadie es más ni menos peronista que otro. Pero es posible que en esta pérdida de rumbo muchos de los compañeros con quienes hemos compartido tantas horas de lucha hayan comenzado a expresar una imagen, un estilo de peronismo que amenaza con diferenciarnos definitivamente. Porque es imposible ser “liberador” para afuera siendo autoritario para adentro; habitar el escenario de la democracia -que supone pluralismo político- y negar a los propios compañeros; refugiarse en la gesticulación opositora y ocultar el vacío de ideas”. Esto decía Cafiero sobre la derrota electoral del peronismo en 1983 pero vale para el presente.

Por si se olvidaron, Cafiero decía que “en esta etapa inédita del Movimiento, el proyecto que se enarbole, la conducta de los hombres y la transparencia de sus actos son más importantes que el dominio formal de los aparatos. Porque, de no ser así, se subvertirían los valores y acabaríamos -acaso estamos empezando a hacerlo- por subordinar la institucionalización de la “lucha por la idea” a la riña menor por los espacios”. Antes de que aquel punto de partida fuera desperdiciado a causa de un proyecto neoliberal, Cafiero contaba: “Comenzó así a gestarse en el peronismo la conciencia de la Renovación como capacidad para entender las nuevas demandas del país. La ausencia de liderazgo ponía en marcha una etapa distinta en su historia: la transición hacia formas organizativas e instituciones nuevas…Por un lado, evitar la disgregación del que fuera el más grande movimiento de masas de América Latina; por el otro, neutralizar visiones deformadoras que traicionaban la naturaleza revolucionaria del peronismo”.

Hacía hincapié en que “como renovadores no convocamos solamente a participar de la “revolución de las formas”. No es sólo un estilo democrático el que nos reconciliará con la mayoría perdida. La transparencia en las decisiones y el protagonismo de los peronistas constituyen mecanismos que deben sustentar y complementar nuestra vocación de cambio para así convertirnos en alternativa de poder creíble”.

Cafiero siempre fue hombre inclinado a dar cuenta crítica de la propia historia política. “Omitir nuestro pasado sería admitir la derrota del porvenir, consagrar la fatalidad de un futuro vacío. Tan hipócrita es pretender jugar con la amnesia colectiva como que los peronistas eludamos nuestros errores pasados. La autocrítica es patrimonio de los movimientos transformadores, pero debe incluir el saldo positivo de la propia experiencia, sin ceder a las presiones de quienes no fueron precisamente los ángeles custodios de la voluntad popular”.

Tal como él la concibió, la Renovación peronista “debe ser transparencia en los procedimientos, propuesta explícita y consensual, terminando con la política de las trastiendas y demostrando la capacidad para instalar la política allí donde el pueblo pueda enriquecerla con su participación y creatividad”.

Sobre el poder político que tanto obsesiona a los dirigentes en el llano, Cafiero aconsejaba: “Volver al poder requiere volver al pueblo, un Partido que sea fiel intérprete de sus aspiraciones y necesidades, y una nueva práctica de la humildad que sea la antesala de un nuevo humanismo, sustento de una sociedad que contenga nuestros anhelos de vida”.

En un esfuerzo de imaginación podría aceptarse que Antonio Cafiero habla sobre lo que hoy sucede, y dice: “Estamos atravesando un estado de profunda desmoralización, que consiste, esencialmente, en la pérdida de confianza en la empresa del quehacer colectivo que trasciende el personal de cada uno de nosotros. Se trata de, y refleja al mismo tiempo, una crisis de valores. Aún más: esta falta de confianza en un proyecto vital colectivo es una crisis de la esperanza. No hemos sido capaces de formular un proyecto nacional que potencie la democracia que hemos reconquistado. Y esto es tanto consecuencia como causa de que no hayamos reinstalado la esperanza del hacer común”.

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