María Luján Rey: “Queremos que todos los responsables paguen”

María Luján Rey: “Queremos que todos los responsables paguen”

A un año y medio del choque que causó la muerte de 52 personas y dejó casi 800 heridos, la mamá de Lucas Menghini Rey charló a fondo con NU. Espera terminar 2013 sabiendo la fecha del juicio oral.


Hay algo más desgraciado que subirse al tren para tener que retorcerse como si el cuerpo fuera de plastilina y verse obligado a pelear con este y con aquel por centímetros de comodidad entre la incomodidad –disputar incluso el aire–, todo en camino al yugo o a esa facultad cuyas credenciales podrán, quizá, procurar otro futuro? Morir en el tren, ese que teóricamente debería recorrer en 52 minutos los 36 kilómetros que separan Moreno, al oeste del conurbano, de Once. Morir en el Sarmiento, de eso se trata esta desdicha, que siempre puede profundizarse, como una espiral inverosímil, mediante declaraciones desafortunadas o desidia arropada de corrupción.

María Luján Rey nunca pensó –¿cómo lo iba a imaginar?– que a partir del 22 de febrero de 2012 iba a tener que elegir entre encerrarse en su casa de San Antonio de Padua a llorar ad infinitum a ese hijo desaparecido casi tres días, luego de que el Chapa 16 colisionara contra el parachoques en desuso del andén 2 de la estación cabecera, o ser artífice de la lucha colectiva que busca, lejos de la utopía, una sociedad más justa. Es que para los familiares de la tragedia no hay lugar para lo inalcanzable. Ella, que nació y vivió toda su vida en esa localidad de Merlo, que ya había elegido ser mamá y profesora de Geografía, tuvo que volver a elegir cuando perdió a Lucas Menghini Rey, de 20 años. Desde ese momento, dice, no da clases ningún 22. Y chequea si alguno de los más de 5.600 seguidores suyos en Twitter comenta algo sobre el juicio a Ricardo Jaime.

Lo último que se sabe de la causa es que el Estado no podrá ser querellante en el juicio que tiene como acusados, precisamente, a los exsecretarios de Transporte Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi; al motorman Marcos Antonio Córdoba, y a los empresarios Claudio Sergio y Mario Cirigliano, de la concesionaria Trenes de Buenos Aires (TBA). La pretensión del Gobierno nacional era llegar a la Corte Suprema de Justicia, pero para los jueces la posibilidad de habilitar el rol de querellante al Estado, lo que le permitiría impulsar la causa y ofrecer medidas de prueba, sería contradictorio, ya que en el proceso con 29 imputados hay exfuncionarios acusados por la tragedia, además de la irregularidad en los subsidios que recibía la empresa.

Así las cosas, la causa está en etapa de juicio a cargo del Tribunal Oral Federal 2, que tiene previsto realizar el debate cuanto antes y, aunque aún no haya una fecha oficial, se prevé que esta instancia se lleve a cabo hacia fin de este año o bien a principios de 2014. El trasfondo del tiempo jurídico son las 52 personas fallecidas y los casi 800 heridos, sin considerar el devastador efecto multiplicador que este desastre supone: familias destruidas, en el corazón y en la olla.

–¿Qué lectura hacés de la causa hasta acá?
–Desde el primer momento en que los familiares de las víctimas nos presentamos como querellantes en la causa penal no tuvimos ninguna duda de que esta llevará a la condena de los responsables, más allá del poderío económico que puedan tener o el cargo que hayan ocupado. Creo que la nuestra es la única megacausa con tantos funcionarios nacionales involucrados, si la comparamos con otras tragedias, como Cromañón, por ejemplo.

Y al mismo tiempo tenemos una actitud activa, hemos acompañado cada paso de la instrucción de la causa. Estamos esperando la fecha nomás, mientras expresamos la conformidad con algunas decisiones y el desacuerdo respecto a otras, públicamente y en la Justicia, apelando. Queremos que todos los responsables, vengan de donde vengan, paguen. No como el planteo del Gobierno nacional, de solo cortar el hilo por lo más delgado, que es Marcos Córdoba, el maquinista. Jamás una falla humana o técnica podría llegar a tanto.

No hay mucha vuelta que darle: María Luján es una mujer fuerte. Se le nota, se le trasluce en la piel. Es, salvando las circunstancias, de la escuela de las Carlotto, las Perrone, las Márquez. En sus palabras resuena, como el tañer de las campanas, eso de no llorar si nadie la acompaña. Está convencida de que el Estado, sus tres poderes, ha estado ausente antes, durante y después de la tragedia. Que no hubo política ferroviaria que evitara este drama, ni el de Flores, ni el más reciente, el de Castelar, que dejó un saldo de tres muertos y más de 300 heridos. Que con un año y medio de dolor en la espalda ya no sirven las promesas ni los anuncios. Mucho menos el maquillaje.

“Somos un colectivo con un objetivo en común, con toda la heterogeneidad que pueda tener. La realidad es que los familiares nunca imaginamos compartir algo, menos una lucha. Entendimos que podemos pensar diferente pero el fin que perseguimos es más relevante. Se vota cada decisión, y la minoría igual apoya. Hay mucho interés (de parte del poder) en que el grupo de familiares se desintegre. Pero, al contrario, eso nos fortalece. Y lo que queremos transmitir nos trasciende. Todo lo que buscamos es justicia, que incluye el servicio digno a los pasajeros. Yo quiero poder quedarme tranquila de que mi hija Lara viaja segura. La inundación en La Plata, el derrumbe en Rosario: buscamos que los corruptos estén en la cárcel.”

–¿Creés que el argentino es solidario?
–Desde el día en que buscaba a Lucas, me di cuenta de que esto va más allá de quienes toman el Sarmiento. Recibo mensajes de Salta, de Neuquén, de gente de un pueblito de Mendoza que jamás viajó en ese medio. Y que me dicen que están conmigo, con mi lucha. Esto tiene que ver con una necesidad que tenemos todos los argentinos: justicia igual para todos. Merecemos que el Estado nos cuide y vele por nuestros bienes. Y la corrupción, insisto, te puede matar en un hospital, en un boliche o en el tren. Eso es lo que trajo la tragedia: un tren que llega a las 8.32 a Once, abarrotado de estudiantes y laburantes. Siempre tratamos de ver qué nos puede despegar de la tragedia, como un mecanismo de defensa. Pero Once nos hizo dar cuenta de algo terrible: cualquiera labura, cualquiera toma un transporte público, y si no, lo hace tu hijo, tu marido, tu amigo. A cualquiera le puede tocar.

–Entonces, ¿se involucra o no el argentino?
–Lo nuestro es una lucha desde el compromiso, de invitar a que se sumen, no por mí sino por cada uno. Por eso, yo lo distingo de la solidaridad. Buscamos la toma de conciencia en términos ciudadanos, que nos permita construir entre todos el país que queremos tener. Es más difícil lo que proponemos, lo sabemos. Hoy es por la tragedia de Once, mañana por otra cosa. Trasciende la coyuntura. Sé de toda la gente que buscó incansablemente a mi hijo. Pero sé también de esos que se bajaron del tren con cinco mochilas y de cómo en la morgue limpiaban los cadáveres de pertenencias.

Ella, que en la juventud militó en la JP y terminó desencantada con sus líderes que un día estaban aquí y otro día allá, recibió llamados tentadores en tiempos de las últimas PASO. No desconoce las connotaciones políticas que su militancia conlleva. Se la oyó infinidad de veces reprocharle a Cristina que “la vida no es morirse arriba de un tren” o afirmar que Florencio Randazzo, quien vive llamándola para contarle “todo lo que se está haciendo”, como un proyecto de plazoleta en la estación de Padua, debe hacerse a un costado. No le interesa la política partidaria. Fue nada más que un amor de juventud.

Pero no solo la han llamado para contarle las buenas nuevas. También la han despertado de madrugada para preguntarle si estaba sola. No tiene miedo. La única vez que se sintió intimidada fue cuando un morocho trajeado le llevó a su casa un sobre de papel madera con la respuesta de la entonces ministra de Seguridad, Nilda Garré, explicándole en cinco hojas, en respuesta a una carta abierta que María Luján publicó a un año de la tragedia, todo lo que había hecho como funcionaria desde el día en que Lucas desapareció. Antes le aclaró, por las dudas, que su hijo había viajado en un lugar indebido.

Lo peor ya pasó, piensa y siente María Luján. ¿Qué más le puede pasar? Tiene amigos en todos los partidos, suelta, ante el posible prejuicio. Porque lo que importan son los principios. Y los nombres, a ambos lados de aquel 22 de febrero, cuando a las 8.40 ella había terminado de tomar examen y prendió el celular: 16 llamadas perdidas de Paolo Menghini, el papá de Lucas. Importan los Cirigliano y los Jaime, y los Lucas, las Tatiana. Sostiene, mientras toma un café, que valen los derechos humanos de los 70 pero también los de los qom.

–¿Qué cosas te preocupan, te quitan el sueño?
–La apatía, la resignación. Que se naturalice el viajar como se viaja, que los políticos se curren todo, que en este país nunca nada cambie para bien. Eso es de terror. Y que nos digan “Sigan luchando”. ¿Dónde quedó el nosotros inclusivo? Eso también duele. Hay que sacudir la modorra de espectador.

María Luján Rey fue artesana, intentó ser maestra hasta que se dio cuenta de que lo suyo no eran los más chicos, y terminó decidiéndose por el profesorado. Y fue abanderada. Estudió de grande, con hijos, casa, la vida adulta en tránsito. Se engancha con series como Criminal Minds, y el Candy Crush ya la atrapó. Toma mucho mate y es una mujer de paciencia: con ella no pueden los rompecabezas de mil y una piezas. Tiene cinco tatuajes y un brazo para Lucas: allí se alojan para siempre, coloridos, una chimenea –el pibe fumaba mucho, como su mamá, por eso lo llamaban Chimu– y una bicicleta parecida a la de Sarah Kay, porque, claro, también pedaleaba de lo lindo. Y en su espalda se destaca un pedacito de una letra de Lucas, en la letra de Lucas: “Madera noble, roble es mi corazón”, reza “Moscas en rosas”. También la llevan, como un pin carnal, Lara, la mamá de Guadalupe Paz, la hijita de Lucas, de 5 años, su tía y su prima. No parece a simple vista, Luján, una persona triste. “A ver si consigo novio”, bromea en la sesión de fotos en el Parque Cultural de Padua, plena Rivadavia, frente a la estación. Pero el 22, lo sabe, el llanto romperá el dique de sus ojos como todos los días, aunque con más fuerza. En ese momento todo será una película vívida.

En el andén nos detenemos a contemplar un mural dedicado a Chimu. María Luján tararea la canción en la pared, Philip Morris en mano. Cuando escucha música, primero los temas de Chimeneas o Sistemática: el Chimu presente. Si no, Las Pastillas del Abuelo o La Vela Puerca, influencias de Lucas, quien al momento de morir estaba haciendo un curso intensivo de realidad, camino al call center donde se ganaba el mango. Se desvivía por su nena. El resto, su vida, era la música. Luján intercala pitadas y sentencias: le resulta una falta de respeto la estatización del Tren de la Costa, “que es como estatizar el Tren de la Alegría”. Y se escandaliza con cada formación que arriba a la estación. Es que, doble piso o chatarra, da igual, la mayoría son Frankensteins de las vías. Y se vuelve a escandalizar. Ella también transita su curso intensivo de realidad.

Para contactarse con familiares de las víctimas: @TragediaOnce_ / www.tragediaonce.com.ar / @MariaLujan_Rey

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