En Santa Cruz, los 12 ahora son multitud

En Santa Cruz, los 12 ahora son multitud

Entre el ocho y el diez de diciembre de 1977, oficiales de la Armada secuestraron a doce familiares de desaparecidos.


En un acto pleno de emoción y pasión por la Justicia, fueron homenajeados los doce militantes políticos y familiares de desaparecidos que fueron secuestrados el ocho de diciembre de 1977 en la Iglesia Santa Cruz, por la mano asesina de la dictadura, representada cabalmente por el sanguinario represor Alfredo Astiz, que sabía mucho más de cobardes infiltraciones que de valientes combates. Sino, nada hubiera sido tan fácil para los ingleses cinco años después, en Grytviken.

El acto –realizado bajo el lema “Pisamos las calles nuevamente para recuperar la Patria Igualitaria, Libre y Soberana por la que lucharon nuestras y nuestros 30.000. Memoria, Verdad y Justicia”-, que fue organizado por Comisión de Familiares de los 12 de Santa Cruz, contó con la presencia del presidente de la Nación, Alberto Fernández, que llegó poco después de las 19:30, acompañado por el ministro del Interior, Eduardo de Pedro; el ministro de Defensa, Jorge Taiana; el ministro de Cultura, Tristán Bauer; el Secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla Corti; el senador nacional Oscar Parrilli; por el procurador del Tesoro, Carlos Zannini y por los diputados nacionales Eduardo Valdés y Leandro Santoro.

Antes, en la mañana, el párroco de Santa Cruz, Marcelo Pérez, rezó una misa en la que estuvieron presentes los familiares de los desaparecidos, sus amigos, miembros de las comunidades de base y Madres de Plaza de Mayo, como Nora Cortiñas.

El presidente se dirigió finalmente al público, manifestando que “acá estamos de pie, reclamando que en la Argentina haya Justicia, una Justicia mejor y vamos a seguir peleando por eso” reclamando porque ésta “a veces se corporativiza y hace necesario frente a ello pedir verdad y justicia, que es lo que deben garantizar los jueces”.

El mandatario argentino aseguró luego que “hoy lo central es la memoria”, para abogar por “mantener en pie la exigencia de la búsqueda de la verdad y la justicia”, declarando que “siempre estuve parado en el mismo lugar, reclamando lo mismo”.

Para destacar la acción de la comunidad pasionista de la Iglesia Santa Cruz, Fernández expresó que su gente “fue testigo de las primeras reuniones de las Madres, que sólo querían saber la suerte de la vida de sus hijos y terminaron muertas y desaparecidas, aunque todavía están muy vivas en la memoria de todos nosotros, en el corazón y en las almas”.

Fernández homenajeó a continuación “las luchas que ellas emprendieron y de todos los que no están, los que sufrieron en esos años el terrorismo de Estado”, cuestionando a “los que sólo hablan de recordar a las víctimas de terrorismo”, aclarando que “acá no hubo dos demonios, hubo terrorismo de Estado, que se llevó miles de vidas”.

Como del público se le pidió un mayor compromiso con la liberación de Milagro Sala, el jefe de Estado respondió que “voy a estar siempre trabajando por los que están injustamente presos. El sistema institucional no pone en mis manos la suerte de todos ellos, pero eso no me quita la responsabilidad de pedir por ellos”, informando a continuación que “hablo con Milagro y sé lo que pasa”.

Finalmente, expresando que “éste es un homenaje que la Argentina le debe a cada víctima del terrorismo de Estado”, el presidente realizó la invitación a los presentes para que asistan el viernes a la Plaza de Mayo, “para celebrar juntos el Día de la Democracia y los Derechos Humanos”.

Minutos antes, el primer mandatario arribaba al lugar de la conmemoración, que se realizó en la esquina de Estados Unidos y Urquiza, a las puertas de la Iglesia de la comunidad irlandesa y del Solar de la Memoria, en el que reposarán para siempre los restos de la hermana francesa Leonie Duquet, la militante de Derechos Humanos Ángela Auad y las madres de desaparecidos Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco.

Previamente a las palabras del primer mandatario, la vicepresidenta Cristina Kirchner había escrito en su cuenta de Twitter un mensaje que rezaba: “Familiares y compañeros de los 12 de la Iglesia de la Santa Cruz… Mi corazón junto a ustedes, siempre”.

Antes del acto y de la actuación del cuerpo de baile de la Universidad Nacional del Arte, de Peteco Carabajal y de otros artistas, fue proyectado un video en el que las Madres de Plaza de Mayo rindieron testimonio sobre la militancia de sus hijos asesinados y desaparecidos por la dictadura, producido por el Ministerio de Cultura de la Nación.

Entre los presentes estuvieron además Ángela “Lita” Boitano y Alba Lanzillotto, de Abuelas de Plaza de Mayo y la Madre de Plaza de Mayo Enriqueta Maroni, cuyas organizaciones elaboraron un documento que fue leído en el acto.

Luego fueron fueron honrados por “su trayectoria de lucha y promoción de los derechos humanos” Milagro Sala –presente en forma virtual desde Jujuy, donde permanece prisionera del régimen feudal de Gerardo Morales-, Susana Reyes, Francisco Mársico y Esteban Mango.

Los 12 de Santa Cruz

El grupo que se reunía desde 1976 en los salones de la parroquia ubicada en San Cristóbal estaba impulsado por Azucena Villaflor de Devicentis, María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, a quienes se había sumado Ángela Auad, cuyo esposo estaba detenido en Chaco desde 1976; Remo Berardo, cuyo hermano había sido secuestrado en julio de 1977 y Julio Fondevila, a quien le habían secuestrado a su hijo en abril de 1977.

Había más militantes que colaboraban con su causa. Patricia Oviedo buscaba a su hermano Pedro desde hacía más de un año, acompañada por su madre. En tanto, Horacio Elbert, de 28 años; Raquel Bulit y Daniel Horane eran, al igual que Ángela Auad, militantes de la organización Vanguardia Comunista.

Las hermanas de la congregación de las Misiones Extranjeras de París, Alice Domon y Leonie Duquet venían desde hacía tiempo colaborando con organizaciones sociales y políticas, además de ayudar a los familiares de los desaparecidos.

Repentinamente, hacia julio de 1977, un joven se unió a las tareas de los que buscaban a sus familiares desaparecidos. Se llamaba Alfredo Astiz, pero engañó a las madres haciéndose llamar Gustavo Niño. Parecía un chico inocente, algo despistado. Dijo que buscaba a su hermano, que también estaba desaparecido. Lo acompañaba una chica pálida, rubia como él, que estaba secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada. Se llamaba Silvia Labayrú y Niño la presentaba como su hermana. La cobarde traición estaba en marcha.

Astiz se enteró que los familiares se encontraban a punto de publicar una solicitada en el diario La Nación y decidió hacer lo posible para evitarlo. El ocho de diciembre de 1977 comenzó el operativo. Ese día fueron secuestrados –con Niño-Astiz oficiando de delator- las madres Esther y María, la hermana Alice y los militantes y familiares Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo.

Ese mismo día raptaron a Remo Berardo de su atelier. Después atraparon a Juan Fondevila y a Horacio Ebert en un café cercano a Plaza de Mayo, el bar Comet, de Belgrano y Paseo Colón. El 10 de diciembre, la misma fecha en que la solicitada fue publicada en La Nación bajo el título “Por una Navidad en Paz, sólo pedimos la verdad”, secuestraron a Azucena Villaflor en Avellaneda y a la hermana Leonie Duquet en una capilla de Ramos Mejía. Todos fueron acarreados hasta la ESMA.

Otros secuestrados en el mismo lugar declararon que duraron alrededor de una semana en las mazmorras de la Armada. En el medio, los marinos publicaron una foto de las monjas francesas delante de un cartel de Montoneros, para tratar de adjudicarle a esa organización el secuestro. Les preocupaba el problema diplomático que había generado la embajada francesa, que comenzaba a reclamar por la reaparición de las hermanas.

Los marinos, que escondieron sus naves en la guerra de Malvinas para preservar su integridad, combatieron sin piedad contra estos diez familiares y estas dos monjas. Subieron a casi todos –falta información al respecto- a una aeronave Sryvan y los arrojaron en las aguas del Océano Atlántico, a la altura de la ciudad de Tres Arroyos.

Las aguas del océano, indiferentes al drama, devolvieron pocos días después a las playas los cuerpos de la hermana Leonie, de Ángela Auad y de las madres María Ponce de Bianco y Esther Ballestrino de Careaga. Las enterraron sin identificar en el cementerio de General Levalle, de donde fueron rescatadas en 2005 por los peritos del Equipo Argentino de Antropología Forense, que les devolvieron sus nombres y su vida después de sus muertes. Ellas cuatro descansan en paz en el Solar de la Memoria de la Iglesia de Santa Cruz. Azucena Villaflor, que también fue identificada, fue sepultada junto a la Pirámide de Mayo, en la Plaza homónima.

Los pilotos de Prefectura Mario Daniel Arrú y Alejandro Domingo D’Agostino, que las arrojaron al mar fueron condenados a prisión perpetua el 30 de noviembre de 2017. Un tercer piloto, Enrique José de Saint Georges, se murió en febrero, nueve meses antes de que la Justicia fallara en la causa.

Los desaparecidos, en cambio, siguen siendo semilla, sembrada en la fértil memoria del Pueblo.

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