Gobierno y FMI: no pueden ganar los dos, ¿quién pierde?

Gobierno y FMI: no pueden ganar los dos, ¿quién pierde?

Opinión

Christine Lagarde y Mauricio Macri

La Argentina es un país muy difícil de gobernar, sobre todo por las características de su estructura social; su dirigencia; los comportamientos culturales que mucho no ayudan; la dificultad de sostener reglas de juego en el tiempo; la imposibilidad absoluta de definir políticas de Estado a mediano y largo plazo; el crecimiento de las deudas externa e interna; el nulo nacionalismo de los distintos sectores sociales, de la mayoría de los políticos y más aún en los grupos corporativos; las fallas endémicas del Poder Judicial en todas sus instancias así como las del resto del sistema de seguridad; la inflación; el déficit fiscal; la desconfianza lógica y el refugio inmediato en el dólar, y las deudas de obras de infraestructura pendientes hace décadas que permitan darle soporte a una mejor calidad de vida de la gente y ayude a generar soluciones al crecimiento del PBI, como, por ejemplo, el caso de reconstruir el sistema ferroviario nacional para aprovechar nuestras riquezas y ser competitivos en el mundo.

Podríamos seguir con el listado de los problemas que nos aquejan, algunos hace más años que otros, pero todos tienen un período promedio de 35 años, la etapa democrática moderna.

En el medio hubo medidas acertadas y de las otras muchas más. Cada gobierno con más o menos capacidad hizo lo que pudo, sobre todo porque los antecesores no se caracterizaron por dejarles un país ordenado. Quizás solo Néstor Kirchner pudo aprovechar la coyuntura internacional de la soja merced al complejo orden que supieron construir Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna.

Difícilmente sea el intento de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunciado este martes la solución a los males que nos aquejaban y aquejan. “Era de otro modo esto devaluación y un ajuste brutal, insoportable”, se justifican desde los principales despachos oficiales, pero todo indica que la idea con esto es solo ganar tiempo para asimilar el golpe mientras se analizan otras decisiones claves que tendrá que tomar el Gobierno si es que quiere enderezar el rumbo hacia horizontes más claros. De todos modos si hay algo positivo es la inmediatez de la decisión de hacer algo fuerte y no desangrarse más en esta instancia. Todavía, si hay voluntad y expertisse, para ciertas decisiones los argentinos todavía dependemos de nosotros mismos. Podemos hacerlas a pesar del Fondo. Y esas hay que usarlas y defenderlas. Nadie pensará en Wáshington, mejor que nosotros, por nuestras familias.

Nadie conoce –se habla de un Stand By clásico – cómo será el acuerdo, por qué monto y en qué condiciones. Se habla de entre 25.000 y 30.000 millones de dólares, una cifra que no se vislumbra como contundente si se continúa con el fracasado gradualismo. Nunca tan cierta la frase de “si siempre hacés lo mismo, ¿por qué debería cambiar el resultado?”. Entre los vencimientos de bonos, Lebac y la aspiradora continua del déficit fiscal, las causas del fracaso volverán a repetirse más temprano que tarde.

Hay algunas declaraciones graciosas de ministros del Gobierno: “El FMI de ahora no es como el de 20 años atrás”, dijo Nicolás Dujovne, el encargado de viajar para negociar el préstamo y las condiciones. Allí, luego de comprobar que nada cambió, verá la primera imagen del ajuste con el que volverá de Washington. Todo el mundo sabe que si bien la tasa puede ser del cuatro por ciento –y sería muy buena–, eso conlleva una tarea que el Gobierno no se animó a hacer per se y lo deberá realizar ahora por obligación del organismo.

La pérdida de confianza parecería ser casi irreparable. La corrida, además, es un tema que va por cuerda separada al acuerdo con el FMI. Podrá seguir o calmarse pero los “heavy de la City” son independientes de lo que traiga Dujovne. Seguirán sus intereses, coincidentes o no en esta nueva etapa. En la anterior, cuando el Gobierno hizo oídos sordos al mercado y a la política a la vez, se pegó el palo. Veremos si todavía les queda margen de ejercer los cambios pertinentes, con una soberanía económica deteriorada en esta versión financiera de la “semana trágica”, que trajo de regalo a los “compañeros” del Fondo.

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