El despegue

El despegue

Por Horacio Ríos

No hay duda de que Scioli quiere la Presidencia. En este camino, deberá jugar con karpoviana exactitud. Si rompe demasiado pronto, puede afectar la gobernabilidad. Si tarda, otro podría reemplazarlo.


En estos días en los que se está discutiendo el enigma de la sucesión del kirchnerismo, si bien aún no se han sincerado todas las opciones, ya se ha mostrado en público el principal aspirante al primer cetro nacional.

Este –hasta ahora, el único– surgió de la propia entraña del kirchnerismo: el que busca heredar el liderazgo de la actual jefa de Estado es Daniel Scioli, que, surgido de la poderosa gobernación bonaerense, no tiene por ahora rivales de fuste para quitarlo del camino. De hecho, la única lapicera que tiene la posibilidad de desdibujarlo, aunque posiblemente no de borrarlo, habita en la propia Casa Rosada.

Diferenciarse para ser

El 12 de mayo último, ante la crisis en que estaba sumida la gobernación cuando escaseaban los fondos para pagar los aguinaldos, Scioli reconoció por primera vez su aspiración para encarar una candidatura presidencial.

En declaraciones a una radio porteña, el gobernador adelantó: “No voy a ser hipócrita, tengo mis aspiraciones presidenciales para 2015, pero ahora hay que gestionar y apoyar a la Presidenta”. De todos modos, poco propenso a romper lanzas, admitió que si había reforma constitucional, iba “a apoyar y a acompañar”. “Como lo vengo haciendo”, reafirmó.

Aún más explícitamente, manifestó luego que “de ninguna manera” iba a enfrentar a la Presidenta, aunque aclaró que no se sentía obligado a dar “ningún test de lealtad”, azotado como estaba en ese tiempo por las tempestades de la disputa con el kirchnerismo puro, que representaban por entonces su vicegobernador, Gabriel Mariotto, y los “jóvenes turcos” de La Cámpora.

Quizá porque la oposición apuesta verdaderamente a una ruptura que por ahora aparece improbable, o porque la sorda batalla entre la gobernación y la Casa Rosada está a punto de emerger en la superficie, empezaron a correr como reguero de pólvora las versiones de que la ruptura entre Scioli y Cristina ya se produjo y que ambos solo esperan el momento político más favorable para darla a conocer.

El obstáculo más importante para esto último, es decir, el anuncio del inicio de las hostilidades a campo abierto, sería la brutal crecida que soportaron las ciudades de La Plata y Buenos Aires, que dejó en estado de hipotermia a la clase política frente a una sociedad que mira a todo el mundo con creciente desconfianza. Esta circunstancia obliga a todos los contendientes a girar por la escena política mirándose con fingida condescendencia, mientras se odian por lo bajo.

El único que violó esta sensata consigna fue el Jefe de Gobierno porteño, que le echó la culpa de su propia crecida a la primera mandataria, pero todos saben que Macri suele sincerar sus más íntimos y primarios sentimientos en público, una actitud antipolítica por la que habitualmente paga costos innecesarios.

Volviendo a Scioli, la realidad es que hoy no se puede hablar de una ruptura franca con Cristina Fernández de Kirchner, pero sí del inicio de un alejamiento progresivo de parte del gobernador provincial con vistas a la construcción de su propia candidatura.

La fuga imperceptible

Hace ya bastante tiempo que existen señales de desconfianza de parte de la Casa Rosada hacia la gobernación bonaerense.

A pesar de las permanentes protestas de lealtad que suele pronunciar Daniel Scioli –o quizá, precisamente, a causa de ellas– las diferencias están marcadas. No poco han contribuido a ellas los ataques contra el gobernador provenientes de los sectores juveniles del kirchnerismo duro, que prefieren claramente a otro candidato para heredero de Cristina.

En actitud zen, Scioli suele ponerle al mal tiempo buena cara, por lo que acumula respuestas del tipo: “Veo una brecha importante entre lo que dicen los fundamentalistas, los fanáticos, y lo que piensa la Presidenta, que habla de tolerancia”.

De todos modos, tantas contemplaciones no le impidieron al gobernador, en los últimos tiempos, tener actitudes de independencia ni aparecer en fotos que irritan a los más cercanos a la Presidenta.

Así, recibió a principios de este año en su casa de Villa La Ñata, en Tigre, al vituperado y odiado –por el kirchnerismo– Julio César Cleto Cobos. También fue el anfitrión –pocos días atrás– de Eduardo Duhalde y Eduardo Amadeo, un pecado mortal en el universo K.

Para terminar 2012, Scioli se mostró en sendas fotos con los peronistas disidentes Francisco de Narváez y Facundo Moyano.

Poco después, el 5 de marzo último, Scioli se mostró en Expoagro, la principal exposición del campo, que se realizó en Junín. Allí, los diarios publicaron la foto de la inauguración, en la que se vio al mandatario bonaerense con el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti; el líder del Frente Amplio Progresista, Hermes Binner; la hija de la dueña de Clarín, Marcela Noble; el intendente local, Mario Meoni, primero radical K, luego radical dudoso y ahora radical en oferta, y los líderes de la Mesa de Enlace rural.

El despegue que será

De todos modos, Scioli se mostró siempre reacio a romper antes de tiempo con Cristina. Estas fotos son solamente las etapas que encara un candidato que se quiere diferenciar y que va mostrando una imagen de independencia. Jamás podría ser jefe de Estado un hombre temeroso o que solo obedece órdenes. Su despegue, al que algunos tildarán de traición y otros de legítima ambición, solo podrá concretarse en el momento adecuado.

Si se produjera antes de tiempo, podría afectar la gobernabilidad. Si ocurriera demasiado tarde, otro podría ocupar su lugar. Por eso, es que algunos historiadores definen a la historia de la política como una historia de traiciones. Plantean que solo alguien que nace del riñón es capaz de reinterpretar la génesis de un proceso en marcha y mantener vivos los logros. Y ese es el dilema, difícil de resolver, que debe encarar Scioli.

A pesar de los cruces verbales –hay algunos dirigentes que hablan demasiado–, de los desacuerdos y de las reales diferencias políticas y de estilo que existen entre el sciolismo y el kirchnerismo, la Presidenta no es de las que han tirado a matar contra Daniel Scioli. De las ramplonas tareas de ablande se han ocupado hasta ahora las agrupaciones militantes, que generaron incendios controlados en territorio bonaerense, sin promover el caos.

Esto viene a cuento porque todos saben en el mundo político que cuando se incendia la Provincia, la política no lo puede resistir y, por lo tanto, las llamas y los muertos desgastan con mucha fuerza a la propia Casa Rosada.

En este panorama de encuentros breves y desencuentros largos, Scioli intuye que su momento no está lejos, aunque aún no llegó. Igual, no disimula sus apetencias de ser el inquilino principal de la Casa Rosada.

Amores y desencuentros

El gran Roberto Fontanarrosa describió en una ocasión el intento erróneo del centauro de las pampas Inodoro Pereyra de reconquistar a su china, la Eulogia Tapia. En la historieta, el gaucho desliza cursis frases amorosas, ante la indiferencia de su dama que, atrincherada en el rancho, se niega a su requerimiento de amores. De repente, ante una nueva cursilería del Inodoro, se ve una alpargata que surca el aire campestre que va a estrellarse certeramente en la frente –y en el ego, si el Inodoro conoció a don Segismundo– del frustrado donjuán. La siguiente viñeta muestra a los dos amigos, Inodoro y el Mendieta, que se retiran cabizbajos mientras el gaucho le murmura al perro parlanchín: “Ya lo ve, Mendieta, el mismo lazo que acollara a la pareja, acogota a la poesía”.

Por ahora, los lazos políticos que atan a los actuales protagonistas son débiles, pero aún los mantienen unidos. Eso no será eterno, pero lo más seguro es que, sea o no sea Scioli el futuro candidato del peronismo, la sangre no llegará al río.

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