El cerco de la discordia

El cerco de la discordia

El muro y enrejado, de más de dos metros, que separa la autopista Illia de la Villa 31 sigue trayendo conflicto. El barrio se debate entre la seguridad y el prejuicio. La obra concluye a fin de mes.


De un lado, le dicen cerco antivandálico. Del otro -muchos vecinos-, el muro de la discriminación. Se trata de la iniciativa que el Gobierno de la Ciudad, por medio de Autopistas Urbanas (Ausa), comenzó a llevar a cabo a fines de septiembre al disponer un nuevo muro y enrejado, sobre la autopista Illia separando así, con mayor claridad, esa traza de la Villa 31 que, hacia lo ancho y lo alto, no para de crecer. Y de esa forma volvió también la polémica, recordando tantos muros y tantas rejas, como la decisión de Gustavo Posse cuando quiso disponer en 2009 un muro -un muro literal- en el límite de su San Isidro y los vecinos de San Fernando -de ellos quería separarse- se lo tiraron a patadas.

Pero la situación en la Villa 31, actualmente con 40 mil habitantes y edificios de hasta siete pisos, es bien distinta. Hace siete años se había construido un muro que la separaba de la autopista y, sobre él, un alambrado, mucho más bajo del que se está emplazando ahora, con más de dos metros de altura, sobre una base de hormigón y metal de 65 centímetros. La vieja estructura se fue desgastando y permitió, lo que es peor para el GCBA, el serpenteo indiscriminado de la villa. Así, mucha gente tenía la costumbre de cruzar la autopista como si fuera una calle más. Nenes jugando a centímetros de los autos, ropa volando del alambre perimetral hacia los carriles, humo, mucho humo por la basura quemada que dificulta la visión de los conductores, son algunas de las situaciones que se daban -¿se dan?- a diario en el lugar.

Muchos automovilistas venían denunciando que eran asaltados por habitantes de la villa y estos dicen lo de siempre: que no todos son delincuentes en el barrio. De esa forma, entre el pedido de seguridad de los ajenos y el reclamo para terminar con la estigmatización del villero, aflora otro grito: el de los vecinos de la villa que claman por su propia seguridad. Esto es, con el muro ganan todos.

“Esto está absolutamente consensuado con los vecinos, en asamblea. Es más, son los mismos vecinos los que están trabajando en el armado del muro y el alambrado. Muchos chicos murieron por cruzar la autopista para ir a comprar droga del otro lado, y otros apedreaban a los autos para robar. Así vamos a estar más tranquilos. Solo le falta el jardincito y ya está. A fin de mes se termina.”, cuenta Teófilo “Jony” Tapia, uno de los habitantes históricos de la villa, desde su barrio San Martín, pegado al viejo correo.

Sin embargo, Angélica Banzer, delegada y presidenta de la ONG Mujeres Trabajando por un Futuro, disiente. Con Jony y con muchos vecinos. Cree que el cerco discrimina, que hay mejores cosas para hacer por la comunidad. “Nosotros estamos tratando de ser un barrio con todas las letras, vamos por la radicación y urbanización. Pero con esto del muro, ¿qué pretenden? Que digan la verdad. ¿Quieren separar pobres de ricos? ¿O quieren demostrar a los turistas que en la Argentina no hay pobreza? Veremos cuánto dura ese muro. Si el Muro de Berlín se vino abajo me pregunto qué pasará con el de nuestro barrio”, advirtió en diálogo con NU.

Mientras, Ramón, que vive hace 12 años en la 31 Bis junto a su esposa y sus 5 hijos, asegura que el muro no perjudica a nadie. “Al contrario, ahora estamos protegidos”. Y María, mamá de mellizos comenta a Noticias Urbanas: “Con el alambrado más alto y más firme me voy a sentir más segura. Y además, no van a poder decir más que robamos”. La muñeca pepona de su hija, desnuda y de ojos punzantes, le da la razón del mismo lado del cerco: por más que se trepe ayudada de manos pequeñas pero insistentes, es mucha la altura, no va a poder subir.

Qué se dice del tema...