Malvinas: Verdades, posverdad y mentiras

Malvinas: Verdades, posverdad y mentiras

Recién en 2072, a 90 años del fin de la guerra, los ingleses develarán sus secretos. Analistas de Inglaterra y Argentina evalúan que los caídos ingleses son más de mil. Una reseña podría corroborarlo.


Muchos aspectos que se refieren a los hechos que rodearon a la Guerra de Malvinas siguen , 35 años después, ocultos “tras un manto de neblina”, de acuerdo con diferentes fuentes inglesas y argentinas.

Existe en el Reino Unido una disposición gubernamental que estipula el secreto de estado hasta 2072 sobre los pormenores de la actuación de sus fuerzas en la guerra. De esta manera, sólo tienen vigencia en estos tiempos sus propias declaraciones oficiales acerca del números de bajas que sufriera el ejército británico en la guerra que se desarrolló en territorio argentino, a pesar de que existen otras fuentes que desmienten que sólo haya sufrido 255 bajas totales y las llevan hasta 1.029 muertos en combate.

Las mismas fuentes elevan hasta 2.000 el número de heridos, contra los 777 que acusó el Gobierno de Margaret Thatcher. Al mismo tiempo, constituye una incógnita el número de chinos -que se enrolaron en Hong Kong- que perdieron la vida mientras formaban parte de las tripulaciones de las naves que fueron bombardeadas y hundidas.

Paralelamente, los británicos pagaron un alto costo en pérdidas materiales, ya que sufrieron que 31 embarcaciones -portaaviones, fragatas, destructores y lanchones de desembarco- fueran destruidas o, al menos, dañadas. Igualmente, los colonialistas perdieron 45 naves aéreas entre aviones Sea Harrier, helicópteros Sea King y otras, que fueron derribadas o averiadas.

Los analistas aseguran que los hijos de la voluptuosa rubia Albión estuvieron muy cerca de perder la guerra, de la que sólo pudieron salir victoriosos gracias al pérfido y alevoso apoyo que le brindaron los Estados Unidos de Norteamérica, que mientras encaraba negociaciones de paz en Buenos Aires, le pasaba la información que entregaban sus satélites a los ingleses, que así conocían de antemano la ubicación de las naves y los equipos de combate argentinos y podían atacarlos con precisión.

Sólo Italia e Irlanda desoyeron la exigencia anglosajona de aplicarle sanciones económicas a la Argentina, que incluyó el bloqueo a la provisión de armas como los misiles Exocet, que podrían haber modificado el rumbo de la guerra.

De todos modos, ante la posibilidad de perder la guerra, los mismos analistas aseguraron que el mando británico no habría vacilado en arrojar una bomba atómica sobre una ciudad argentina, que podría haber sido Buenos Aires, Bahía Blanca o Córdoba. Se comprobó ya que varios submarinos se emplazaron en el Mar Argentino, a unas doce millas de la costa, provistos de armamento nuclear. De esta manera, hubieran dado vuelta la guerra en su favor, como hicieron en 1945 los norteamericanos, que bombardearon Hiroshima y Nagasaki porque estaban a punto de ser derrotados por Japón.

De todos modos, las fuerzas británica no sólo sufrieron un duro castigo por la determinación de los argentinos en el combate, sino que el clima, los animales y la furia de los elementos también los golpearon con dureza. Algunas de las pérdidas de naves aéreas se debieron al mal tiempo y hasta un albatros suicida ingresó en el motor de un Sea King, que cayó al mar de las Malvinas.

Ya el 22 de abril, el día en que entraron en combate las fuerzas inglesas, dos helicópteros Wessex se estrellaron en Fortuna Glacier, al sur de las Islas Georgias. Al día siguiente, otro Sea King cayó en la Isla Ascensión, mientras reaprovisionaba a sus naves. En esos primeros días, artilleros argentinos derribaron dos Sea Harrier al repeler el ataque de una escuadrilla inglesa.

El mismo día, una formación de combate de la Fuerza Aérea Argentina lanzó un despiadado bombardeo sobre los buques Alacrity, Hermes, Arrow, Exeter y Glamorgan, ocasionándoles grandes daños y, aunque no los hundieron dejaron a varios de ellos fuera de combate y les mataron al menos a nueve ingleses y a un número de chinos que no se pudo determinar con claridad.

Días después, el cinco de mayo, una serie de durísimos ataques contra la flota pirata concluyeron con el hundimiento del destructor atómico Sheffield. Al día siguiente, dos Sea Harrier que habían partido desde el portaaviones “Invincible”, desmentían el nombre de su nave madre estrellándose en la Isla Soledad, abatidos por el mal tiempo.

El 12 de mayo, entretanto, los bombarderos argentinos dejaron fuera de combate el Glasgow y averiaron al Brilliant, mientras que otro Sea King caía a tierra por fallas en su turbina. Cinco días después, otro Sea King cayó derribado por el albatros cerca de Punta Arenas, desnudando la traición de los vecinos de Argentina, que les permitieron a los británicos operar libremente en su territorio para atacar en la zona de Tierra del Fuego.

El 21 de mayo, la Fuerza Aérea Argentina hundió la fragata Ardent, en un ataque dejó 22 bajas británicas. Luego, en sucesivos ataques, los avezados aviadores argentinos dejaron fuera de combate al Argonaut, el Antrim y el Lynx, al tiempo que le causaban serios daños al Broadsword. El mismo día, la artillería argentina de tierra abatió a otro Sea Harrier.

Al día siguiente, dos Sea Harriers atacaron la lancha de Prefectura Río Iguazú, uno de cuyos ametralladoristas derribó a uno de ellos, que cayó al mar. Al día siguiente, el 23 de mayo, un Sea Harrier explotó al elevarse desde el portaaviones Hermes. El mismo día, un ataque con misiles Exocet culminó con el hundimiento de la fragata Antelope.

El 24 de mayo, la aviación volvió a proponerles a los británicos un día de muerte y destrucción. En varios furiosos ataques les causaron daños a los her majesty’s ships (navíos de la reina) Sir Lancelot, Sir Galahad, Sir Bedivere y Fearless, provocando muchas bajas entre sus 500 tripulantes y los 300 soldados que estaban siendo desembarcados en la Bahía de San Carlos.

Los argentinos conmemoraron su día patrio volviendo a sembrar la muerte entre los soldados que invadían su país. El 25 de mayo, entonces, dos aviones Super Étentard dispararon otro Exocet -el último que les quedaba- y hundieron el Coventry, que se fue a pique en sólo 15 minutos. También fue enviado al fondo del Mar Argentino el portacontenedores Conveyor, que transportaba a una numerosa tripulación china.

El mismo día, para ponerle marco a la celebración, más aviones argentinos aparecieron de improviso y atacaron a los hms Broadsword, Sir Lancelot y Alacrity -que habían debido ser reparados por un ataque anterior-, dejando para el final el debut del Yarmouth, que recibió por primera vez fuego argentino.

El 27 de mayo, un Harrier que volaba sobre la Pradera del Ganso fue derribado, como epílogo al derribo de otros dos Harriers en Darwin. Otro Harrier que viajaba en el Hermes también se unió a sus otros compañeros de infortunio en una salida nocturna.

El ocho de junio fueron destruidos definitivamente los persistentes Sir Galahad y Sir Tristam, que habían vuelto al combate después de haber sido averiados en otros ataques. También fueron destruidos el lanchón Foxtrot -adonde fallecieron muchos tripulantes chinos- y fueron puestos fuera de combate los hms Avenger -que esta vez no pudoi vengar a nadie- y Plymouth en la Bahía Agradable.

Las vicisitudes de la Guerra de Malvinas causaron una larga serie de afirmaciones contradictorias. Pero la enumeración de las acciones descriptas hace pensar en que Argentina tuvo la iniciativa de la guerra en el aire, mientras que los ingleses estuvieron al frente en las acciones de tierra. La guerra en el mar fue un capítulo aparte, ya que la Armada Argentina, tradicionalmente proinglesa, amarró sus barcos en Puerto Belgrano, dejando el Mar Argentino a merced de la Royal Navy. También fue llamativa la facilidad que tuvieron las tropas inglesas para desembarcar en la Isla Gran Malvina, y que sólo contaron con la oposición de una solitaria patrulla al mando del joven y valeroso subteniente Carlos Estaban, que les presentó combate en evidente inferioridad de condiciones, que lo obligaron a retirarse pronto.

De todos modos, en la tierra y en el aire los soldados argentinos se comportaron con una entereza mucho mayor que su propia conducción militar, que claudicó con demasiada facilidad ante la invasión enemiga. Deberían ser revisados los errores táctios y estratégicos que cometió la citada conducción, cuyos errores dbieron subsanar con su valentía casi suicida los conscriptos argentinos, acompañados en esa actitud por algunos oficiales y suboficiales. Por eso, se puede hablar de una guerra sin conducción estratégica, aunque con mandos intermedios que sí estuvieron a la altura de las circunstancias.

Lo mismo, más allá de los fallos evidentes cometidos por la conducción superior, el segundo ejército más poderoso del mundo estuvo a punto de claudicar ante un ejército mal equipado, integrado por soldados no profesionales y traicionado por países que se suponían amigos y por soldados que debían defender a la Patria y no lo hicieron con la debida determinación.

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