Un riesgo demasiado alto

Un riesgo demasiado alto


Un revólver carga en su tambor seis balas. Si uno juega a la ruleta rusa con una sola bala, tiene únicamente una posibilidad de muerte contra cinco de vida. Pero solamente un loco o un desesperado se animaría a poner el arma contra su sien y apretar el gatillo. Lo normal es que la posibilidad de muerte, seguramente, nos parezca enorme. Vayamos a otro ejemplo diferente, pero también drástico: a alguien le diagnostican una enfermedad muy grave. Le dicen que muy probablemente vaya a morir, pero que hay un tratamiento con el que, de seis personas que padecieron esa dolencia, una se salvó. Las posibilidades de vida, acá, son de uno contra cinco, lo contrario que en el juego de la ruleta rusa. Pero, aunque seguramente esa persona encare ese tratamiento porque es la única carta que le queda, lo más probable es que hubiera preferido tener una expectativa de vida superior. Y que sus posibilidades le parezcan muy escasas. Estos ejemplos, dramáticos, prueban que la percepción que tenemos de las probabilidades varía según lo que nos estemos jugando con ellas. Y, por eso, lo lógico es que, a la hora de decidirnos, el riesgo de realizar una acción sea inversamente proporcional al valor de lo que podamos perder con esa acción. En síntesis: a mayor valor de lo que se pierde, menor debe ser el riesgo.

La derogación de las leyes Cerrojo y de Pago Soberano y la aprobación del pacto con los fondos buitre tiene un riesgo enorme: que el 93 por ciento de los bonistas que sí habían reestructurado la deuda se pliegue a los reclamos y comience a litigar en contra de la Argentina. Es cierto, ya vencieron las cláusulas RUFO de los dos canjes que obligaban a nuestro país a equiparar los pagos si posteriormente se hacía una oferta superior. Pero eso no nos asegura que un tribunal extranjero nos pueda volver a fallar en contra en el futuro. Recordemos: era “casi imposible” que fallaran a favor de los buitres. Y lo hicieron. A la resolución de Griesa, en nuestro país, suele tildársela de “mamarracho jurídico”. Pero existe y estamos en serios problemas. ¿Qué nos garantiza que algo similar no vuelva a pasar en el futuro con aquellos que sí habían acordado reestructurar la deuda con quitas de hasta el 70 por ciento? Ahí ya no estaríamos hablando de 12 mil millones de dólares, sino de un monto que se estima entre 350 mil millones y 500 mil millones de la moneda estadounidense. Si esto llegara a ocurrir, sería una tragedia. Lo que podemos perder es demasiado grande como para que haya, al menos, una posibilidad de que eso ocurra.

Si a los tenedores de bonos que entraron en el canje hoy les conviene que el conflicto con los buitres se solucione, ya que no pueden cobrar por las órdenes de embargo emitidas por el juez Griesa, ¿por qué no se busca alguna fórmula para asegurarse que desistan de hacer demandas futuras mientras se pueda, es decir, mientras no están cobrando? Después va a ser tarde.

Lo más importante no es si pagamos ahora 12 mil millones injustos. Ni si nos arrodillamos ante Paul Singer, ni si Griesa es odioso, ni si la usura nos da bronca, ni cualquier otra cosa que pudiera herirnos en nuestro orgullo patriótico. O en el “relato”. O como quieran llamarlo. No es una cuestión de chicanas, ni de echarse la culpa mutuamente. No es una cuestión de macrismo o de kirchnerismo. Es una cuestión nacional. Frente al peligro que enfrentamos, hasta la discusión de si deberíamos volver o no al FMI se torna secundaria.

Una negociación de reestructuración de deuda en la que se logró el acuerdo del 93 por ciento, con quitas que llegaron al 70 por ciento, y donde solamente se perdió una batalla con el restante siete por ciento, es igualmente muy exitosa. Lo que no hay que hacer, bajo ningún motivo, es algo que pueda atentar contra esa reestructuración inicial. Convengamos que el gobierno anterior podría haber cerrado el acuerdo con los buitres apenas venció la cláusula RUFO, emitir bonos y dejarle la deuda a la administración siguiente. Hubiera sido cómodo y rentable para el kirchnerismo, que, en definitiva, le pagó al FMI con reservas del Estado y después arregló con el Club de París sin importarle demasiado que esa última negociación fuera desventajosa. Si no acordó con los buitres, más allá de todo discurso épico, fue, principalmente, por una razón pragmática: para no poner en riesgo la reestructuración total de la deuda.

“Más allá del riesgo que pueda haber, esperemos que esto sea bueno. Voté a favor pensando en Misiones”, reconoció Maurice Closs, uno de los seis diputados del Frente para la Victoria que decidieron acompañar al oficialismo en la votación en la Cámara baja, que, finalmente, concluyó con 165 votos a favor, 86 en contra y cinco ausencias. Lo suyo fue algo así como “crucemos los dedos para que después no pase nada”. Priorizó, como muchos otros, la coyuntura.

Pero por más fondos frescos que se necesiten, por más que los gobernadores tengan cuentas que atender, ¿estamos realmente tan desesperados como para poner un revólver en nuestra sien y jugar a la ruleta rusa sin asegurarnos primero que el arma esté descargada? No vaya a ser que el término “buitres” deje de ser una metáfora económica y se transforme en una realidad que sobrevuele lo que alguna vez fue la República Argentina.

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