La política dijo basta y se nota

La política dijo basta y se nota


El clima sociopolítico que se vive en la República Argentina no parece ser el ideal para intentar grandes transformaciones. El malhumor generalizado suele ser mal consejero para encarar cuestiones de gran envergadura. Y no es solo un tema de tal o cual partido ni de un sector en particular. Para ello podemos ir repasando al conjunto de los sectores y sus referentes públicos, los principales actores de algunos de los hechos que diariamente nos sorprenden.

Hay que ver por supuesto –ya sin línea ideológica de los dueños de los medios, sean estos K o anti K–, las redes sociales, relatores principales y amplificadores multitudinarios de la mala calidad de vida a la que nos estamos acostumbrando. Están pasando cosas muy raras a lo largo del país, algunas muy violentas, espantosas y algunas nunca vistas. La política no las ve, no aparece de cerca por ahí, se escapa por vergüenza ante la impotencia. Alguien usa mal el poder para ordenar este caos creciente o, lo que sería peor, es que no lo tuvieran y estemos a la deriva.

La política está pasando por un momento que se podría decir de transformación. Nadie sabe hacia dónde. Es demasiado nostálgico decir que todo tiempo pasado fue mejor, sobre todo en un país que vivió con convulsiones permanentes desde antes de ser República. Pero cuando había peronismo, radicalismo, Ucedé, intransigentes e izquierda, por ejemplo en las elecciones de los 80, la primavera democrática devolvía la esperanza participativa que finalmente truncó la década siguiente. Ese fue el principio del fin para la militancia de cualquier signo, y hablamos de aquella que representaba a las mayorías ya que las minorías subsisten justamente por ello; si encima que son pocos no militan a full, no existen.

Mientras que los partidos políticos mantienen igual su estructura como herramienta electoral, compitiendo casi siempre en frentes que diluyen las propuestas por sus propias diferencias, el nuevo dato de este siglo es el crecimiento de las organizaciones sociales que se amplificaron geométricamente a partir de la crisis del 2002, no porque antes no hubiera crisis; es que ese cimbronazo económico y social que llevó falta de trabajo, pobreza y miseria a muchos hogares argentinos fue el punto de partida de un nuevo poder.

Una de las referencias para afirmar si alguien tiene o no poder es su capacidad de ganar la calle. Es aquello que se le reconoció a Eduardo Duhalde en ocasión de asumir su Presidencia. Ese mismo día se libró una batalla en el centro de la Ciudad, diez cuadras a la redonda del Congreso, a ver quién tenía “más aguante”, si los “que se vayan todos” o el “ejército de Conurbano” que ofició e Guardia de Honor de quien asumía. La política –luego de haberla perdido, el 19 y 20 de diciembre de 2001– recuperó las calles para un proyecto no anárquico.

Las organizaciones sociales tienen hoy una fluida comunicación con la dirigencia política, con la que negocian permanentemente desde su tierra y su vivienda, hasta sus planes, las jubilaciones, las compras comunitarias y las asignaciones por cada hijo. Se podría decir que el Movimiento Evita –como máximo exponente de esta realidad– que lideran Emilio Pérsico y Fernando “El Chino” Navarro, ha acertado en su modo de construcción con este gobierno. Y eso tendrá un reflejo electoral, en estas y en próximas elecciones. Ya no pertenecen a este gobierno, lo acompañan con autonomía táctica y lo trascenderán, sin duda.

Los sectores sindicales los ven como una amenaza. Durante muchos años, y sobre todo tras el desmoronamiento político de la “Gloriosa JP” sobre fines de los 70, habían quedado como únicos movilizadores por su inmenso aparato y por tener claro el concepto de defender lo importante juntos por sobre las diferencias políticas de coyuntura. Tras el ridículo sainete en el que se culpa a los gremios que hegemonizaron el sindicalismo de los 90 de ser hoy el oficialismo K y de que los combativos pasaron a ser los conservadores cuando todo indica que avanzan nuevamente hacia una posición común que les permita defender sus intereses y, entre otras cosas, sumar en esa movilización a todos los sectores.

En este país sojero, los empresarios están que trinan por la falta de competitividad, la escasa garantía jurídica y política de la que gozan para los emprendimientos, la persecución a los que no comulgan con el camino asignado, el atraso y el cepo al dólar como problema extra para los precios. Es brutal la fuga de capitales, como lo fue siempre en este país, cuando los que lo tienen sienten que hay mejor clima “afuera” del país.

A los trabajadores formalizados o no, la inflación los devora día a día en las góndolas a pesar del inútil “congelamiento”, y si encima le sumamos que el transporte público está tan mal como antes a pesar del maquillaje “Randazzo”, la aventura de trabajar en la Argentina es por lo menos complicada. Todos los que trabajan lo hacen más tiempo y cada vez son más los que no lo hacen, reciban o no asistencia estatal. Panorama futuro incierto.

El Gobierno por este tiempo está cada vez más autista y solo junta amigos mientras la oposición más idiota junta enemigos. Nadie anticipa nada y ambos se comen todos los golpes. Y cada vez hay más gente que se pregunta, mientras mastica la bronca, y nosotros, ¿qué carajo hacemos?

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