El manual K para sacar más votos

El manual K para sacar más votos


La versión corrió con fuerza hacia fines de la semana última. Daba cuenta, otra vez, de la desesperación del kirchnerismo por sumarle un imán al ignoto Martín Insaurralde, el joven y sonriente intendente de Lomas de Zamora que encabezará la lista del Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires. La idea del oficialismo era tan básica como potencialmente atractiva: poner una carita de Cristina en la boleta.

Con el transcurso de las horas, la propuesta cayó en desgracia, pero por una alternativa superadora: el que figuraría con su imagen, a la altura de Perón y Evita, sería Néstor Kirchner, el padre del proyecto.

Tanta preocupación en el campamento kirchnerista tenía origen en una situación inédita. Por primera vez en años no había un “Kirchner” para deletrear en la lista bonaerense. Técnicamente, la posibilidad existía porque Alicia estaba habilitada para ser candidata –previa “mudanza” de domicilio de Santa Cruz a Buenos Aires–, pero la inundación en La Plata, que la agarró de gira por Europa, la volteó.

Antes, cuando la posibilidad de elegir consejeros para la Magistratura estaba vigente, los cerebros electorales K habían barajado la chance de candidatear a la Presidenta a ese cargo para, de un plumazo, garantizar que figurara en las boletas de todo el país. Como la inundación a Alicia, la Corte le cerró el camino a este disparate.

Estas “anécdotas” precampaña 2013 resumen apenas la última muestra del manual kirchnerista para ganar –o perder por menos– una elección. Y ridiculizan otro de los pilares del relato. Ese que, con jerga de arrabal, adoptaron funcionarios y militantes, con la Presidenta a la cabeza, al referirse a los opositores durante los cacerolazos: “Armen un partido y ganen las elecciones”.

Con el antecedente del uso de la ley de lemas y la reelección indefinida en su propia provincia, los Kirchner desarrollaron a nivel nacional una enorme capacidad para acomodar normas, adaptar discursos o generar “trucos” según el ánimo electoral del momento.

En 2005, el golpe de gracia al duhaldismo, quien cobijó a Néstor Kirchner como candidato y le dio la chance de jugar en cancha grande, vino con un artilugio remanido para la época: la entonces senadora por Santa Cruz, Cristina Kirchner, jugó de candidata para el mismo cargo pero por la provincia de Buenos Aires. La mudanza por conveniencia había tenido su antecedente cumbre en la democracia moderna con el riojano Erman González ganando una legislativa en la Capital a principios de los 90. Era la época de esplendor de Carlos Menem, cuando los porteños –y muchos santacruceños– lo adoraban.

Para 2007 sí el kirchnerismo dejaría su sello en esto de jugar al límite de lo legal para exprimir al máximo la maquinaria electoral. Fue el turno de las listas colectoras y las listas espejo. Las primeras, con una fórmula fuerte a la cabeza (Cristina-Cobos) y distintas variantes para cargos menores. Las otras, el colmo de lo trucho: directamente dos boletas iguales pero con distinto número y partido.

Dos años más tarde, en el peor momento para el proyecto nacional y popular, pospelea con el campo, el Gobierno tiró dos manotazos nuevos. Primero, suponiendo que los problemas económicos de entonces podían agudizarse, adelantó a junio los comicios previstos originalmente para octubre. Segundo, inventó el engaño del candidato “testimonial”. Ese señor o señora que figura en la lista, se supone que a la gente le gusta, pero cuando llega el turno de asumir la banca se hace el gil y se queda adonde estaba antes de la campaña. A ese tren se subieron, entre muchos otros, el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, y el intendente de Tigre y exjefe de Gabinete, Sergio Massa, que acompañaron a un desgastado Kirchner en la boleta bonaerense. Lo del expresidente no fue testimonial pero casi. Solo asistió a la jura como legislador y a la sesión donde se aprobó el matrimonio igualitario.

El golpazo de las urnas generó entonces una reacción en el Gobierno. Se avanzó en la reforma electoral. Los cambios, casi que ni había que aclararlo, incluirían entre otras cosas el fin de las cuestionadas colectoras y las testimoniales. La oposición –salvo Elisa Carrió, que advirtió ya entonces que se trataba de un engaño– acudió con el pecho inflado al llamado del oficialismo. Del “amplio debate” surgiría una serie de normas que regirían desde 2011. El corazón de la nueva era: las internas abiertas y obligatorias, para que los partidos diriman sus peleas internas y todos los candidatos pasen por el filtro de la ciudadanía. A la vista, nada que cuestionar.

Sin embargo, aquella suposición de que se acabarían las colectoras quedó en la ingenuidad opositora. Lo único que hizo el oficialismo, con la venia de la Justicia, fue cambiarles el nombre. Ya no les dirían colectoras sino listas de adhesión. La misma trampa, con diferencias mínimas.

La reforma política también sería aprovechada por el Gobierno para sacar ventaja en la publicidad de campaña. La teoría de la ley admitía pocos cuestionamientos: todos los partidos tendrían espacios parecidos, por un tiempo determinado, en TV y radio para hacer propaganda. Y, para impedir que las victorias sean cosa de ricos, se prohibiría la publicidad privada. Con un detalle, a medida del modelo: mientras al resto le ponen bozal, el oficialismo usa a destajo los medios públicos y las atractivas tandas del Fútbol para Todos para hacer campaña encubierta, a jornada completa.

Para este año, de la mano de la llamada “democratización de la Justicia”, vendría otra herramienta electoral que empantanaba a la oposición antes del arranque. Para presentar candidatos al Consejo de la Magistratura, cada fuerza debía tener representación en 18 distritos, casi el triple de lo que se requiere para ofrecer un presidencial. El filtro impediría una amplia alianza opositora o los obligaría a un improbable acuerdo por todas las candidaturas. Mientras, el kirchnerismo, con un postulante fuerte en la punta de la boleta (como una testimonial de Cristina para la Magistratura) podría sacar ventaja. La Corte le puso freno a la avivada.

Quizás haya llegado la hora de que, por una vez, el kirchnerismo se arme un partido y juegue en la elección como todo el mundo.

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