La vieja y la nueva política

La vieja y la nueva política

"La vieja politica no se deshace tirando por la ventana a los dirigentes que estuvieron involucrados en aquel país en el cual la ciencia de lo posible se imponía de aquél modo. Erradicarla de verdad es eliminar la prebenda y el clientelismo; pensar de qué manera la política es capaz de sumar ideas, consensos, tecnología y recursos para mejorar las condiciones de vida de la gente. Demonizar a fulano o a mengano sería sólo matar al mensajero".


Está muy de moda no estar de acuerdo y vituperar contra la "vieja política", pero muchos de los que encarnan este discurso no promueven ni una sola idea más que la de adueñarse del slogan o sea treparse de alguna forma a "la nueva política". Es cierto que los principales partidos políticos nacionales, por distintos motivos abusaron hasta el hartazgo popular del clientelismo como fórmula de poder y ambos terminaron sufriendo tremendos castigos en las preferencias del electorado porteño, sin poder -en distintas ocasiones pero ambas recientes- llegar a los dos puntos porcentuales.

La Constitución sancionada por la Convención de 1996, que le otorgó la autonomía a la Ciudad de Buenos Aires, es la base de un sistema institucional pensado para problemáticas modernas, pero que lamentablemente hasta ahora no ha logrado con su funcionamiento alcanzar mínimamente los objetivos para los cuales fueron creados. Los consensos y las mayorías especiales requeridas en la Legislatura de la Ciudad para temas determinantes, la creación de los organismos de control como la Auditoría y el Ente Regulador de Servicios Públicos, un área de recepción de denuncias y solución de los problemas ciudadanos como la Defensoría del Pueblo, la controvertida justicia creada en la Ciudad que por la poca transparencia deja más dudas certezas, la descentralización de algunos servicios y trámites (con presupuesto participativo incluido) en los 16 Centros de Gestión y Participación -paso inicial hacia las Comunas-, son todas herramientas pensadas en su momento para que la política creciera, se acercara a las necesidades del pueblo y reiniciara un proceso de conciliación de la política con la sociedad porteña, que lamentablemente tenemos que reconocer que está agonizante en la actualidad, luego de los luctuosos tiempos del "que se vayan todos".

El viejo esquema de dirigentes barriales o "punteros políticos", que naciera al calor de la participación democrática desde la periferia al centro, que se plasmó en la proliferación de unidades básicas y comités de fuerzas de todos los signos, fue degenerando lentamente en una política prebendaria de cargos, alimentos o planes tipo "Trabajar" para quien adhiriera a la corriente X de tal partido político. Quienes idearon esta propuesta quedaron encerrados y presos en las aristas negativas de la misma sin poder desarrollar los aspectos positivos de la relación personal de un concejal, de un legislador o un funcionario con la gente de su barrio. Todo esquema o sistema político tiene sus excepciones y éste también las tuvo pero sin lograr torcer el rumbo de la frustración a la que nos arrastró la mayoría.

El peronismo, que fue el que más años ostentó el poder nacional desde la reinstauración democrática, fue quizás el que más abusó de la inmensa canilla que producía un doble oficialismo (nacional y local) aplicado con mecanismos no siempre transparentes en este distrito, por describir una situación no muy diferente a la vivida en la última elección de hace algún tiempo. El radicalismo, que tiene el piso más alto en la Capital de base social afiliada o adherente, se desintegró en su poder electoral cuando le sumó a las mismas malas prácticas que compartía de manera cómplice con algunos peronistas, el fracaso estrepitoso de la Alianza visualizada en su momento como la gran esperanza de la centro izquierda argentina.

Quien sobrevivió a la debacle y quizás allí radique uno de sus mayores méritos, fue Aníbal Ibarra, que aplicó maquillaje sobre los viejos discursos y prácticas, nominó las viejas acciones con nuevos nombres, hizo de la publicidad el rasgo principal de su política, sobre todo en la escasa productividad del primer año y medio de gestión. Era aquella época en la que se anunciaban los programas en Salón Blanco y se cajoneaban minutos después en el área corespondiente. Tampoco aquello era nueva política sino más de lo mismo con otras apariencias.

Esto cambió radicalmente por obvias necesidades en el último tramo de su gestión y en éste que transitamos ahora hasta el final de su primer mandato, donde se ve un Ibarra más activo en todas las decisiones, como si la seguridad del apoyo nacional -que siempre tuvo, por otra parte- más la experiencia de haber superado un mal comienzo, lo convencieron de que podía y renació -con moderación- pero de nuevo la esperanza.

La vieja politica no se deshace tirando por la ventana a los dirigentes que estuvieron involucrados en aquel país en donde la política se hacía de esa forma. Erradicarla es eliminar la prebenda y el clientelismo; pensar de qué manera la política es capaz de sumar ideas, consensos, tecnología y recursos para mejorar las condiciones de vida de la gente. Demonizar a fulano o a mengano sería sólo matar al mensajero. Y el desafío es mucho mayor ahora que la pobreza es amplia mayoría en el sur de la Ciudad, la rodea geográficamente por los tres costados y las capas medias se empobrecen, aunque hasta ahora más económica que culturalmente.

Existen las herramientas para hacerlo, hay individuos y sectores de la sociedad que hace ya tiempo que están trabajando en esa línea, en la formación de redes de contención, otros buscan la solución desde espacios no gubernamentales, tanto de los temas prioritarios como de los otros. Un error imperdonable sería intentar alambrar el crecimiento, que florezcan mil flores en la búsqueda de las soluciones que el pueblo de la Ciudad reclama. La política no puede rehuir la responsabilidad de marcar la cancha, ordenar el progreso y los avances, fomentar los cambios desde las instituciones de la democracia y liderar un proceso de transformación que revierta la triste curva de la calidad de vida de todos los porteños.

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