El miedo político, verdugo de la creación social

El miedo político, verdugo de la creación social

"Según los tiempos, hay una violencia política de métodos manifiestamente crueles, pero en otros – dentro de un sistema democrático – se combina con métodos encubiertos que, no obstante, también logran obstruir las fuerzas creativas, sobre todo en ciertos sectores dirigenciales que se encuentran sin respuesta para construir horizontes mejores".


En momentos históricos repetidos, nuestro país cayó en la opresión del poder, la violencia represiva y el miedo. Experiencias que, siempre, moldean huellas y restringen las posibilidades de representaciones comunes, abiertas hacia la creatividad, la esperanza, la convivencia y la producción colectiva digna.

Llamó mi atención una investigación extendida en el tiempo al respecto, llevada a cabo en Chile. Analizaba el gobierno de la Unidad Popular – del Presidente Salvador Allende -, la dictadura de Augusto Pinochet, el plebiscito que dio por tierra con su intención de perpetuidad; pero también, los obstáculos que esos miedos silenciosos atravesaban los primeros tiempos de la Concertación postdictatorial.

Admitiendo que las extrapolaciones siempre son relativas, también ciertas advenimientos en nuestro país nos llevaron a meditar sobre este tema. Diversos miedos. Desde el miedo de algunos dirigentes – en democracia – por lo que pudiese ser una “represalia” de la administración de turno, hasta otros miedos de la mujer y el hombre común, en su vida cotidiana.

Según los tiempos, hay una violencia política de métodos manifiestamente crueles, pero en otros – dentro de un sistema democrático – se combina con métodos encubiertos que, no obstante, también logran obstruir las fuerzas creativas, sobre todo en ciertos sectores dirigenciales que se encuentran sin respuesta para construir horizontes mejores.

La violencia consustancial a la condición humana tiene la posibilidad de sublimarse positivamente a través de valores, instituciones, organización y acciones políticas que la transformen a favor de una cohesión social, de mejores vínculos sociales, necesarios para el procesamiento racional de los conflictos. Construyendo creativamente instrumentos justos y eficaces que operan como oposición de las fuerzas destructivas.

Muchas sociedades pudieron hacerlo. Después de grandes crisis, como guerras convencionales o civiles, dictaduras, catástrofes económicas u otras rupturas del tejido social. Creando una productividad integral. Desde los valores espirituales hasta la de bienes y servicios. Revalorizando el trabajo como protagonista jerarquizado de la dignidad y el progreso.

En la enumeración concreta y provisional de nuestras tres últimas décadas, el miedo social generalizado se singularizó sucesivamente en el terror político, las hiperinflaciones y los colapsos económicos.

Obviamente que como en todo acontecimiento histórico las causas son múltiples y las responsabilidades también. Pero lo importante, en la responsabilidad de las dirigencias, debería ser no perder nunca de vista el conjunto para integrar y no profundizar exclusiones de ningún tipo; buscando la unidad en la diversidad. Atendiendo las urgencias, pero no perdiendo de vista aspectos estratégicos para mejorar el capital social de nuestro país. Proyectando para afrontar mejor las crisis eventuales. Preparándose seriamente para anticiparse y dar respuesta desafíos de un tiempo de mutaciones vertiginosas, y de la alta complejidad. Dando respuestas que superen cualquier nueva versión del miedo y la violencia.

Transfigurando de una vez el terror y el miedo por la esperanza. Para consolidar instituciones, crear nuevas subjetividades que revaloricen la dimensión individual en síntesis con lo público. Que lo público, a su vez, no sea territorio de la arbitrariedad, o absolutismo que alimenta el descreimiento colectivo proponiendo – como única salida – el repliegue individual.

Aludimos en el título al “verdugo” porque en su derrotero de significaciones es la imagen con rostro cubierto. ¿Será posible desenmascarlo?

El miedo crónico no puede transformarse prácticamente en un estado permanente en la vida cotidiana de los argentinos, no sólo de los afectados directamente sino de cualquiera que pueda percibirse amenazado. En sus ideas, sus bienes o en el escepticismo que se modula por la falta de futuro. El miedo, la desconfianza no puede ser la matriz de las relaciones sociales dominantes.

Mediante estas reflexiones, proponemos enriquecer en nuestro país la deliberación democrática, de una realidad concreta para que todos los actores sociales tomen conciencia del tema y puedan proponer acciones transformadoras en nuestra realidad. (Estas líneas son parte de la ponencia del autor en un panel que integró junto al filósofo Silvio Maresca y el ensayista Alejandro Horowicz que cerró el doctor Roberto Lavagna).

La deliberación política: que no es lo mismo que el ruido, el impacto o ver al otro como enemigo.
El sistema político, en su sentido más amplio, debería tener – desde mi punto de vista – tres condiciones importantes:

• Capacidad de anticipación a los desafíos, problemas, y si no fuese posible esto, de corrección de los efectos no queridos por la mayoría. Anticipar el futuro como promesa ¡¡¡y si acaso retratáramos las promesas como posibles y pudiésemos hasta identificarnos colectivamente con ellas!!! No solamente como proyección de lo materialmente factible sino de lo socialmente deseable.

• Con esa finalidad creadora hacer visible las tramas invisibles que son la causa eficiente, hoy por hoy, de violencias y miedos de todo tipo. El miedo y sus dominios son múltiples y cambiantes.

• Intervenir para liberar las fuerzas creativas de una sociedad

Franz Hinkelammert sostiene que “la realidad social no es una realidad a secas, sino una realidad percibida bajo un determinado punto de vista”. El punto de vista debe evitar quedar inmovilizado, paralizado, por un pasado que vuelve porque no se lo elabora debidamente. Sería una paradoja histórica: aquello que nos inmovilizó, nos vuelve a inmovilizar. ¿Será verdad aquello de que la historia se repite primero como tragedia y luego como comedia? El riesgo es que la astucia ligera, la agitación permanente, bajo un confuso “progresismo de minuta al paso”, sea funcional a la reacción.

Hoy el tema del miedo y la violencia, bajo el prisma de lo político, es más espinoso por la debilidad de las instituciones argentinas, ciertas concepciones del poder abusivas, poco democráticas; en la que parece primar la dialéctica del amigo-enemigo.

Nuestro país adquirió cierta madurez de la experiencia de las últimas décadas. Está en condiciones de romper un círculo vicioso y recurrente entre el exitismo, la sobreactuación y la depresión. Hay capital social para construir más previsibilidad, racionalidad, serenidad en la toma de decisiones; para enfocar la resolución de los problemas más urgentes y extender la vista más lejos. Para, utilizando una metáfora lumínica, saber conducir con luces bajas pero también altas.

Dentro de la ciencia y el arte, pero también de la política, las producciones dignas se logran cuando se abordan los problemas amplios e importantes y no se queda en la trivialidad del efectismo inmediato.

De no ser así, y parafraseando al poeta Pablo Neruda: el miedo puede sonar bajo las campanas.

El miedo, en nuestro tiempo, atraviesa todos los sectores sociales y origina desconfianza extendida.

La responsabilidad de la decisión política, justamente deliberada, reconociendo la importancia de hacerlo con rapidez y eficacia no puede ser substituida por la arbitrariedad absoluta. Aquella de que el “Estado soy yo”.

La amenaza política, la violencia y sus imágenes tienden (en términos de Weber) a una rutinización. Una naturalización, diríamos, de un modo de interacción política que se transfiere a gran parte de la vida social. La comunidad bajo esos condicionamientos inconscientes se conforma con opciones que tienen características de baja creatividad.

Los 70 y los 90 enseñan – entre otras cosas – que la política ni puede militarizarse, y tampoco que las privatizaciones y la liberación comercial son fines trascendentes para la estabilidad de la sociedad. Para alcanzar un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Siguiendo a Stiglitz, refiriéndose a los 90, “se ha puesto poca atención a la infraestructura institucional – que es necesaria para hacer que los mercados funcionen – y, especialmente, a la importancia de la competencia. Frente a la complejidad del mundo actual, la realidad son “estructuras disipativas de final abierto”. Agrego: esa es la oportunidad de la creación social.

Niklas Luhmann, sociólogo alemán estudioso de los sistemas sociales, introduce como noción interesante la capacidad de un sistema de ser autopoetico, vale decir con capacidad de reproducirse creativamente.

Caso contrario, lo siniestro invade las relaciones interpersonales por diversos caminos: la desconfianza, el control por la inteligencia (servicios) interna, los deslizamientos hacia el autoritarismo, la dependencia clientelar, el sometimiento, la apatía, el individualismo, la inestabilidad de lo impredecible. Así se termina destruyendo lo colectivo, se entierran las fuerzas creadoras en un pueblo.

Los miedos son una motivación poderosa de la actividad humana y, en particular, de la acción política. Condicionan nuestras preferencias y conducta tanto o más que nuestros anhelos. Son una fuerte pasión que, con mayor o menor inteligencia, enseñan la cara oculta de la vida.

El miedo al Otro, que suele ser visto como un potencial agresor.

El miedo a la exclusión económica y social.

El miedo al sin sentido a raíz de una situación social, como dijimos, dibuja un no-proyecto.

Y muy especialmente – como se afirmó más arriba – el miedo que puede atarnos a ser vigilados y eventualmente castigados por la administración de turno por no coincidir, por tener otras ideas. Esto muy especialmente entre algunos dirigentes y funcionarios que optan casi por un sucedáneo de la obediencia debida.

El miedo político – imperceptiblemente – se “naturaliza” en las personas como sojuzgamiento, sometidas y sometiéndose a una dinámica de relaciones de las que no se puede escapar fácilmente. No se sienten como extrañas aceptando el analgésico de la resignación, de manera activa. Comprometiendo nuestra subjetividad.

Nuestro pueblo debe superar ese conformismo y cada estamento desde sus responsabilidades – desde lo político, económico, social, gremial, intelectual y espiritual – buscar los consensos perdurables, racionalmente alcanzados para que se recupere plenamente una voluntad general para consolidar la soberanía digna, el desarrollo humano y sustentable que asegure oportunidades para una mayor justicia social.

Propuesta: una acción integral para desde el Estado y la sociedad trabajar para:

a) promover en la sociedad una conciencia creciente acerca de los valores y los problemas éticos que suscitan las nuevas formaciones sociales;
b) contribuir a un mayor conocimiento y debate acerca del desarrollo de valores humanos en nuestra política contemporánea;
c) identificar desafíos actuales en materia ética de la sociedad y discutir sus posibles respuestas;
d) promover que la mayor extensión hacia distintos sectores de la sociedad para que se integren al debate, recuperar el interés de los ciudadanos en situaciones de participación política.

Las violencias – y lo digo en plural – y los miedos están ligados.

Eso conlleva a un estado colectivo de riesgo convulsivo, angustia latente paralizante. Recuerdo siempre las palabras del fundador del Partido Socialista Obrero Español advirtiendo en 1936: “Lo que no soportará una nación es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Y agrega: "Se puede cree que este desasosiego, esta zozobra y la intranquilidad la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error. De ese desasosiego, de esa zozobra y de esa intranquilidad no tarda en sufrir los efectos perniciosos la propia clase trabajadora, en virtud de trastornos y posibles colapsos de la economía, porque la economía tiene un sistema a cuya transformación aspiramos".

¿Debemos enfrentarnos a eso? ¿No nos ponemos demasiado en el lugar de testigos mudos, impotentes, incapaces de acción?

Lo ocurrido en Misiones es una enseñanza. Esa misma condición humana, en la Argentina, parece no haber perdido la dignidad aun en nuestras contradicciones.

Dos discursos se encastran perfectamente cuando se trata de pensar la situación vital de la vida urbana hoy: violencia y miedo. La doctrina de la inseguridad es la tercera pata de un trípode que apenas sirve para sostener a algún gurú de turno, por un rato.

El derrumbe de lo antiguo debe ser ocupado por nuevas canciones. No cantadas en solitario, con autosuficiencia y autoprotección porque son la tentación de la venganza que suplanta a la justicia.

Cómo escribir los nuevos pactos sociales, las nuevas convenciones sociales creativamente.

Lo único que cura el miedo, decía Unamuno, es el peligro auténtico, refiriéndose a que pensar y no actuar es un manantial de miedo.

La vida, la naturaleza, la humanidad, sólo son bellas cuando son transfiguradas por una sociedad creadora. Un héroe colectivo, como diría el recordado Oesterheld. Todo lo demás es mentira o mediocridad.

En definitiva nuestra razón de ser para la buena vida aristotélica, siendo cautos ante tantas promesas incumplidas. Cada uno de nosotros reclama un futuro donde no tengamos miedo al otro, no tengamos miedo a la exclusión y formulado en positivo gocemos de un entorno favorable para que vivir juntos tenga sentido.

(*) Psicólogo, abogado y periodista. Actual presidente del Ente Regulador de los Servicios Públicos de la Ciudad.

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