"Chacón no es de Gimnasia pero odia a Palermo"

"Chacón no es de Gimnasia pero odia a Palermo"

Cuando un barrio se vuelve de moda corre el riesgo de convertirse en una pecera habitada por tipos que se miran el ombligo y se enamoran de su propia pelusa. Aún en Palermo, donde todo es tan top y limpito. Tan Hollywood.


El porteño barrio de Palermo no está preparado para las inundaciones y mucho menos para las pestes que está trayendo el aumento de la temperatura global. A pesar de ser una zona cosmopolita, o de venderse como una zona cosmopolita, no está preparada para el dengue, la tuberculosis, la sífilis y la gonorrea que proliferan en Palermo, y que como informan algunos corresponsales en el Soho, o en el Hollywood, no sólo parece estar saturado de mosquitos y de turistas sino también de mamertos y de turistas que antes de llegar a Palermo, visitan la Costanera Sur donde se les pega el mosquito, e ignorantes de prestigio y jerarquías, después visitan Palermo, desparramando infecciones y bichos. En el mejor de los casos, el palermitano (como el resto de las etnias que hablan) es una especie de animal unipulmonado que nunca es absolutamente completo en el sentido, digamos, en que una cucaracha es completa. Cuando presenta una cualidad valiosa, casi siempre, o siempre, carece de otra.

La especie mamerto, que en estas mismas páginas disecó un colega, es mamerto, pero también es algo más, o algo menos. Es decir, tenés cabeza y te falta corazón. Tenés un corazón con cinco litros de capacidad y en la cabeza no circula ni medio (la especie celátraga será causa de otro artículo). El palermitano, pero no sólo el palermitano (aunque en Palermo es notable), padece un sistema inmunitario poco acorde a tiempos tan agresivos en infecciones, contagios, calificaciones y nominados. La figura del ataque de pánico es muy popular en esa zona, acaso porque da algo como un plus, un extra, un suplemento de disidencia psíquica (trucha) que los palermitanos (y marmotas) asfixian con lorazepán, clonazepam, bromazepam, cuando no con Prozac, Zentius o litio. Al respecto, un amigo contaba, literalmente, que los palermitanos reciben a los extranjeros con amabilidad, y que el tilingo promedio se jacta de no saber si Lugano es un club de fútbol o la marca de perfume que usa Facundo Arana. Digámoslo: el palermitano es veleta, y es grasa. La distinción -abusando del señor Pierre Bourdieu- del palermitano es su estatuto de grasa. Antes que mamerto, diría grasa. Dice mi amigo que los palermitanos no es que sean globalifóbicos, ni que festejen la entrada al primer mundo, son progresistas, detestaban al menemismo con la misma intensidad que usufructuaban de él, y no sueñan con una integración mundial en un sistema de redes informática, aunque sienten pasión por el celular, siempre en la mesa del café, al lado de la revista Noticias, el diario La Nación y el último Auster.

Es cierto: en Palermo casi no hay teléfonos públicos, y para conseguir un locutorio hay que correr antes de las nueve hasta una avenida, como flor de mamerto. El palermitano siempre es palermitano, su voluntad es trasladar su palermitanismo por todo el planeta, persistir en palermitano es el deseo del palermitano. Si todo patriota es un cobarde, el patriotismo palermitano es una cobardía de cabotaje, de mamerto, es un calamar de agua dulce. El palermitano tiene sus teóricos: putas caras, pero con sífilis y bien reventadas, y psicólogas en alianza con putas baratas y travestis que denuncian el retorno del mal nietzscheano. El palermitano adora los bosques de Palermo: mamerto vuelto celátraga más que mamerto, clavado por un chabón disfrazado, bien mamerto.

El palermitano logró disolver la moral en procedimiento: no existen hombres brutales sino la brutalización, no existen los menores de edad sino las víctimas de la tutela, no existe la megalomanía sino el emprendimiento egoísta, no existe la idiotez sino la idiotización. Eso dice Sloterdijk, que es alemán. El palermitano no sabe si es un idiota o una excepción.

Pero sería un error político y conceptual pensar que ser palermitano o mamerto (que no siempre son lo mismo), usar pelada, anteojos oscuros, hacer pilates, saber del outsourcing y el piercing, es sólo producto de la época. también. Ahora que se entendió que la modernidad “fracasó” no porque no se siguieran escribiendo poemas después de Auschwitz sino porque la técnica no siempre alcanza para soportar las embestidas del universo, sería un error político y conceptual pensar que el palermitano es el epítome de la posmodernidad: la construcción de una interioridad y la creación de la apariencia privada (la intimidad), son inventos de la modernidad, y este tinglado de individualidades, palermitanas o mamertas, han puesto en escena esa intimidad. El palermitano es el último estribo de la modernidad. El mamerto se imagina que su posición es la correcta, es relativa de relativismo, y que lo mismo da un somalí que un matancero (lo mismo da, pero no en Palermo). La intimidad es intimidad, no puesta en escena. Pero acompañada por los medios de comunicación, la intimidad se puede decir que conspira contra la idea de intimidad, que genera mamertos, palermitanos: exhibicionistas de la intimidad.

En mi opinión, se necesita una dosis de iniciativa pecaminosa más audaz que esa para emprender una aventura que esté por encima del mea culpa.

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