Peligros virtuales, peligros reales

Peligros virtuales, peligros reales

En la Ciudad el 83 por ciento de los menores accede a internet sin control de los padres. Cómo proteger a nuestros hijos de delitos como el grooming, el sexting, el ciberbulling y la sextorsión.


El 48 por ciento de los adolescentes urbanos publica en Facebook al menos una vez cada tres días; el 53 por ciento de los estudiantes secundarios tiene más de 120 amigos en esa red social, que es la preferida de ese rango, por lejos, por sobre Twitter o Google+, que está en ascenso (un 76 por ciento tiene cuenta allí); 9 de cada 10 adolescentes que viven en ciudades tienen teléfonos, preferentemente de los smart, según datos que arrojó la encuesta que llevó a cabo Tata Consultancy Services Argentina a fines de julio. En tanto, siguiendo lo expuesto en los resultados de la encuesta Seguridad y Privacidad 2014, realizada por Microsoft entre 1.400 adolescentes que asisten a 200 colegios en nuestro país, un 30 por ciento comparte información personal (edad, colegio, e-mail, teléfono, dirección y nombres de familiares) con gente que no conoce en la vida real; un 39 por ciento sube fotos personales, y 4 de cada 10 llegan a conocer personalmente a un contacto que en principio era solo virtual. Pero las cifras no se quedan ahí.

El relevamiento de Microsoft efectuado entre chicos de 13 a 17 años también señaló que en 3 de cada 10 hogares no hay pautas claras sobre el uso de internet y qué tipo de información publicar. Además, solo uno de cada 10 chicos lee las políticas de seguridad y el 7 por ciento revisa las políticas de páginas a las que entrega sus datos personales. Sin embargo, un estudio que realizó Unicef Argentina con 500 adolescentes de todo el país, a través de una plataforma online y que se publicó a fines del año pasado, para analizar el acceso, consumo y uso de redes sociales, reveló que los adolescentes de 12 a 20 años tienen cierta conciencia respecto de los cuidados que hay que tener al navegar por internet, ya que el 82 por ciento habló de “seguridad” y de los “riesgos” a los que podían estar expuestos con amigos o familiares.

Chicos y nuevas tecnologías: ¿Es posible un maridaje seguro y saludable? ¿Cómo evitar el rol de policía y cumplir con el papel de adulto que acompaña y guía? ¿Todo es publicable? ¿Se puede vivir sin redes sociales, sin celular, sin internet?

“Las redes sociales son tan importantes para los chicos porque los comentarios que reciben legitiman lo que ellos están subiendo. Van chequeando qué quieren que los demás sepan de ellos. Pero no miden el alcance, piensan que solo sus amigos ven su perfil. La intimidad cede ante el deseo de ser popular”, expone Roxana Morduchowicz, doctora en Comunicación de la Universidad de París, autora de Los adolescentes del siglo XXI, Los chicos y las pantallas y Los adolescentes y las redes sociales. La construcción de la identidad juvenil en internet, entre otros libros que trabajan sobre la(s) cultura(s) juvenil(es) y nuevas tecnologías. Agrega Morduchowicz, sobre el rol –clave– del adulto en este proceso, este escenario aparentemente irreversible: “No es para alarmarse, sino para entender. El chico puede saber navegar, pero la brújula son sus padres”.

“Los niños y jóvenes menores de 18 años son la primera generación que ha conocido desde su infancia un universo mediático y tecnológico extremadamente diversificado y poblado de pantallas. Ellos tienen una experiencia cultural distinta: nuevas maneras de sentir, de escuchar y de ver. Nuevas formas de leer y de escribir. Nuevos usos del lenguaje y modos de comunicarse. Nuevas formas de aprender y de conocer. Nuevas maneras de relacionarse con el otro y de construir su propia identidad. Este fenómeno genera bastante desconcierto entre los adultos. Se ven confrontados con una oferta tecnológica cuyo manejo instrumental muchas veces desconocen y tienen más preguntas que respuestas”, explica.

No faltarán las encuestas, además, que pongan en la superficie lo que se sabe a todas luces: que los chicos no pueden vivir sin la web, que de ese modo no tendrían vida social. Y queda picando el escollo del escaso –o nulo– manejo de las herramientas informáticas por parte de los mayores, que quedan imposibilitados, así, de llevar adelante cualquier tipo de acompañamiento. Hay que hacer el esfuerzo, dicen los especialistas. Sin información no se puede incidir: no se puede decidir. Para eso, son fundamentales la escuela y la familia: tienen que enseñar a pensar y, de ahí, a adoptar una postura crítica. Gran desafío, difícil empresa teniendo en cuenta que se trata de instituciones en crisis. Entonces, habrá que relegitimarse, renunciar al monopolio de la información. O a la creencia sobre eso que en realidad ya no se detenta, dado que ese lugar, el de la fuente de información, se lo disputaron hace tiempo los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Y parecen haber ganado, al menos por ahora, la pulseada.

¿Y qué sucede antes, durante la infancia? ¿Los hábitos adolescentes se cultivan, de algún modo, en esa etapa? Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales, autora del reciente Infancias entre pantallas, está convencida de que aún falta una reflexión profunda sobre el rol del adulto. Los chicos juegan: juegan con la computadora, con la Wii, con la Play. Miran la tele, mucha tele. Les falta mucho para el metro de altura y ya cambian los canales, suben el volumen, conectan el DVD. Piden celular, les dan celular, y les dan iPod, les dan tablet: les dan todo lo que pidan, y ese todo va a parar, por lo general, a sus habitaciones, a ese reducto de la privacidad, que es cada vez más temprana. Y es ahí donde se solidifica, justamente, el fenómeno de la “solitarización”.

“Los juegos infantiles son cada vez más solitarios y competitivos. La llamada ‘solitarización’ se vincula, al mismo tiempo, con el tipo de juego que los más chicos eligen y con las interacciones que ese juego permite. Este proceso también lo podemos ver en las audiencias de TV, relacionado con la multiplicación de televisores en el hogar: la imagen de una familia frente al televisor se desplaza a favor de casi un televidente por aparato. En hogares en los que hay un solo televisor esto también ocurre: cada integrante se reserva un tiempo propio para mirar lo que le gusta”, detalla Duek.

“Otro tema que preocupa es el ciberbullying. No es un problema nuevo, pero se llevó a otra plataforma. La tecnología ayuda a perfeccionar estas cosas. Ahora se pude hacer bullying desde el anonimato, con mayor alcance y con persistencia en el tiempo. Todo se amplifica y perfecciona. Es diferente a la burla escolar que vivimos en nuestra infancia”, observa Morduchowicz.

Chicos y TIC, en la ciudad de la furia

¿Y qué pasa en la Ciudad de Buenos Aires? De acuerdo al Indec, el 69 por ciento de los hogares porteños acceden a internet, mientras que el 57 por ciento de los niños, niñas y adolescentes manifiesta navegar por la red en su tiempo libre. Además, el 70 por ciento de las personas utiliza computadoras en sus casas, de entre las cuales habría que contar a más de 300 mil chicos de entre 3 y 14 años que experimentan esa rutina. En tanto, la mayoría de los hogares no aplica filtros de contenidos para niños y más de la mitad de los padres no conoce el nick (apodo) de los contactos de sus hijos. El 30 por ciento de los chicos, a su vez, como ya se comentó siguiendo las tendencias, tiene una computadora en su cuarto y, quizás lo más alarmante, el 83 por ciento de los chicos accede a internet sin control de los padres.

A propósito de la problemática, desde el Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad, a cargo de Guadalupe Tagliaferri, señalaron que “existen numerosos ilícitos y hechos de inseguridad que se dan en el espacio virtual que no están regulados y, por ende, no son plausibles de una sanción judicial. Los riesgos del uso de los medios virtuales muchas veces resultan desconocidos para los padres y adultos en general, lo que dificulta el control que puedan ejercer estos a sus hijos en el marco familiar”.

Según manifestaron, existen múltiples modalidades por las cuales los menores pueden ver vulnerados sus derechos desde las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Algunas de ellas son el grooming (cortejar a menores a través de la web); el ciberbullying (subir contenidos de burla y ridiculización contra personas específicas); el sexting (envío de contenidos eróticos o pornográficos por medio de teléfonos móviles); la sextorsión (forma de explotación sexual en la cual una persona es chantajeada con una imagen o video de sí misma desnuda o realizando actos sexuales), y la vulneración de la privacidad y robo de identidad.

Cómo cuidarse

Ante este panorama, desde el Consejo dieron a conocer una serie de medidas preventivas que los mayores deberían poner en juego. Sugirieron hablar con los hijos acerca de los peligros en la red y recomendarles no hacer en la web lo que no harían cara a cara; nunca responder correos electrónicos o aceptar solicitudes de amistad aunque parezcan de una entidad o persona confiable, y no hablar por chat con desconocidos.

También, remarcaron que es importante recordarles a los chicos que no todo lo que se ve en internet es verdad, ya que muchos de los perfiles que se crean en la web son falsos. Asimismo, indicaron que la computadora debe estar en un lugar público de la casa y que se debe propender a que los niños compartan sus contraseñas con los padres o adultos responsables.

Por otro lado, sugirieron limitar el tiempo de navegación en internet y que los niños no llenen solicitudes ni formularios sin supervisión de los adultos. A su vez, aconsejaron adquirir software que ayude a filtrar contenidos y a bloquear ciertas páginas, y que los padres, aun en contra de la voluntad de los más chicos, pidan amistad a sus hijos en las redes sociales.

Por último, otras de las recomendaciones sugieren que es conveniente que los niños no descarguen solos programas ni software, ya que muchos de estos programas en numerosas oportunidades traen consigo un software espía que obtendrá información sensible de la PC. Antes de usar un servicio de internet, indicaron, por último, hay que asegurarse bien a partir de qué edad es conveniente la registración.

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