Los Fernández seguirán unidos hasta que la tarea sea realizada

Los Fernández seguirán unidos hasta que la tarea sea realizada

Por Horacio Ríos

Sus enemigos políticos apuestan a la ruptura, pero ésta no se producirá, aunque haya discusiones. Lo esencial debe hacerse visible, es una de las prioridades.


El Frente de Todos surgió del accionar y de la iniciativa de una multitud de dirigentes y militantes peronistas, pero en fue una cabeza la que terminó de darle forma a lo que hasta el 18 de mayo de 2019 era una masa aún inerte: la de Cristina Fernández de Kirchner.

Desde aquel día en el que le pidió a Alberto Fernández que encabezara el Frente de Todos, la amplísima coalición que derrotó a Mauricio Macri, aquel debió superar -con luces y sombras- una larga serie de contratiempos debidos, no sólo a la pandemia, sino también a su propia heterogeneidad.

Si fuera necesario ponerle rostros a la amplitud de la coalición gobernante, estarían en primer plano los de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner. En ellos, más que en cualquier otro, se encarnan -con estilos muy diferentes, a veces casi opuestos- las mil caras del peronismo.

Mucho se ha especulado –la mayoría de las veces sin fundamento- sobre las peleas, las diferencias políticas e ideológicas y la confusión de roles que se supone que existen al interior del peronismo, corporizadas en los rostros de Alberto y Cristina.

La relación entre éstos no es sólo personal, sino también política. Es necesario caer en esta lógica descriptiva tan absolutamente perogrullesca por el cúmulo de versiones antojadizas que han proliferado en los últimos tiempos acerca de las armonías y desacuerdos que anidan en el seno del Frente de Todos. La mayoría de ellas son el fruto de la necesidad de algunos sectores políticos y económicos –especialmente, estos últimos- de debilitar a un gobierno al que juzgan como poco amistoso para con algunas empresas, en especial, del rubro financiero.

La relación entre ambos líderes es buena, aunque esto no excluya los eventuales desacuerdos, que no pueden ser ocultados. El caso de la carta que la vicepresidenta publicó el 27 de octubre, con la excusa del 10° aniversario del fallecimiento de su esposo, el recordado Néstor Kirchner es un paradigma de esta afirmación.

Allí la exjefa de Estado destacó, en referencia a la designación de Fernández que esto ocurrió por “sus características personales y su experiencia política al lado de Néstor, signadas por el diálogo con distintos sectores, por la búsqueda de consensos, por su íntimo y auténtico compromiso con el Estado de Derecho -tan vulnerado durante el macrismo-, su contacto permanente con los medios de comunicación cualquiera fuera la orientación de los mismos y finalmente su articulación con todos y cada uno de los sectores del peronismo que, dividido, nos había llevado a la derrota electoral; determinaron que junto a mí, como vicepresidenta, encabezara la fórmula del Frente de Todos que triunfó en las elecciones del 27 de Octubre…”.

El rol preelectoral y, más tarde, la misión del actual presidente una vez que la fórmula triunfó, están descriptos acertadamente en este párrafo de aquella carta, que Cristina tituló “Sentimientos y Certezas”.

Posteriormente, el rol de Alberto Fernández atravesó momentos de gloria, como los que vivió en los primeros tiempos de la pandemia, cuando le dio prioridad a la salud pública por sobre la actividad económica y esto le valió alcanzar una cifra inédita, superior al 90 por ciento, de imagen positiva y momentos de seria debilidad, como los que vivió cuando debió dar marcha atrás con la estatización de Vicentín. Nada nuevo en las lides políticas.

Hoy por hoy, el único punto de fricción que puede existir entre ambas figuras políticas tiene que ver con la excesiva voluntad de protagonismo del presidente, preocupado en evitar el desgaste de su imagen, que hace que se desvíe de su misión a veces, para ocuparse de algunos temas de relativa importancia y deje de lado su rol de definidor en las materias esenciales.

Un vocero oficioso del Gobierno relató a este cronista que “a veces se pone a leer él mismo algunos documentos y luego se ocupa de ese tema y esa omisión provoca que exista inacción sobre otros temas, más importantes. Esto obliga a Cristina a que deba salir a fijar posición sobre ellos”.

De todos modos, esto no significa que el presidente no preside. Lo hace y es firme y contundente en ese punto, porque quien debe defender la gestión es él mismo, primero que nadie. Al fin y al cabo, si el Gobierno sufriera un desgaste, es su persona la que pagará el precio.

En este camino, es necesario que el jefe de Estado esté atento a los verdaderos problemas y delegue en sus ministros las cuestiones puntuales, las que involucran sólo a sus carteras.

El funcionario reclamó por la aparición “de un Marcos Peña o un Carlos Corach, los hombres que comunicaban en nombre de Macri y Menem. Peña ayudó mucho a Macri, que era una usina de  constantes errores y en eso fue muy eficiente. Por otra parte, todos recuerdan aquellas diarias conferencias de prensa de Corach en la puerta de su casa, con algunas de las cuales se podría escribir un tratado sobre política”.

Nadie cumple este rol en el actual Gobierno, lo que expone al presidente a un desgaste innecesario, que lo obliga a descuidar temas esenciales en aras de otros que no son tan valiosos. Ésa es una materia que merece discusiones entre ambos integrantes de la fórmula del Frente de Todos.

Contradiciendo a Antoine de Saint Exupéry, lo esencial debe ser visible a los ojos, he ahí la cuestión de los acuerdos y los desacuerdos entre Alberto y Cristina. Las tareas por realizar son demasiado importantes como para abandonarlas por disidencias perfectamente evitables.

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