El último baile de Macri y Cristina también fue para polarizar

El último baile de Macri y Cristina también fue para polarizar

La disputa por la entrega de atributos presidenciales es una nueva muestra de la ¿tácita? cooperación entre ambos líderes para reforzarse ante su electorado y dejar fuera de escena a otros actores.


Una vez más, lo lograron. Mauricio Macri y Cristina Kirchner son los dos protagonistas casi únicos e inexpugnables de la escena política argentina. Hoy, él está a un día de ser presidente de la Nación y ella, de dejar de serlo para volver al llano, sin fueros ni chequera.

La insólita y lastimosa pelea por el control del ritual del traspaso de mando (cuyo problema puntual es la entrega de los atributos del bastón y la faja, ya que nadie discute que la asunción será en el Parlamento al mediodía) tomó ribetes judiciales por la medida cautelar pedida por Cambiemos. El resultado –al menos por ahora- es que la Presidenta no formará parte de la simbología que unge a su sucesor.

Pero no son pocos quienes ven detrás de esta disputa novelesca un nuevo intento de copar la escena por parte de Cristina y Macri. Especialmente de la primera, y aprovechado por el segundo, como solió ser en estos ocho últimos años. De hecho, un alto dirigente del massismo compartía esta reflexión a Noticias Urbanas: “Cristina busca
centralidad y retener todo el poder posible”. Por ello el Frente Renovador busca ser la oposición constructiva desde el Congreso para nuclear al peronismo de centro y aislar a los gurkas del relato.

Pero la cooperación (sólo ellos saben si adrede o inconsciente) entre Macri y Cristina tiene viejos antecedentes. En 2010, durante los festejos por el Bicentenario, la reinauguración del Teatro Colón obligaba a ambos a compartir una velada que ninguno quería. En tiempos de incluso mayor crispación que los actuales, el jefe del gobierno porteño ironizó con las ganas que tenía de sentarse junto a “la Presidenta y su consorte”.

En actitud ofendida, Cristina levantó el guante y envió una carta (que hizo pública al instante) a Macri argumentando que consideraba mejor su ausencia de aquella fiesta en el Colón para evitar hipocresías, debido a lo que tomó como una declaración agresiva por parte de Macri.

En 2011, la Presidenta intervino en la campaña porteña de forma incisiva y constante (hasta interrumpió a su candidato, Daniel Filmus, en pleno discurso de lanzamiento de campaña). En el electorado porteño, reacio al kirchnerismo desde siempre, eso funcionó como combustible y le regaló a Macri un triunfo arrollador en el balottage (llegó a casi el 65%).

Tres años después, luego de algunos dimes y diretes sobre algunos frenos de obras por la falta de diálogo entre la Ciudad y la Nación, la Presidenta compartió un acto con Macri en la inauguración de la prolongación de la autopista Illia. “Querían una foto juntos, aquí la tienen”, enfatizó Cristina en su discurso, compartiendo el escenario (algo inusual ya que sólo lo hizo con otros jefes de Estado) con Macri, que también tenía su propio atril.

Ese mismo día, Sergio Massa, quien en ese momento reinaba en todas las encuestas para presidente, comentaba a uno de sus asesores: “Ella lo que está haciendo con esto es romperle el bloque duro de imagen negativa que tiene Macri”. Al exhibirlo como el interlocutor válido, o como el opositor elegido, Cristina esmerilaba a Massa, su principal preocupación por ese entonces. Macri vio venir el centro y cabeceó sin dudarlo para lograr el gol de la polarización que ambos siempre buscaron.

Esa polarización, que llegó recién sobre el final de la campaña electoral, no solo sigue sino que parece gozar de buena salud futura. Con la excusa de algo tan burdo como una entrega de atributos simbólicos, Cristina ya se alzó como jefa de la oposición del gobierno entrante cuando todavía no asumió, manteniendo consolidado (y obnubilado) a su electorado más fiel.

Amplificado hasta el hartazgo por los grandes medios, el conflicto es funcional a la polarización (o la grieta) que tanto necesita Cristina para mantenerse en pie sin recursos y evitar la llegada a escena de los peronistas que quieren sucederla en el liderazgo del movimiento justicialista, como Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey o el propio Daniel Scioli.

Macri vio la jugada y entró a la cancha sin sonrojarse. Tener en frente a un estereotipo de mujer despechada con la derrota electoral que busca entorpecer la transición y empeorarle la herencia de gobierno resulta efectivo a la hora de fortalecerlo en las encuestas. La radicalización de su postura (como lo es la medida cautelar) le sirve para mostrar autoridad y firmeza, y encontró en la Presidenta una sparring sin igual.

Para quienes esperaban un cese temprano de la polarización, estas señales pueden ser negativas. El nutrido bloque de legisladores de La Cámpora en la Cámara de Diputados, junto a su capacidad de movilización callejera, pueden ser la oposición más resonante a un gobierno que podrá usarlos como victimarios para reforzarse a sí mismo  y aspirar en 2017 a que el electorado busque robustecerlo con un triunfo en las parlamentarias de medio término. Y así, este tango al son de la polarización y la grieta entre Cristina y Macri, seguirá siendo bailado.

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