Disparos en la noche

Disparos en la noche

Por Horacio Ríos

Aquí, en estas líneas, Claudio Barcos, exsoldado, cuenta en exclusiva a NU su experiencia en el combate, no reconocido oficialmente, contra un comando del Special Air Service (SAS).


El exsoldado Claudio Barcos relata cómo combatió contra un comando del Special Air Service (SAS) en la base aérea de Comodoro Rivadavia. Al contar su experiencia pareciera seguir allá, en la fría estepa patagónica. Antes combatió para defender a su Patria y ahora debe luchar por algo mucho más primitivo: el reconocimiento.

El olvido del Estado sería paliado, según las promesas de los funcionarios de los ministerios de Defensa y del Interior, en breve. De todos modos, los jóvenes que marcharon a la guerra rodeados por una euforia injustificada y al volver fueron ocultados por una conducción de las Fuerzas Armadas que deshonró la valentía que desplegaron en el campo de batalla merecen una reparación que va mucho más allá de una pensión o de una recompensa económica.

La historia que contó Barcos a Noticias Urbanas tiene la simpleza épica de los que no alardean, pero es, en sí misma, una descripción de las armas que los argentinos quisiéramos que nos defendieran siempre: el valor, el sentido del deber y la obstinación para ser eso que debemos ser.

“La noche del 22 de mayo de 1982 estábamos atrincherados en el perímetro de la IX Brigada Aérea, en Comodoro Rivadavia. Nos ubicábamos en pozos de zorro, adonde caben no más de dos personas. Alejandro González estaba en el suyo y yo estaba en el mío, a unos 10 o 15 metros de distancia uno de otro. Él miraba hacia la Ruta 3 y yo hacia una colina, del otro lado. Teníamos un panorama muy amplio. Un poco después de la medianoche, González vio movimientos en su radio de visión, como a 300 metros de distancia. Me llamó y yo fui. En esa dirección no había un solo árbol, solo algunos arbustos, pero se veían bultos que se movían y después se quedaban quietos. Volví a mi pozo, pero después González me llamó dos o tres veces más para que fuera a mirar. La tercera vez, miramos hacia una franja de arcilla que había en el campo y que era tierra más clara. Ahí los vi a los tipos, iluminados por la luna. Cruzaron, se tiraron cuerpo a tierra y se quedaron quietos como 10 o 15 minutos. Después supimos que esto se hace para que quien los observe pierda la noción de lo que ve. En ese momento llamamos al cabo Daniel Bustos, que estaba en otro pozo, más grande, en el que había otro cabo y cuatro soldados más. Bustos al principio miró y no vio nada, por lo que se volvió a su pozo. Entonces, yo me metí en el pozo con González, porque nos habíamos puesto muy nerviosos. Yo me senté en el fondo y González se quedó parado. El borde superior del pozo le daba al pecho. En ese momento, apareció un tipo –después supimos que era un inglés–, que se paró arriba nuestro, en el borde del pozo. No nos había visto. González, en ese momento, le pegó, desde abajo, un tiro en el pecho, que lo hizo retroceder tres o cuatro metros, pero enseguida se volvió contra nosotros con un cuchillo. González salió del pozo y lo enfrentó mano a mano. Mientras tanto, se vinieron los otros ingleses y yo empecé a barrer la zona a tiros. González, que seguía mano a mano con el tipo, se tiró de nuevo adentro del pozo, pero como el inglés volvió, salió de nuevo para pelearlo y en ese momento le pegó con el Fal en la cara. Yo, mientras tanto, seguía tirando. El inglés, herido, se fue en el momento en que, en el medio del tiroteo, apareció el cabo Bustos para ayudarnos, mientras llamaba a la patrulla, que vino en unos minutos. Llegaron dos camiones transportando solo a oficiales y suboficiales, que tiraron seis o siete bengalas para iluminar el área. Se veía como si fuese de día. Los oficiales armaron un operativo de pinzas y salieron a buscar a los ingleses. Pero en el momento que tiraron las bengalas, descubrimos con González a dos ingleses que estaban cuerpo a tierra a dos o tres metros del pozo, salimos enseguida y los tomamos prisioneros. El cabo los revisó y les encontramos dos visores nocturnos muy grandes. Parecían televisores. También vimos cómo capturaban a los demás. Incluso, vi cómo cargaban entre cuatro soldados a un inglés y lo tiraban arriba de un camión como una bolsa de papas”.

”Como 30 años después me enteré de que matamos a dos ingleses, de los diez o doce que eran. Días después vi a uno de ellos, que estaba prisionero en una cárcel de campaña, de esas que se hacen con varios tambores de 200 litros enterrados, apoyados sobre una base de cemento. Como son profundas, de ahí no se puede escapar, solo se sale si a uno lo sacan. Nunca supimos la suerte que corrieron los ingleses, solo sabemos que la Fuerza Aérea los entregó al Ejército, porque todos dependíamos del mando del V Cuerpo, que quedaba en Bahía Blanca.

“Años después Richard Hutchings, el piloto del helicóptero que cayó cerca de Punta Arenas, a quien conocimos, me envió un mensaje preguntándome adónde estaban enterrados sus compañeros que esa noche se tirotearon con nosotros, pero no supimos nada de ellos después de que se los llevaron. De todos modos, los ingleses sabían que un grupo de ellos había estado en Comodoro esa noche, por eso fue la pregunta.

“Todo esto que le termino de relatar a usted, se lo informamos al Ministerio de Defensa. A la ministra Nilda Garré le envié una carta, que dejé en la mesa de entradas, relatándoselo, y a los tres días me llamaron para iniciar una investigación. Me sorprendió la rapidez, pero después me negaron el reconocimiento por razones que no entiendo.”

 

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