El Pro sufre un déficit de figuras para una elección clave

El Pro sufre un déficit de figuras para una elección clave

Por Eduardo Paladini

Por Eduardo Paladini. El Pro estudia como encarar el 2017 sin sus principales figuras jugando de manera directa. Inquietudes y planes. Carrió, un interrogante. Y un peligro llamado Lousteau.


El resultado, frío, se medirá en términos matemáticos. Por votos y por bancas. Pero su impacto político irá mucho más allá de los números. A solo nueve meses de haber llegado al poder, el macrismo ya piensa la elección del año que viene –la primera desde su sorprendente acceso al poder nacional– como una bisagra. El razonamiento, exagerado para un ciudadano común, tiene lógica política: es la primera vez desde la vuelta de la democracia que llega a la presidencia un dirigente que no proviene ni del peronismo ni del radicalismo y a través de una fuerza nueva. Esta particularidad, que por un lado debería implicar un crédito abierto por lo novedoso de la experiencia, hoy se lee más bien como un interrogante de cara al futuro. ¿Podrá pensar Mauricio Macri en una continuidad luego de 2019 si no pasa victorioso el inminente 2017?

Además del plus que podría suponer su debut en la Casa Rosada, Macri cuenta con una ventaja histórica. Desde el 83, la mayoría de las primeras elecciones legislativas luego de un recambio de presidente, sobre todo tras un salto drástico como el actual, fueron ganadas por el oficialismo. Así ocurrió con Raúl Alfonsín en el 85, con Carlos Menem en el 91 y con Néstor Kirchner en 2005. La excepción fue Fernando de la Rúa y una crisis inédita que derivó en unos comicios sin antecedentes: aquel 2001 con récord de voto bronca (blancos y anulados). En 2009, Cristina también sufrió un golpe duro en las urnas, pero entonces ya arrastraba seis años de kirchnerismo.

La incógnita entonces es ver si Macri podrá repetir la costumbre de sus antecesores. Las dudas hoy son enormes, casi tan grandes como fue la sorpresa electoral del año pasado, con triunfo nacional y en las dos Buenos Aires. Hoy están en gestión las principales figuras del Pro, inhabilitadas así para ponerse al frente de las boletas y lograr un arrastre. Desde el propio Macri a la taquillera María Eugenia Vidal (la dirigente con mejor imagen en todas las encuestas), pasando por Gabriela Michetti (impensado que deje el Ejecutivo para postularse, como hizo en 2009) y Horacio Rodríguez Larreta (con dos años más como jefe de Gobierno de la Ciudad). Esta particularidad hace que el oficialismo hoy corra riesgo electoral en los principales distritos del país.

Un caso muy particular es la provincia de Buenos Aires, la geografía en la que suele leerse el resultado con impacto nacional. Quien gana allí en las elecciones de medio término se perfila para las presidenciales siguientes. Por figura (como Sergio Massa) o por partido (una eventual victoria del PJ). Hoy, el Pro carece de dirigentes propios conocidos y taquilleros. Los que más suenan (Cristian Ritondo, Esteban Bullrich, Jorge Macri) no parecen tener aún la dimensión por sí solos para asegurar un triunfo. Por eso en la Rosada apuestan a dos ideas: una, vender la imagen de un equipo de candidatos más que una figura en particular; la otra, sacar a la cancha a Vidal, para que la campaña se centre en su persona, pese a que no se candidateará. Dos propuestas de laboratorio muy bonitas, pero de dudosa efectividad.

La otra alternativa es Elisa Carrió. Potente pero impredecible. Aliada pero con peso y vuelo propios. La líder de la Coalición Cívica, cuya banca porteña vence el año próximo, ya hizo los deberes para postularse en Provincia. Se mudó a Exaltación de la Cruz y sus dardos anticorrupción vienen en ese sentido: denunció a Daniel Scioli por supuesto lavado de dinero y vinculó a Sergio Massa con el narcotráfico. Se trata de dos de sus probables rivales. Pero ni siquiera la figura de Carrió hoy garantiza una victoria, que en caso de concretarse tampoco sería propia.

La ventaja en la Provincia se da en el rubro que hoy menos interesa en el Pro: la renovación de bancas. Hay solamente dos diputados puros del Pro que dejan su escaño, sobre 35 que se ponen en juego. Eso es porque, en 2013, el partido hizo una pobre alianza con (debajo de) Massa.

Una situación particular ocurre también en la Ciudad, distrito donde hace años el macrismo parece inexpugnable. Como con Carrió en Provincia, el rival puede estar adentro. Ya el año pasado, Martín Lousteau asustó cuando quedó a apenas tres puntos de Larreta en el balotaje por el Ejecutivo porteño. La pregunta rebota y preocupa en el Pro: ¿y si el actual embajador decide volver y candidatearse el año próximo? Aun haciéndolo dentro de Cambiemos, un triunfo suyo tampoco podría contarse como propio. Incluso lo dejaría muy bien parado para quebrar la hegemonía amarilla en el distrito en 2019.

En las otras dos provincias más grandes del país, el panorama también es incierto. En Córdoba, el PJ delasotista está muy consolidado. Y en Santa Fe, los rivales son dos: el socialismo, que viene gobernando, y el PJ, con Omar Perotti, de excelente elección para gobernador. El Pro viene peleando allí con Miguel del Sel, pero no está claro si el ex-Midachi está dispuesto a dejar el sol de Panamá, donde es embajador, para volver a postularse. Hoy dice que no.

En cuanto a los números globales de la elección, ningún resultado, salvo un batacazo histórico o una catástrofe, modificará la actualidad de Cambiemos en el Congreso: es minoría en Diputados, aunque en buena posición, y también en el Senado, donde depende exclusivamente del bloque del FpV que conduce el dialoguista Miguel Pichetto. Pero más allá de esa cuenta de bancas, una derrota en los principales distritos puede truncar una promesa de cambio que recién se despereza.

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