El Diablo es argentino: análisis del empate técnico

El Diablo es argentino: análisis del empate técnico

Más de nueve millones de bonaerenses fueron a votar en las primarias del domingo pasado, pero seguramente ninguno de ellos se imaginó una madrugada infartante como lo fue en cuanto a los resultados.


Uno de esos momentos que se recordarán por años, como todas esas cosas que no pasan nunca. Hasta que pasan.

Los dos principales candidatos a senadores nacionales, Esteban Bullrich (Cambiemos) y Cristina Kirchner (Unidad Ciudadana), registraban una diferencia de 6.915 votos a favor del primero, en un padrón de 12 millones. Es decir, fue un empate técnico con el cuatro por ciento de las mesas aún restando escrutar (y cuyo resultado dará la Justicia el mes próximo). Sobre el final del escrutinio provisorio, la diferencia era exigua –ambos coincidían en 34 por ciento– y, de hecho, como para terminar de disparar la histeria, llegó a ser de 0,01 por ciento, justo cuando la exPresidenta subió al escenario a las 3 de la madrugada. Pero el Diablo es argentino: cuando ella concluyó su discurso en el que se proclamó dos veces ganadora, el margen se había ampliado a 0,11 por ciento. Eso sin tener en cuenta que en la boleta para diputados, el oficialismo aventajó al kirchnerismo en 2,2 por ciento.

El pico dramático que provocó esta situación insólita fue el árbol que tapó el bosque en el análisis electoral. Pero pasó mucho más en la provincia de Buenos Aires que un empate entre Cambiemos y el cristinismo, un duelo que ya se ha convertido en un Boca-River político, dejando en el olvido el más clásico peronismo versus radicalismo.

La coalición oficialista gambeteó los pronósticos agoreros y logró un resultado mucho mejor del esperado. “Si perdemos por dos puntos en las PASO, firmo”, dijo uno de los popes del vidalismo días antes de los comicios. El temor a una derrota por cinco puntos y a una mejor performance del massismo fue reemplazado por la exaltación de empatar con la todopoderosa ex presidenta, reina en todas las encuestas previas. Que el escrutinio definitivo otorgue finalmente el primer puesto a Cristina no empañará la sensación de satisfacción en Cambiemos y, especialmente, la pérdida del miedo a una derrota grosera que afectase la gobernabilidad nacional y provincial.

Los municipios tienen su historia aparte: Cambiemos ganó 101 de los 135 municipios, superando la marca de octubre de 2015 y mucho más la de las primarias de aquel año. Increíblemente, el mapa político bonaerense se pintó mayoritariamente amarillo, aunque se quedó en su haber con sólo dos de los diez municipios más poblados: Mar del Plata y La Plata (echando por tierra los temores de que allí no se cosecharían porcentajes lo suficientemente buenos para balancear el resto). El peso de Cristina se exhibió con contundencia en La Matanza, Lomas de Zamora, Quilmes, Almirante Brown, Merlo, Moreno y Lanús.

El oficialismo consolidó su liderazgo en Tres de Febrero, Vicente López, San Isidro y en todas las intendencias del interior que ya gobernaba. Las perlitas: dio el batacazo en Ituzaingó, en donde ganó también su lista de concejales, y en Puan fue donde mejor le fue, obteniendo el 56 por ciento.

Sin embargo, los vecinos no respondieron al liderazgo macrista local en Quilmes y Pilar, y cortaron boleta en Lanús para favorecer al intendente Néstor Grindetti pero no a Bullrich. El peor resultado fue en Presidente Perón, corazón de la zona sur, con 18 por ciento. Tampoco en los municipios propios tuvo suerte Sergio Massa: en Tigre la lista de 1País superó apenas por 700 votos a la de Cambiemos, y perdió en el vecino San Fernando, gobernado por el Frente Renovador desde hace seis años. Por su parte, Florencio Randazzo al menos fue profeta en su tierra: se impuso con el 36 por ciento en Chivilcoy.

En cuanto a las secciones electorales, Cambiemos las ganó todas (en la que mayor porcentaje obtuvo fue en la Sexta, con 44 por ciento) excepto la más poblada: la Tercera. La particularidad se dio en la Primera, donde hubo un empate casi igual de lacónico que a nivel provincial, ganando Cristina por 0,13 por ciento. Allí también se registra el fenómeno del voto castigo antimacrista: si bien la boleta con el nombre de Cristina superó por pocos votos, la de diputados nacionales y senadores provinciales las ganó Cambiemos con más claridad.

Esta obra, además de sus protagonistas, también tuvo dos actores de reparto principales: Massa y Randazzo. El clima vivido en el búnker de Tigre fue calificado de “deprimente y desalentador” por un dirigente del FR. “Estupefactos” fue la palabra para los del GEN, cuya desdibujada Margarita Stolbizer convenció de ir hacia una alianza sin éxito.

Los massistas se sabían terceros –más allá de las encuestas difundidas por su partido, que buscaban hacerlos parecer casi primeros– pero esperaban quedar muy cerca del segundo para evitar ser funcionales a la noción de polarización. Obtuvieron el 15,5 por ciento, a casi veinte puntos de los dos líderes y mucho más cerca de Randazzo, el cuarto. Para colmo, la lista de diputados nacionales encabezada por Felipe Solá cosechó un punto menos, por lo que en octubre no lograrían renovar ni la mitad de las bancas ganadas en 2013.

El peor temor de Massa es que este resultado, que marca una tendencia a la baja constante desde octubre de 2013, sea el principio del fin de la estrategia de armar un frente diverso alejado del PJ. Su debilidad estructural puede terminar empujándolo hacia aquellos a los que trató de evitar, si quiere tener un lugar en la disputa de 2019.

Por su parte, Randazzo también se quedó corto. Su comando de campaña aspiraba a los dos dígitos, pero el PJ Cumplir llegó al 5,9 por ciento. Ni en Bolívar, donde su cabeza de lista para diputados es intendente, pudo despegar, aunque tuvo su segundo mejor resultado: 15 por ciento. El randazzismo sabe que con el correr de las semanas será posible víctima del efecto pinza de Cristina y Massa para quedarse con sus votos y se prepara para sobrevivir, aunque no son pocos los malvados que dejan trascender rumores de que se bajaría antes de octubre.

Un primer pantallazo de la jornada electoral muestra que la conurbanización del kirchnerismo no era una ficción de formadores de opinión sino un hecho real, y que el fenómeno Vidal pudo trasladarse (al menos casi totalmente) a un candidato poco competitivo como Bullrich. Y también que, por ahora, la política bonaerense se volvió, prácticamente, una disputa a solo dos bandas.

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