La muerte de Antonio

La muerte de Antonio


El 9 de julio de 1988, seguramente, pasará a la historia del peronismo como una de sus jornadas más recordadas y emblemáticas. Sin embargo y, probablemente, esa fecha no estará enmarcada entre las efemérides de la liturgia peronista.

Ese día no va a ser recordado por ningún levantamiento popular durante la proscripción, ni por acto de gobierno alguno que reivindicara la Justicia Social, la Independencia Económica o la Soberanía Política. No habrá que recordar ningún jalón épico que haya ocurrido en ese gélido día sábado. Sí podemos afirmar, no obstante, que ese día fue, hasta el momento, el hito democrático más significativo de la historia del Peronismo.

Esta fecha quedará grabada como aquella en que los peronistas concurrimos a las urnas para elegir el candidato a presidente para el período 1989- 1995. La elección del candidato presidencial, fue la culminación del proceso de renovación que iniciara en 1985 con la realización del congreso de Río Hondo y que tuviera como figura protagónica a Antonio Cafiero.

Fue él quien supo aglutinar tras de sí a un conjunto de jóvenes dirigentes que clamaban por un Peronismo renovado y moderno que dejara atrás las actitudes autoritarias y personalistas que nos habían llevado a la derrota de 1983. Hacía falta un peronismo proyectado al futuro, que asumiera los valores y las formalidades de la democracia, que rescatando el dinamismo movimientista pudiera organizarse y estructurarse en un partido político que por ser capaz de ejercer la democracia interna respetaría necesariamente la convivencia democrática con todas las fuerzas políticas.

Ese Peronismo renovado, moderno y democrático se moviliza y participa junto a Raúl Alfonsín en defensa de la democracia amenazada por la rebelión carapintada en la Semana Santa del ´87. La escena del domingo de Pascua en los balcones de la Casa de Gobierno, inmortaliza para siempre el pacto implícito de la dirigencia argentina en la irrestricta defensa de las instituciones y la vigencia absoluta de la voluntad popular. En enero del ´88, unos meses después, Cafiero no duda en acudir a Olivos en soledad para estar junto a un presidente atribulado, defendiendo de nuevo la institucionalidad amenazada frente a otro alzamiento, esta vez desde la ciudad correntina de Monte Caseros. Sabía Cafiero que aparecer solo junto a Alfonsín podía significar un alto costo político, sin embargo no lo dudó y estuvo junto al presidente. La responsabilidad institucional estaba por encima de todo. Cierto pícaro del momento intentó aprovechar la ocasión para anunciar una inoportuna suba de impuestos echando nafta al fuego en un tiempo económico que preanunciaba la hiperinflación.

El ejercicio electoral democrático de la interna presidencial del ´88 es el primer hecho político de una serie que va a generar la posibilidad de resolver la crisis de los finales de la década del ´80. En esa elección el principal partido opositor del momento demuestra que está organizado, que respeta las reglas del juego y sus afiliados acuden masivamente a votar su candidato a presidente dejando en claro que la única salida posible al marasmo económico y la amenaza militar pasaba por la política, los partidos políticos y las instituciones democráticas.

Debemos a la valentía y el coraje de Antonio que ese acontecimiento político se desarrollara exitosamente. Accediendo al pedido del menemismo y desoyendo los consejos de aquellos que siempre quieren ganar a toda costa, permitió que la elección interna se llevara a cabo por el voto directo de los afiliados y tomando al país como distrito único, dejando de lado los congresos partidarios plagados de sospechas y corruptela política.

El pueblo peronista consagró a Menem como candidato a presidente en una jornada tensa, de enorme y lógica expectativa pero sin irregularidades y en la que votaron más de un millón de afiliados a lo largo y ancho de todo la geografía de la Patria. Fue el ejercicio de democracia interna más significativo de la historia de los partidos políticos argentinos.

Cafiero, el favorito, el del “aparato”, el “poderoso” gobernador de Buenos Aires, asumió con inigualable hidalguía la derrota, dando fiel cumplimiento a aquello que “el que gana conduce y el que pierde acompaña”, suerte de perogrullada pero que no deja de ser una regla de oro de la vida institucional y democrática que mucha dirigencia se olvida de cumplir.

Su espíritu democrático nunca decayó y cuando entendió que debía ser reformada la constitución de la provincia de Buenos Aires, se sometió al escrutinio popular llamando a un plebiscito.

Para los que vivimos con intensidad la política a partir de la restauración democrática y tuvimos la suerte de conocerlo fue algo así como EL MODELO a seguir. Era como si te dijeran o si pensaras “¿Cómo me gustaría ser de grande?…no sería extraño que la respuesta fuera “…y ser como Antonio”.

Elegante como pocos, típico porteño pintón, orador brillante, metafórico, humorístico, de característico timbre semiagudo, futbolero, carismático, culto…brillante por donde se lo mire. Al verlo me daba pensar que era el tipo de persona que llevaba adentro eso que mostraba por fuera.

Ese Cafiero que uno podía ver impecable, de pelo blanco, los ojos vivaces, la dicción perfecta, las palabras justas, es el que conjuga el buen gusto con lo popular porque sabe que lo popular no puede ser de mal gusto. Ese Cafiero es uno de los pocos que antepuso sus ambiciones personales por aquello que a la argentina “la salvamos entre todos o no la salva nadie”, que fue grande en la derrota, el que ganó perdiendo porque perder o ganar es muchas veces anecdótico, si de construir un proyecto colectivo se trata.

El de la conversación versada y amena, plagada de anécdotas que daba cuenta de su vocación militante concurriendo a actos mínimos en plena ebullición alfonsinista en la Facultad de Derecho o a un viaje a la isla Martín García en un avioncito para homenajear un 17 de octubre o accediendo a escribir el prologo de mi novela “Tiempo Muerto”.

Lo recuerdo vivamente tomando un café en el bar Casablanca, frente al Congreso. Yo estaba con Daniel Scioli y él entraba a una reunión con otras personas. Daniel recién asumía como diputado. Se detuvo a saludar y le puso una mano sobre la frente y mirándolo a los ojos le dijo que él, Daniel, estaba llamado a ejercer grandes responsabilidades en la política argentina porque era uno de los pocos que llegaban al corazón del pueblo y que el pueblo seguro se lo iba a retribuir. El veterano político no se equivocaba, el tiempo le daría la razón y hoy Daniel Scioli es el candidato presidencial más competitivo para la próxima instancia electoral.

Hoy Antonio se murió. En el futuro calles y plazas llevarán su nombre. Para los que lo conocimos nos deja el recuerdo, amen de los valores que ha encarnado, de haber pasado gratos momentos a su lado.

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