La inflación es un impuesto perverso

La inflación es un impuesto perverso


¿Qué hizo Juan Perón en 1952 cuando la inflación se le fue al 38,8%? La disparada de este impuesto maldito se inició un año antes y llegó a ese tope una vez que el líder del Peronismo asumió su segundo mandato presidencial. Junto con ese fenómeno el Producto Bruto Interno (PBI) cayó un 6,1% por la baja de las exportaciones y el aumento de la importación de combustibles. La balanza comercial fue deficitaria y pasó de 2.000 a 3.000 millones de pesos entre 1951 y 1952, lo que significó una reducción de una tercera parte de las reservas nacionales. (Fuente: revista.elarcondeclio.com.ar)

Imaginen qué pudo haber hecho Perón, examinen los modos de dar un martillazo en el clavo. Vale la pena el esfuerzo. Esto va para las dirigencias oficialistas y opositoras que hasta ahora y desde la recuperación de la democracia no supieron qué hacer con la inflación, salvo Menem que -a costa de entregarlo todo- impuso el uno a uno y se acabó el problema durante varios años, pero llevó al país a la ruina.

No es cuestión de imitar a Perón, sirve la comparación con las medidas que se están tomando en 2021, sobre el reguero de culpas que se están echando sobre los únicos sectores que todavía producen algo. Perón no tuvo ningún empacho en dar una vuelta de timón en la orientación política de la economía marcada en el Primer Plan Quinquenal que privilegiaba el consumo interno y tomó decisiones para superar la crítica coyuntura. Lo hizo a través del “Plan Económico de Austeridad”. Sí, de AUSTERIDAD.

En febrero de 1952 anunció que aumentaría la producción agropecuaria, reduciría las importaciones y multiplicaría las exportaciones. La austeridad solicitada no implicaba sacrificar los consumos imprescindibles sino suprimir el derroche y los gastos innecesarios. Por eso, en su convocatoria, aquel presidente instó a los argentinos a “realizar un esfuerzo solidario para superar la situación adversa, contribuyendo al incremento de la productividad y la reducción de los consumos innecesarios, para favorecer el ahorro”. ¡FAVORECER EL AHORRO en plena inflación galopante!.

Como se ve, la diferencia entre Perón y el kirchnerismo es enorme porque este último, por una rara idea de su lideresa en segundo plano cree que de todos los males se sale con más consumismo y cerrando las exportaciones, dejando de pagar las deudas externas que en parte son suyas y echarle las culpas de la desgracia económica al macrismo.

Perón, en cambio, repartió las responsabilidades para el éxito del plan del siguiente modo: el 50% correspondía al gobierno, el 25% a mutuales, cooperativas y sindicatos, y el 25 % a la acción popular en defensa de la economía hogareña. Incluyó a los suyos en primer lugar para hacerse cargo de remontar la tragedia. A los empresarios, de la industria y el campo, les pidió que reforzaran la producción para exportar. Alberto Fernández cree que puede resolver el problema de inflación cerrando las exportaciones de la carne por un mes porque le subieron el precio del bife interno.

El Plan del Perón dio un resultado notable: en 1953 la inflación bajo del 38,8% al 4%, y en 1954 ya era de 3,8%. Si a esa política “le agregamos un aumento sólo del veinte por ciento en la producción solucionaremos el problema de las divisas, parte del problema de la inflación y consolidaremos la capitalización del país”, aseguró Perón para sostener el aliento del pueblo.

Siempre hay otras miradas y propuestas cuando se quieren resolver los problemas. Es cuestión de escuchar y releer experiencias anteriores, en las que sobresalgan las resoluciones aprobadas e implementadas por el conjunto del pueblo y quienes los representan en toda la escala partidaria.

La inflación es un problema perverso que solamente los argentinos no pueden resolver. Los economistas advierten que las presiones inflacionarias pueden ser monetarias, fiscales, de costos o alza de los precios. No se ponen de acuerdo pero hablan todo el tiempo por radio y televisión. En Argentina se dan todas esas presiones al mismo tiempo. Monetarias debido a la descabellada emisión de moneda por parte del BCRA; fiscales por el creciente gasto público y el consecuente déficit fiscal; de costos por la cadena de mayoristas y minoristas que intermedian entre el producto elaborado y el que consume la sociedad.

El país tiene una moneda débil de tanto darle a la maquinita de imprimir billetes. Últimamente hasta aparecieron los billetes con pájaros que había descartado al asumir el actual gobierno porque esos eran los impresos por Mauricio Macri. El país tiene problemas fiscales porque sostiene a un Estado elefantiásico y un enorme porcentaje de la población vive del Estado. El país tiene problemas de costos y no logra controlar los precios que, para el jefe de Estado, son “inexplicables”. Si él no sabe ¿qué queda para los ciudadanos?.

Pero hay economistas que no se quedan con ese versito, tal vez porque han pasado las de Caín en Venezuela, donde parece apuntar la proa kirchnerista. Raúl Gil Arias, contador público y abogado tributarista venezolano sostiene como pocos aquí, que la inflación es un impuesto. Y define conceptualmente la inflación y sus causas. En principio, y a su juicio, se cae en el error conceptual de sostener que la inflación proviene del aumento de precios y en realidad la causa es el déficit fiscal. De allí surgen políticas económicas y fiscales equivocadas para combatirla.

Gil Arias cree que los gobiernos aprovechan este flagelo para deslindar su responsabilidad y culpar a los empresarios de todas las consecuencias que se desprenden de la inflación. Considera que uno de los errores está en intentar planificar toda la economía controlando precios, salarios, cantidades y todas las acciones de la empresa privada bajo el argumento de que el mercado es desproporcional y no atiende políticas sociales. Las consecuencias de tales controles generan destrucción de la moneda y una guerra contra el empresariado privado, de su esfuerzo del día a día y su productividad. En ese esquema la inflación es la desvalorización del poder adquisitivo del dinero. El aumento de precios es una de sus consecuencias. La distorsión de precios es otra y el empobrecimiento general es la más grave. Ese combo impacta con mayor fuerza sobre los sectores de menores recursos, los pobres.

Por todo lo expresado la inflación es el impuesto más cruel que puede imponer un gobierno a los habitantes de su país. Otra mirada acota que es la razón de la pérdida del poder adquisitivo que sufren los ciudadanos, al afectar el costo de vida para el público en general y conducir a una desaceleración en el crecimiento económico.

¿Cómo se sale de la inflación? Ensayando una nueva estrategia sobre la aplicada por Perón, si quieren, o como expresan economistas que no quieren parecer agoreros: “Con 30-40 años de estabilidad”.  Eso se lograría dejando pasar una generación laboral que no conviva con el problema de la inflación, que el sindicalismo revise sus objetivos y funciones, los partidos políticos se democraticen en toda la franja de derecha a izquierda y respeten un plan de estabilidad para reconstruir un Estado sin fisuras para evitar desequilibrios. El cálculo más optimista ronda un bordado de voluntad política y persistencia de aproximadamente diez gobiernos nacionales.

Como dice una sabia amiga mía, Silvia García Gherghi: “todo es cuestión de dinero”. Perón decía que “el dinero tiene para nosotros un solo respaldo eficaz y real: la riqueza que se crea con trabajo”, y que “el peso no vale -como ninguna otra moneda- por el oro que se adquiere con él sino por la cantidad de bienestar que pueden comprar con él los hombres y las mujeres que trabajan” (1° de mayo de 1952).

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