El retorno de los barones

El retorno de los barones


“Se viene la diáspora.” El viernes pasado, a poco más de 24 horas del cierre de listas, la certeza de que Sergio Massa encabezaría una lista no K en la Provincia y sus poco disimulados contactos con Daniel Scioli hicieron correr un frío intenso por la espalda de los operadores del kirchnerismo.

Lo que hasta entonces se contaba como la pérdida de una decena de intendentes del GBA, con el alcalde de Tigre a la cabeza, podía transformarse en una fuga masiva de jefes comunales a boletas rivales del Frente para la Victoria. No hacía falta el título de consultor para entender que una partida de esa magnitud barrería con la ya menguada esperanza de triunfo en la estratégica provincia de Buenos Aires.

El temor por la pérdida de poder fulminó como un rayo otro de los pilares del relato: volvía (volvió) la hora de los despreciados barones del conurbano. El nuevo escenario, de peligrosa inestabilidad, obligó entonces a Cristina a revisar aquello con lo que se ilusionó tras el triunfo de 2011. Unidos y Organizados, el Movimiento Evita, La Cámpora y otras organizaciones cristinistas que se suponían superadoras del viejo PJ debían resignarse otra vez a la pluma de los viejos caciques.

Un repaso por las listas nacionales, pero sobre todo por las provinciales y municipales, prueba el volantazo de la Presidenta. También vale como ejercicio una charla con cualquiera de los “defensores puros” del proyecto. El enojo es proporcional al plantón que se comieron en la confección de las boletas electorales. La agrupación de jóvenes que comanda Máximo Kirchner, por caso, conseguiría con suerte la mitad de la cosecha de 2011, cuando metió ocho diputados nacionales.

Como ejemplo vale una “anécdota”. Mayra Mendoza, actual legisladora nacional, quilmeña, expareja del jefe de diputados bonaerenses José Ottavis y camporista como él, intentó negociar lugares con Francisco “El Barba” Gutiérrez, intendente de sus pagos. “La sacó cagando”, sintetizó una fuente al tanto de esos contactos. El propio

metalúrgico se puso al frente de la lista municipal en su distrito, como candidato testimonial. El mensaje es claro: “Los concejales son míos”, un modo de aventar cualquier fantasma destituyente.

Aunque todos reverencien a Cristina, los jefes del conurbano no confían en los jóvenes que se refugian con Máximo. El miedo a que el “vamos por todo” se los lleve puestos a ellos es más fuerte en los municipios que en la propia gobernación. Como Gutiérrez, otros dos intendentes K también pondrán su cara para dar testimonio y defender los votos locales: Osvaldo Granados, en Ezeiza, y Fernando Espinoza, en La Matanza.

Lo de este último incluye despecho: el matancero, al frente del municipio con más electores del país, hasta creyó que podía encabezar la lista de diputados nacionales,

que terminó en manos de su colega lomense Martín Insaurralde. Y más: como en un juego de ajedrez, Cristina le dio el tercer lugar de la lista de diputados nacionales

bonaerenses a una enemiga local de Espinoza, Verónica Magario.

La revancha, dicen cerca del intendente, llegará cuando se abran las urnas y su nombre tenga más adhesiones que el de Insaurralde. De esto saben los intendentes: cuando vieron que Kirchner, Scioli y Massa se estrellaban con el invento de las candidaturas testimoniales, alentaron boletas paralelas que superaron con creces a aquel trío.

Los tiempos cambian. Hoy, la defensa del territorio se hace a cara descubierta. En cuanto al posicionamiento del jefe comunal de Lomas, que se comprometió a asumir la banca en diciembre, también marca el reverdecer del Gran Buenos Aires. Es cierto que Insaurralde terminó en la cúspide más por desgracia ajena que por mérito propio –las inundaciones de La Plata y el choque de Castelar sacaron de la cancha a los ministros Alicia Kirchner y Florencio Randazzo, respectivamente–, pero también es cierto que su nombre sonaba desde hace mucho para los primeros lugares de la boleta K.

Por cierto, no es difícil suponer cuál será el ánimo de otro hombre del distrito, de probadísima fidelidad con la señora. Con el ninguneo al también lomense Gabriel Mariotto, Cristina dio otra muestra de cuán agradecido es el modelo con sus K-mikazes.

Así las cosas, la pelea de fondo de hoy en tierra bonaerense la protagonizarían dos intendentes del conurbano. En el caso de Massa, con fuerte apoyo del rubro: lo secunda el alcalde de Almirante Brown, Darío Giustozzi, y Sandro Guzmán (Escobar) y Oscar Alegre (Villegas) ocupan sitios expectantes. Si ganan una diputación se comprometieron a asumir.

Y como apoyo extra se sumaron Joaquín de la Torre (San Miguel), Mario Meoni (Tandil) y Gabriel Katopodis (San Martín). Van como suplentes. Pase lo que pase, seguirán al frente de sus distritos.

El cierre de los acuerdos de Massa también dejó en posición relevante a tres intendentes que paraban en otra comarca. El malvinense Jesús Cariglino, que se acercó a Macri hace un par de años y luego coqueteó con Francisco de Narváez, terminó con el exjefe de Gabinete K. Además, se mimetizaron con Massa los otros dos jefes comunales cercanos al intendente porteño: Gustavo Posse, de San Isidro, exradical K, y Jorge Macri, de Vicente López y primo de Mauricio.

Tan en serio se tomaron esto de que el acuerdo con el Frente Renovador lo tejían ellos que el propio Macri no se atreve a defenderlos de las acusaciones. En la política, la sensación de traición también se respira en familia.

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