Una sentencia de Marx para Aníbal Ibarra

Una sentencia de Marx para Aníbal Ibarra

Las elecciones legislativas de 2009 serán para el ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra pura ganancia, ya que su bloque no renueva diputados. Sin embargo, antes de frotarse las manos como gesto de satisfacción, a Ibarra le convendría hacer una autocrítica y regalarse para sí el peor de los diagnósticos.


La crisis del campo dejó en evidencia los desacoples entre la Presidenta, Cristina Fernández, y su antecesor y primer caballero, Néstor Kirchner. En el medio de ambos, Alberto Fernández hace equilibrio y su futuro en el Gobierno nacional es incierto. Tan incierto como el escenario que se abre para el Frente para la Victoria (FpV) porteño -cada vez más recostado sobre el PJ-, y sobre todo, para los kirchneristas no peronistas, cuya garantía venía siendo el jefe de Gabinete de la Nación.

Aliado del Gobierno nacional pero externo al FpV, el ibarrismo se refugia en la Legislatura de la Ciudad con un bloque de cinco diputados y la perspectiva de sumar más en las elecciones de 2009. Allí los ibarristas tendrán pura ganancia, ya que ninguno de sus legisladores deberá renovar la banca. Esos comicios, además, podrían tener un condimento extra: si prosperara la reforma constitucional que intenta el macrismo y junto con legisladores porteños se eligieran convencionales constituyentes, Aníbal Ibarra podría jugar fuerte con un tema que maneja al dedillo. Recordemos: él fue uno de los redactores de la Carta Magna porteña.

Pero antes de frotarse las manos como gesto de satisfacción, a Ibarra le convendría hacer una autocrítica y regalarse para sí el peor de los diagnósticos. Eso le permitiría cubrirse de eventuales traspiés y actuar en consecuencia. Para empezar, parece muy difícil que vuelva a ser jefe de Gobierno. Por lo menos en el mediano plazo, salvo que a Mauricio Macri le sobrevenga la catástrofe. Cierto es que los imposibles en política no existen: Alan García se fue muy mal de la presidencia de Perú y hoy es nuevamente el primer mandatario de ese país. Claro que en el medio transcurrieron 16 años. Como están hoy las cosas en la Ciudad de Buenos Aires, parece que tendrá que pasar mucha agua envenenada bajo el puente para escuchar "con Ibarra estábamos mejor". Cuántos litros, hoy nadie lo sabe. Tampoco si esa frase se escuchará algún día.

La autocrítica de Ibarra debería llevarlo a borrar varias líneas de su papel de eterno fiscal. Ibarra gobernó la Ciudad más de cinco años y su salida fue traumática. Macri, en cambio, vive hoy una luna de miel con los porteños, reflejada en el alto índice de imagen positiva que le dan todos los sondeos. Por eso, cuestionarlo se vuelve una tarea difícil para la oposición: significa romper la ilusión de la mayoría que lo votó y arriesgarse a obtener su repudio. Algo similar les pasó a quienes criticaron a Néstor Kirchner durante sus cuatro años de gestión. Al Gobierno nacional, las "balas" empezaron a entrarle recién ahora, más por desinteligencias propias que por virtudes ajenas. ¿Le conviene entonces, a un ex jefe de Gobierno que fue destituido, salir a cuestionar frontalmente a Macri? La lógica indica que no. Más bien, es el momento del repliegue, de la prudencia y la reconstrucción.

¿Pero usted le está pidiendo a Ibarra que se calle la boca? No necesariamente. A Ibarra pueden criticársele muchísimas cosas -desde este semanario y particularmente desde esta columna, nunca nos privamos de hacerlo- pero también es justo reconocerle que en plena crisis del 2001 las escuelas siguieron funcionando, que los hospitales, a pesar de la escasez de insumos, atendieron a millares de personas -no sólo a porteños sino a muchísimos hombres, mujeres y niños provenientes del interior-, que durante su gestión no se emitió moneda alternativa y que, además, se renegoció con éxito la deuda externa de la Ciudad, heredada del gobierno de Fernando de la Rúa. Fue precisamente por muchas de estas cuestiones que Ibarra, sumando el empuje que le dio Néstor Kirchner, obtuvo la reelección. Por lo tanto, el ex jefe porteño debería desempolvar su traje de fiscal para cuestiones de ese tipo, que son las que defendieron sus votantes. Salir a hablar sobre las comunas, como hizo días atrás, fue un error político mediante el cual le sirvió en bandeja la respuesta a sus detractores: ¿"Y usted, cuando fue jefe de Gobierno, qué hizo al respecto"?

Para criticar sobre estos temas en los que hizo agua, Ibarra tiene a sus compañeros de bloque. Abrirles el juego le permitiría no ser acusado de atacar desde el resentimiento. Forzándolo un poco, podría funcionar para este caso un consejo de Groucho Marx: es mejor permanecer callado y parecer un tonto, que abrir la boca y despejar toda duda.

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