Lucy, no te calientes por Arcor

Lucy, no te calientes por Arcor

"Lucy ahora, y tras afinar el blanco como una guerrillera convencida, cometió el error de meterse con esas empresas que hacen juguitos para los más chicos y que alientan un modelo de éxito deportivo, de competencia entre nenes que sólo promueven en mentes infantiles valores que ni siquiera los adultos más formados pueden contradecir"


Mi amiga Lucy sufre el capitalismo y la estupidez humana enquistada en lugares prominentes, como una alemana del Volga temerosa de los Cosacos, Kirkises, Tártaros y Mongoles que se violaron durante 170 años todo lo virgen y bueno que había en aquellos campamentos de agricultores abnegados a la vera de un río caudaloso parecido al Paraná. Lucy tiene memoria y tiene razón. Dios, o los santos evangelios o la patria o el antipoético ADN le dio el talento de la reflexión, la escritura y el compromiso con sus semejantes pero, ay, no le dio el cinismo necesario para capear los momentos desafortunados que son tantos.

Lucy es periodista profesional, lo que significa que tiene talonario de facturas y deudas con la Afip, además de un increíble don para detectar taxis libres en horas pico. Es blanca, no es casta pero sí es pura, en el sentido de que tiende a la pureza de las relaciones humanas, que busca acercar a la gente y que no encuentra ningún goce en las derrotas de los demás y ni siquiera aspira a que un día, como esas minas de Carver que atienden cafeterías en bares ruteros, venga un cataclismo que arrase con todo y fuerce a que se den de nuevo las cartas. No, no vela por ella sola. Es madre y todo lo bueno y malo que desee caerá como bendición o como lava también sobre sus hijos. Por ellos, y por los hijos de los demás, escribe una columna en una revista femenina y toda vez que puede intenta desarmar el arsenal de sentidos comunes con que los publicistas tratan de extender o asegurar el mercado de las empresas que los contratan. Hace bien, es de esa gente que insiste como loca en decir, en subrayar, cómo son las cosas. La animan dos creencias distintas y complementarias: piensa que hay que avivar a la gente, extender a la comunidad un estado de conciencia sobre los sistemas de dominación, en especial los más perversos, y porque, además, si no lo hace se muere. Viste esa gente que no es hija de puta, esa gente que es buena; bueno, así es Lucy.

Lucy ahora, y tras afinar el blanco como una guerrillera convencida, cometió el error de meterse con esas empresas que hacen juguitos para los más chicos y que alientan un modelo de éxito deportivo, de competencia entre nenes que sólo promueven en mentes infantiles valores que ni siquiera los adultos más formados pueden contradecir. Decimos empresas, digamos Kraft y digamos Arcor porque Lucy no es sólo antiimperialista.

¿Con qué cosas se mete Lucy? Con algo así. Un día cualquiera miramos televisión y llega la pausa y vemos que un nene de aspecto ingenioso que puede tener nueve años dice: “¿Y a vos cómo te hace sentir?”, y enseguida se muestra al chiquito con un vaso de Tang y al toque se transforma en dibujito. Mientras la música apura el ritmo y el dibujo va cambiando de planos a la velocidad de un clip, el jugo lo transporta en un tour adrenalínico por pistas de skate siempre montado en una burbuja naranja. ¡Qué lindo nene y qué zarpado que está!

Estas cosas son las que le hinchan las pelotas a Lucy y que Lucy denuncia. Ella cree que “la idea de que un jugo diluido funcione de alas mágicas traspasa la valla de la mentira publicitaria para entrar en el terreno de la falta de ética”. Y tiene razón.

Dice que “no se trata de hacer apocalipsis sobre los efectos colaterales de los jugos, pero sí de advertir sobre la asimilación del consumo –tomar, comprar, probar, gastar– con la posibilidad de evadirse de la realidad”.

Una lástima que lo tenga que aclarar pero tiene que hacerlo. Si en un medio le vas a decir la verdad en la jeta a un posible auspiciante, tenés algo así como la obligación del didactismo. Que los tipos sepan que no tenemos nada contra ellos, que sólo marcamos, subrayamos, destacamos algo que tal vez no nos parece muy correcto. Hay que ser maestritos de buitres. Pero con lo horrible que es el periodismo y aunque se toma esta molestia por razones comerciales, produce un acto de cierta cordialidad, muy contrastante con la violencia, la implacabilidad Ranger, la ferocidad Delta One de los publicistas y sus pagadores.

Y como Lucy venía insistiendo con el asunto, mes a mes, como venía cargando contra esta tendencia a hacer nenes modélicos grossos, campeones de todo, para que los flacuchos e inseguros de todas las familias del país sientan que pueden ser poderosos y oportunamente coloquen en el altar de los padres la esperanza de supervivencia en este mundo cruel y despiadado, los fabricantes de mentiras la pusieron en la mira. Vamos a decir que la objetivaron, la transfomaron en enemigo público y comenzaron el verdugueo retaceador de información. Lucy en la mira de los paraguas asesinos. Y sintió que su magia para abrir oficinas donde hay información, convencer a especialistas de todo tipo para que opinen (para que digan algo que valga la pena, para cerrar la nota y quede bien o redonda, pero también para que esas declaraciones abran la cabeza, transparenten oscuridades) se transformó en un juego de escondidas. Cuando trabajás de pintar la aldea y no te dejan pasar, es como que te desocupan de prepo. Es como la dictadura pero sin México o Suecia para ir a esperar o a organizarse. Una vez más, vamos a decir, los poderosos aplicaron modales que rara vez padecen. Ella se mete con lo que hacen ellos con la fuerza de las palabras y ellos le contestan forzándola al destierro o a vivir de un puesto de frutillas en la ruta.

Cada tanto, con Lucy y otros amigos cenamos en Broccolino, el mejor restaurant de pastas de la Argentina, clavado en la esquina de Esmeralda y Córdoba. La promesa de Broccolino es vas a comer, te va a gustar y no te vamos a robar. No hay ni chamuyo afrodisíaco para los spaghettis ni internacionalismo gastronómico flotante ni renovadas maneras de emplatar agnolottis. Así, un ambiente donde el arreglo a fines es tan honesto, combinado con un equipo de mozos atentos pero no alcahuetes, serviciales pero no esclavos y siempre con el humor clavado en que la vida puede ser hermosa, y mucho más cuando se come y se toma un vino de mesa puesto en la temperatura correcta, permite la revisión de las zonas chotas de la vida profesional sin deprimirse en exceso.

Allí entonces, hace algunas noches nos dijo: “creo que esta bien que se enojen conmigo en el sentido ladran sancho (porque en este país nadie nunca jamás toca a una empresa) y porque parece que hacer publicidades de juguitos para pibes es light y acá nadie cree que hacer barbaridades con los mensajes para chicos es importante y menos que menos en una de esas empresas que sacan cien mil puntos en la encuesta anual del económico de Clarín”.

Y como ella es buena, como son buenos todos los pibes del mundo que tomen o no juguitos, cuando por las razones inesperadas de la infancia se pelean con un compañerito a las manos (y aunque no hayan sufrido golpes que duelen ni nada, aunque los hayan separado antes de que vuele el primer manotón), se largan a llorar por el simple hecho de que les estuvo por pasar algo espantoso, Lucy dice: “Si disparo los tiros, después me la tengo que bancar, ¿no? Yo a veces disparo y después quiero que todos me quieran. Y eso no es así, ¿no?”

Y como la respuesta es no, le damos a Lucy el toque de cinismo que le falta y que a ella la hace matar de risa y que escucha, a veces, como una fanática religiosa, porque es así como a veces uno escucha lo que quiere escuchar o lo que uno quiere decir. Y le decimos: “Lucy, seguí escribiendo. Si no te atiende Giménez, te atenderá González y si no podés escribir sobre publicidades de nenes, escribirás sobre jugadoras de hockey que no llegaron a Leonas porque eran petisas. Sabé que no te van a faltar temas. ¿Y de veras pensás que vale la pena que gastes un solo minuto en preocuparte por lo mal que reaccionaron unos boludos que fabrican juguitos y caramelos? ¿Vos sabés lo forro que hay que ser para estar orgulloso de tener una fábrica de chupetines?

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