No es sólo la prensa, estúpido

No es sólo la prensa, estúpido

Están aquellos políticos y empresarios que "colaboran" con publicidad y creen tener todo arreglado. Quien paga la orquesta, elige lo que se toca, decía Theodor W. Adorno. Y ellos, sin haberlo leído, lo creen. Y a veces se enojan. Porque para esos tipos no existen las notas, sólo hay chivos y operaciones: los chivos son las notas lindas que les hacen a sus enemigos y las operaciones, las notas feas que les dedican a ellos.


Cristina Fernández de Kirchner era mala. Malísima. Su maldad comenzó cuando asumió la Presidencia de la Nación y decidió pelearse con la gente del campo, viajar al exterior, comprarle un Mini Cooper a su hija y seguir vistiéndose de manera elegante. Pero ahora que empezó a dar conferencias de prensa, los medios ya no la tratan tan mal. No era tan mala al fin y al cabo, parece. Mauricio Macri, en cambio, da conferencias de prensa semanalmente desde que asumió. Mauricio es bueno.

Sabemos la importancia del derecho a la información de los ciudadanos. Y sabemos también que hay figuras públicas -no sólo políticas- que detestan el contacto con la prensa. Y que si pudieran, lo evitarían al máximo, como hizo Néstor Kirchner durante su primer mandato, cuando le sobraba soga. Así que dejemos por un instante la corrección y el manual de derechos, y digamos que la verdadera causa que lleva a una figura pública que no comulga con la prensa a entrar en contacto con ella es la conveniencia. Porque hay un sector del periodismo que desde una postura egoísta, juzga al entrevistado -político, deportista, actor, científico o lo que sea- según la manera en que éste lo trata. Que le importa más si fulano le da una nota, que si hace las cosas bien. Y si fulano no cumple con los periodistas, lo castigan, así como ciertos medios se ensañan con quienes no ponen pauta y con los gobiernos que amenazan con quitarles prebendas.

Del otro lado, están aquellos políticos y empresarios que "colaboran" con publicidad y creen tener todo arreglado. Quien paga la orquesta, elige lo que se toca, decía Theodor W. Adorno. Y ellos, sin haberlo leído, lo creen. Y a veces se enojan. Porque para esos tipos no existen las notas, sólo hay chivos y operaciones: los chivos son las notas lindas que les hacen a sus enemigos y las operaciones, las notas feas que les dedican a ellos.

Aterrizamos sin querer sobre la cuestión de la libertad de prensa, un derecho que todos, no sólo los periodistas, debemos defender. Pero aclaremos: no es más importante que otros derechos fundamentales que no se cumplen, precisamente, porque no tienen prensa. Pongamos las cosas en perspectiva: en los modelos capitalistas, como el nuestro, los derechos referidos a la libertad se respetan más que los vinculados con la igualdad. Por eso mismo, aunque sea irracional, parece más importante publicar que un chico se muere de hambre en la calle, que evitar que el chico se muera. Por eso mismo, desde hace casi cincuenta años, cada vez que salta una discusión sobre el gobierno de Cuba, sus críticos cuestionan que allí hay libertades restringidas, mientras sus defensores remarcan que en ese país se cumple como en ningún otro lado de América Latina con los derechos a la salud, la educación y la vivienda. A Cuba ya la analizamos un millón de veces, ¿cuándo vamos a mirarnos nosotros mismos?

Lo contrario a la libertad de prensa es la censura, que no siempre es culpa del Estado. Porque además de la que ejercen los gobiernos autoritarios y/o totalitarios, tenemos la censura encubierta (el mencionado apriete por pauta), la autocensura del periodista (el no me animo porque…que siempre es preferible a la cobardía de no firmar la nota) y la censura que llevan adelante los medios, que se vuelve más peligrosa con la concentración y el monopolio, y que se denomina inocuamente línea editorial. Sí, no es conveniente para una figura que pretende ser pública quedarse fuera de este sistema. Preparemos el maquillaje.

Días atrás, en la contratapa de este semanario, el comunicador y analista político Mario Moldován dejó una lúcida sentencia. Habló a través de ejemplos, que podrían sintetizarse en esta máxima: en política, el contexto es más importante que el estilo comunicacional de los dirigentes. En otras palabras, ciertas actitudes que son vistas de manera positiva cuando hay un escenario favorable, se vuelven irritantes cuando la situación empeora. Así, Carlos Menem pasó de simpático a cínico; Fernando de la Rúa, de medido a tibio y después a pavo, y los Kirchner, de tener capacidad de mando a ser poco menos que una pareja de déspotas. Es la economía, estúpido, agregaría Bill Clinton. Y no estaría equivocado. Cuando no llegás a fin de mes, las sonrisitas, la parquedad o los gritos se vuelven insoportables por igual.

Sin ser una novedad, la idea expresada por Moldován adquiere notoriedad en una época en la que el marketing se volvió omnipresente. Y suena más impactante al provenir de la boca de un comunicador político. El marketing no alcanza para sustituir la falta de gestión. Sí puede servir para adaptar la comunicación ante un escenario adverso, pero su efecto es como el de un medicamento que actúa sobre los síntomas y no sobre la enfermedad: puede dar alivio pero, si no se resuelve la cuestión de fondo, su efecto es pasajero. Si Cristina no soluciona el problema de la inflación, de poco le servirán las conferencias de prensa. Lo mismo a Macri, si no comienza a mostrar resultados en los próximos meses.

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