Ibarra: de la Alianza al Frente para la Victoria

Ibarra: de la Alianza al Frente para la Victoria

"La realidad es que cuando la estructura de Ibarra estaba nocaut tras la fallida primera vuelta con el ingeniero xeneize, el propio presidente Néstor Kirchner a instancias de Fernández, le armó la "Operación Triunfo" que perduró con más controversias que acuerdos hasta que sucedió la tragedia de Cromagnon"


Un elemento político curioso que nos brindó la lucha por el poder porteño en los últimos tiempos es la relación cambiante entre el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra con respecto al peronismo del distrito. Corresponde dar por bueno en el salvataje de cierta coherencia de Ibarra, que el peronismo ha mutado en ese mismo lapso su discurso, su propuesta política y su expectativa electoral en la Ciudad.

Para empezar sería bueno recordar que Ibarra llegó al sillón de Bolívar 1 de la mano de la Alianza, a la que logró trascender en su caída nacional manteniendo la gobernabilidad del distrito, pero le dejó sellada una marca frustrante de su primer gestión. Eran épocas en que el PJ Capital estaba intervenido permanentemente por el poder nacional de turno tras aquél estrepitoso fracaso del 1,8 % que tuviera en Raúl Granillo Ocampo a su máximo responsable.

Durante ese período Ibarra -antes y después de la Alianza- se preocupaba por "no contaminar" su gobierno con funcionarios que hicieran de su identidad peronista una bandera. Así desfilaron en sus administraciones a título individual algunos pocos justicialistas "progre" mientras otros directamente nutrieron el aparato partidario del Frente Grande. Allí competían con aquéllos cuadros provenientes de la izquierda, principalmente del comunismo descubierto en el Colegio Nacional Buenos Aires. Otro sector de izquierda, que venía de paso por el Partido Intransigente y era liderado por Raúl Fernández fue la que se encargó de ordenarle la gestión de gobierno mientras Abel Fatala y Ariel Schifrin, ambos hoy afuera del Frente Grande, se peleaban por los congresales en lo que un ex secretario de la Comuna denominó la "interna del frasquito". La interna partidaria socialista era por entonces el modelo a seguir por el Frente Grande.

Luego de la derrota del menemismo, el peronismo de la Ciudad intentó una transición, en la cuál el SUTERH de Víctor Santa María y la dupla Miguel Ángel Toma y Cristian Ritondo, acordaron para salir del estado de intervención, hecho este que culminaría con las frustradas candidaturas de Daniel Scioli y Alicia Pierini, una fórmula que nació muerta el mismo día del acto eleccionario interno.

Al ganar el kirchnerismo, una de sus prioridades políticas fue sacar de escena a Toma y sus seguidores, por lo cual la Capital vovió a ser intervenida por la Justicia Electoral quien designó para normalizar al PJ a Ramón Ruiz. Este distrito debía ser -como lo fue un año y medio después- para el jefe de Gabinete y ex legislador porteño, Alberto Fernández. Y hasta allí llegó la senadora Vilma Ibarra en un acercamiento a todas luces productivo si uno mira por lo que vino después.

Eran épocas de confrontación política entre Mauricio Macri e Ibarra. Mientras que los que no gozaban del favor de la "pinguinera porteña" tuvieron que emigrar hacia el macrismo para acceder a bancas distritales o nacionales, Ibarra recibió el respaldo incondicional de Alberto Fernández y por primera vez incluyó en su coalición "Fuerza Porteña" a dirigentes que luego se legitimarían en "su" despreciado PJ Capital. La realidad es que cuando la estructura de Ibarra estaba nocaut tras la fallida primera vuelta con el ingeniero xeneize, el propio presidente Néstor Kirchner a instancias de Fernández, le armó la "Operación Triunfo" que perduró con más controversias que acuerdos hasta que sucedió la tragedia de Cromagnon. Obviamente tras los 193 muertos nada volvió a ser igual en el Gobierno de la Ciudad.

Ibarra tambaleó en sus primeros pasos producto de la magnitud de lo acaecido. Pero como experto boxeador no cayó, y en esto nuevamente tuvo que ver la sociedad tejida con Fernández, con quien puso en práctica una red de amortiguación para evitar que los golpes que enviaban Macri y "pinguinos varios" para derrumbar la construcción conjunta. Ibarra respondió con entereza por más de 22 horas en las dos recordadas jornadas legislativas. Cuando parecía remontar la caída, acosado sin tregua se equivocó al duplicar la apuesta bajo presión.

Lo que le resta por delante a Ibarra es una carrera de obstáculos, que comienza con el diseño del cómo se sale del plebiscito que no fue, luego el cambio de gabinete, sigue con las consecuencias que deriven de la causa judicial que vuelve a manos de la jueza Crotto, y continúa con una campaña electoral dónde el oficialismo nacional -más allá de seguirlo apoyando- lo imagina como un salvavidas de plomo en esa instancia. Todo esto mientras le insiste a su gabinete que redoblen su esfuerzo para recomponer una gestión pensada como Buenos Aires 10 y que hoy, por todo lo descripto, no se visualiza como tal.

Por último en esta sinuosa relación de Ibarra con el peronismo llegará octubre. El ibarrismo concurrirá al acto electoral detrás de su aliado y apoyo natural. ¿En qué condiciones?. Como pueda, sin grandes exigencias al menos por ahora. En la tira de diputados nacionales la Rosada tiene intenciones de llenar todos los casilleros expectables, en una elección que no se le presenta favorable. Para legisladores porteños la pelea será encarnizada, entre los K pejotistas, los inorgánicos y los ibarristas ex Fuerza Porteña (menos ARI), que sueñan con tener una lista propia colgada de la nacional. Demasiados candidatos para tan pocos lugares, todos en un Frente para la Victoria liderado por el PJ Capital, hecho que seguramente Ibarra jamás hubiera soñado cuando heredó el poder que dejara en el distrito Fernando de la Rúa. Lo que nadie puede dudar es de su pragmatismo, una de sus principales virtudes de un gobernante, graficadas en el repaso de la pasión de un hombre por mantener el poder.

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