¿Quién protege a los más vulnerables?

¿Quién protege a los más vulnerables?

La Ley 661 de 2001, que regula la actividad de los geriátricos, duerme en un cajón sin reglamentación que permita su completa implementación. El porqué sólo lo conoce aquel que desaprensivamente no consideró una prioridad a los 22.000 abuelos que radican en esas instituciones.


Otra vez un geriátrico. Otra vez la inoperancia o la famosa desidia argentina. Otra vez las llamas apagando vidas marcadas por la fragilidad de un sistema indiferentemente perverso.
A medida que avanzan las tragedias me siento tan poca cosa desde el escritorio que ocupo, tan pequeña ante la demencial injusticia. Tres adultas mayores sucumbieron en otra fría noche de julio, mientras más de quince heridos luchan todavía por salir del horror, el humo y el abandono, y siento que mis manos no alcanzan para sumar…
Y vuelven a mi mente aquellas cuatro señoras que en enero de 2001 perecieron indignamente en un subsuelo de un geriátrico de Belgrano R; las dos víctimas de la supuesta “falla técnica” en los respiradores del Hospital Santojanni y los hermanitos carbonizados en una casilla de la zona sur, hace pocos meses. Aún espero la identidad de aquel vecino que pagó el precio de pernoctar en la vía pública siendo devorado por una alcantarilla, mientras el Estado se olvidaba de intentar conocer su nombre. Y qué decir de la nena que murió aplastada en el Paseo de la Infanta, o las víctimas de Cromañon, la tragedia no natural más importante de la historia de nuestro país.
Siempre digo que en la Ciudad puede haber un Cromañon todos los días. La falta de inversión de los últimos cinco años, el empobrecimiento endémico, la deficiencia de los servicios públicos y un gobierno desmembrado, conducido por un Ejecutivo que dista de ser eficiente, ponen en grave riesgo cotidiana y temerariamente al Pueblo.
Y basta caminar los barrios más humildes. Desde mi actividad pública puedo vivenciar más de cerca las carencias de este sector. No dejan de sorprenderme y conmoverme las miles de familias que viven literalmente en el barro, con postes de luz adentro de sus casas, debajo de montañas de residuos peligrosos de alta toxicidad, con un grado de hacinamiento impensables en habitaciones oscuras y mal ventiladas, o muy ventiladas por falta de ventanas y puertas. Sí, en nuestra Ciudad hay desnutrición infantil, hantavirus, tuberculosis, roedores del tamaño de gatos…
Y mientras todo esto se agolpa en mi memoria, la Ley 661 de 2001, que regula la actividad de los geriátricos, duerme en un cajón sin reglamentación que permita su completa implementación. El porqué sólo lo conoce aquel que desaprensivamente no consideró una prioridad a los 22.000 abuelos que radican en esas instituciones.
Empecé estas líneas hablando de un sistema indiferentemente perverso. Y mi rabia crece porque pudimos evitar muchas de estas muertes.
Paradójicamente, esta semana trabajé con mi equipo en un proyecto para pedir que se reglamente esta ley tan necesaria, más allá de que en enero de este año hice un pedido de informes sobre la seguridad y los controles de los geriátricos que no ha sido aún respondido. Incluso esbocé una iniciativa sobre normas mínimas con las que deberían contar los mismos (sistemas de calefacción con tiro balanceado, detectores de humo, programas de evacuación, entre otros), pero no llegué a tiempo antes de esta nueva desgracia.
Creo que es momento para que todas las personas de bien nos unamos. La Ciudad esta sola, y navega a la deriva sin conducción y sin rumbo. A veces siento que es un iceberg que se desprendió del continente y divaga por los fríos mares del Sur.
Líderes políticos, representantes de la Sociedad Civil, el Gobierno Nacional, las Iglesias, Universidades, debemos trabajar desde un Hacer desinteresado y solidario, para que no se nos endurezca la piel alejándonos aún mas de nuestra gente. De lo contrario, ¿quién protege a los mas vulnerables?

* Diputada porteña de Cambiemos Buenos Aires

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