La democracia argentina y sus juicios

La democracia argentina y sus juicios

Admito que el uso de la palabra "masacre" para referirse a Cromañón me resulta revulsivo. En la Argentina esa palabra lleva supuestos muy duros. Aún las posibles mediaciones políticas e institucionales que pueden pesar en la responsabilidad de estas casi 200 muertes, no alcanzarían ese umbral "de acción directa", de sistematicidad o de alevosía. A las palabras, a sus significados, hay que cuidarlos y pelearlos.


La democracia argentina tiene en ciertos resonantes juicios una manera de expresarse. Se desarrolla a través de esos juicios ejemplificadores, donde adquieren los jueces un valor extremo. Sobre todo aquellos juicios en los que se juzga la acción del Estado, a través de sus hombres. El ejercicio ciudadano muchas veces supone, frente a muchas realidades adversas, un ejercicio de acumulación hasta "el juicio". La sociedad lleva a la justicia a los acusados. La consigna Juicio y Castigo, o Memoria, Verdad y Justicia, nacidas de las causas de los DDHH, se extienden a toda la vida social del país.

El primer eslabón es el juicio a las Juntas, el famoso juicio iniciado en abril de 1985, en la misma sala en la que hoy se desarrolla el juicio por la tragedia de Cromañón. Había algo en el meollo de esos años iniciales que tenía que ver con encontrar las palabras justas, exactas, "jurídicamente exactas", porque la operación de la justicia también era (es) una operación sobre la lengua. Había que decir jurídicamente lo que había pasado.

El juicio funcionó como relato social. Y las palabras de los fiscales, de Moreno Ocampo y Strassera, debían ser fruto –a la vez- de un frío cálculo para ordenar las pasiones de la historia. No se estaba haciendo solamente justicia, en los términos administrativos o burocráticos. La prosa radical, ambigua, prudente, minimalista por momentos, de esos años, ejemplifica también la puesta en rigor con que el Estado, el estado de derecho, se reestablecía. No podía decirse una palabra de más, el juicio era un algodón entre cristales que no debían estallar: el dolor de las víctimas, la presión tenaz de los organismos, la "paciencia" del alicaído partido militar. Y por eso es que la famosa "teoría de los dos demonios", es decir, esa teoría del equilibrio, en donde una sociedad argentina, pastoral e inocente, había sido testigo de un enfrentamiento de oscuras fuerzas con raíces metafísicas, además de ser un cuento de lobos para niños, expresaba el ánimo y el espíritu de una época. Se trataba de la vuelta del Estado y de la sociedad, de "la república perdida". La sociedad debía ser inocente. Como la materia fetiche y obligatoria del CBC ("Sociedad y Estado"). Todo juicio tiene su fondo de chivo expiatorio.

Admito que el uso de la palabra "masacre" para referirse a Cromañón me resulta revulsivo. En la Argentina esa palabra lleva supuestos muy duros. Aún las posibles mediaciones políticas e institucionales que pueden pesar en la responsabilidad de estas casi 200 muertes, no alcanzarían ese umbral "de acción directa", de sistematicidad o de alevosía. A las palabras, a sus significados, hay que cuidarlos y pelearlos.

La novela de la corrupción (género surgido en los años ’90) tiene su capítulo brutal en esta tragedia. La banalidad de la corrupción y de su mal. La apropiación que hizo Aníbal Ibarra del potente "símbolo Strassera", al tenerlo como abogado defensor durante su juicio político, figura como síntoma del vacío al que su propia gestión y su propio relato habían caído: beber del cántaro originario de esta democracia, producir una "vuelta" a las fuentes o raíces, una manera de imantar viejos sentidos ya vaciados para que queden del otro lado "los golpistas". Ibarra se confundió con la democracia. Creyó encarnarla. Su caída, cuyas consecuencias políticas son igual a cero, la vivió como la única desgracia de los hechos. Pero no. Las muertes enlutan aún. La tragedia se parece, más que a una masacre, al corolario de muchas "inercias" en prácticas sociales que atraviesan a nuestra sociedad, donde la principal, parece ser, la corrupción mecánica, natural, casi burocrática. Y la alineación, esa noche, en ese momento, entre esa corrupción, el juego al límite de la bengala, el afán de lucro del rockero existencialista, provocaron este agujero negro, que hoy, en un juicio, se puede iluminar.

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