Los tiempos se acortan y hay cada vez menos tolerancia

Los tiempos se acortan y hay cada vez menos tolerancia

Según Jorge Giacobbe, el desencanto, que con Macri tardó tres años en aflorar, hoy se ensaña con Alberto Fernández.


S i al televidente le taparon los ojos y al oyente le distorsionaran la voz del protagonista, los dichos del presidente Alberto Fernández en su reciente visita a México bien podrían pertenecer a Cristina Kirchner u otro dirigente emblemático de ese espacio. El mandatario argentino, visiblemente enojado, trató de “payasada” la denuncia por el vacunatorio VIP, mandó a los fiscales a investigar otras cosas y –cuándo no- cuestionó a los medios. Esa “kirchnerización” en la palabra de Fernández, que había aparecido esporádicamente en su año y pico de gestión, empieza también a reflejarse en el modo en que la gente lo ve al Presidente.

Esta particularidad, que comenzó paulatina pero persistentemente desde la primera gran polémica en la lógica de la grieta con la frustrada expropiación de la empresa Vicentín, se profundizó este mes. Así lo refleja un nuevo estudio, hecho incluso antes del escándalo de las vacunas.

“Alberto Fernández sigue exhibiendo el desgaste equivalente a tres años de gestión, es decir, que su deterioro de imagen es más acelerado que lo esperable. La sociedad argentina, en su inmenso fastidio, fagocita prestigios políticos a ritmos asombrosos. El presidente perdió, desde mediados de diciembre, tres puntos de imagen positiva, que se depositaron directamente en su negativa. El mismo proceso sufren tanto Cristina Kirchner como Horacio Rodríguez Larreta” 
Jorge Giacobbe & Asociados: es uno de los consultores con más presencia en los medios y mensualmente presenta entre uno y dos trabajos con datos de coyuntura, que incluyen, obviamente, la imagen de Fernández.

Su último sondeo nacional incluyó un relevamiento de entre el 11 y el 13 de este mes –el caso se destapó el 19-, de 2.500 casos.

Hace meses que Giacobbe publica los números de cinco dirigentes: el Presidente, Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof. En la primera parte del año pasado, sobre todo en el arranque de la pandemia, la imagen del Presidente “volaba” y era claramente el mejor visto por los argentinos.

Luego, empezó un mano a mano con el jefe de Gobierno porteño, que luego lo pasó. Y ahora, el presidente aparece mezclado con el resto, con sus números más cerca de Cristina que de Larreta.

Mientras el intendente de CABA combina 35,8% de positiva, 27,1% de regular y 30,2% de negativa (el resto no lo conoce o no contesta), Fernández tiene casi la misma imagen a favor que la vice (26,5% y 25,1% respectivamente) y está apenas un poco mejor en la negativa (- 55,7% contra – 63,2%). Una mimetización impensada poco tiempo atrás.

También el presidente queda emparentado con los números del gobernador bonaerense (+ 23,4%, – 58,4% y 12,3% de regular) y hasta con los de Macri (+ 21,7%, – 48,7% y 27,4% de regular), el dirigente nacional peor evaluado en casi todos los estudios.

Agrega Giacobbe en su análisis:

“Alberto Fernández sigue exhibiendo el desgaste equivalente a tres años de gestión, es decir, que su deterioro de imagen es más acelerado que lo esperable. La sociedad argentina, en su inmenso fastidio, fagocita prestigios políticos a ritmos asombrosos. El presidente perdió, desde mediados de diciembre, tres puntos de imagen positiva, que se depositaron directamente en su negativa. El mismo proceso sufren tanto Cristina Kirchner como Horacio Rodríguez Larreta”.

“Lo mismo sucede en las evaluaciones respecto de las gestiones de la crisis del Covid-19, mientras sigue por encima del setenta por ciento la cantidad de argentinos que mantienen mucho o algo de temor al virus. El gobierno nacional ya es depositario de la mayor parte de la responsabilidad asignada por los ciudadanos en cuanto a la crisis económica (40.8%). La estrategia de poner la responsabilidad en el presidente anterior, que a Macri le funcionó dos años, a Alberto le sirvió apenas ocho meses”.

El tiempo es veloz cantó alguna vez David Lebón. Y no espera a que aparezcan las buenas intenciones.

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