Lo que dejó Alfonsín

Lo que dejó Alfonsín

Laura Di Marco

Fue el primer presidente tras una dictadura que dejó un reguero de sangre en el país. Intentó restañar las heridas de la represión y por eso se lo considera uno de los padres de nuestra democracia.


A cinco años de su muerte, ¿qué legado dejó Raúl Alfonsín en la política argentina? O, dicho de otro modo: ¿hay en el kirchnerismo, además de la pelea con Clarín y con otros “enemigos” comunes, huellas del alfonsinismo?

Tal vez en el acto-homenaje al presidente radical del último lunes en el teatro Liceo, a cinco años de su muerte, se escondan algunas claves capaces de conectar un momento con otro.

La ceremonia, de la que también participaron el juez de la Corte Eugenio Zaffaroni y el excamarista León Arslanian, fue cerrada por Leopoldo Moreau (hoy cercano al Gobierno), quien finalizó su discurso con una frase pícara: “Los alfonsinistas los estamos colonizando a los kirchneristas”.

Antes que Moreau, había hablado Leandro Santoro, militante de Los Irrompibles, una agrupación de la Juventud Radical que tiende puentes entre la política de los derechos humanos de Alfonsín y la actual, en una clara diferenciación con otros sectores de la JR, a los que confronta de plano. La misma que el Día de la Memoria cuestionó abiertamente la política de derechos humanos de Cristina Fernández, con afiches que la aludían directamente.

Tal vez la pregunta del inicio encuentre algunas respuestas haciendo un viaje al archivo del tiempo.

En 1983, la campaña de Raúl Alfonsín se basó, en parte, en el discurso de los derechos humanos: un territorio que Cristina y Néstor Kirchner no solo nunca habían pisado sino del que estaban a años luz. Los archivos periodísticos de Santa Cruz reflejan este hecho que probablemente sorprendería a los hijos de desaparecidos que hoy acompañan al Gobierno.

En el marco de la campaña del 82-83, Alfonsín había denunciado un pacto militar-sindical, en alusión a la participación activa de sindicalistas del peronismo en la represión ilegal. No hizo nombres; sin embargo, presionado por la prensa, antes de un viaje a España como candidato presidencial, señaló a uno: Rodolfo Fito Ponce, secretario general del gremio de elevadores de granos. Ponce, denunció Alfonsín, había integrado la parte civil de la represión ilegal de la Triple A en Bahía Blanca, por lo que buena parte de los desaparecidos y secuestrados en aquella ciudad le deben su suerte.

La acusación cayó como una bomba en Río Gallegos, donde uno de los sindicalistas aliados de Ponce, el secretario del Supe Austral, Armando Bombón Mercado, empezaba a financiar el incipiente proyecto de un ignoto joven abogado: Néstor Kirchner. Mercado era entonces el marido de Alicia Kirchner y había nombrado a sus cuñados, Néstor y Cristina, como abogados del Supe.

En el juego gremial, Ponce, Mercado y el petrolero Diego Ibáñez integraban el lado más oscuro del sindicalismo.

Ponce fue, entonces, desagraviado en el sur. Por las calles de Río Gallegos y Río Turbio, desde la lejana Patagonia, la joven pareja Kirchner y los cuñados Alicia y Bombón encabezaron sendos actos para limpiar el honor del gremialista “difamado”.

Lo hicieron desde el Ateneo Juan Domingo Perón, la agrupación antecesora del Frente para la Victoria Santacruceña, y la noticia puede verse en cualquier archivo de Río Gallegos: el diario Correo del Sur (que ya no sale más) le dio un gran despliegue.

A favor de la pareja patagónica, que en el 83 respaldó a Ítalo Lúder, candidato presidencial que apoyaba la autoamnistía de los militares, podría decirse que todo el peronismo estaba en la misma sintonía y que tuvieron que pasar muchos años para que lo que hoy conocemos como kirchnerismo retomara, en 2003, el surco del 83.

Hace unos meses, el historiador Loris Zanatta, de paso por la Argentina, vaticinaba la muerte de los populismos (entre los que incluye al kirchnerismo y al peronismo clásico), a manos de la tradición constitucionalista liberal, de la que Alfonsín era mentor.

Pasado en limpio, lo que el autor de Eva Perón, una biografía postula es que el populismo tiene una visión homogénea del pueblo en sociedades que son, cada vez, más fragmentadas. Una fragmentación que, tarde o temprano, se impone y le saca la máscara a esa idea mítica de la unanimidad.

“Si lo miramos en términos históricos, después de la Segunda Guerra Mundial y mucho más aún después de la Guerra Fría, en Occidente ha habido un avance enorme de la tradición constitucionalista liberal. Fue así como los populismos (NdR: Zanatta ubica en esa familia tanto al fascismo como al comunismo) se han visto obligados a poner su contenido dentro de la ropa de la democracia constitucional liberal.”

“Híbridos” les llama el historiador a los populismos que han adoptado contenidos, valores y discursos de la democracia liberal. El grado de penetración del discurso democrático puede evaluarse en la legitimación de la violencia de los setenta para amplias franjas sociales: ¿acaso algún setentista hubiera cuestionado el asesinato de Rucci, amparándose en el discurso de los derechos humanos?, ¿tenía entonces Rucci derechos humanos?

Sigue Zanatta: “La idea de pueblo, en el populismo, se vuelve todo el pueblo. El que tiene todas las virtudes. Y quienes quedan afuera, aunque sean el 50 por ciento de la población, son deslegitimados porque han caído en el territorio del mal, atentando contra las virtudes del pueblo. Es una visión dicotómica, una visión maniquea, típicamente religiosa. Es antipolítica y, casi diría, prepolítica porque, ¿cuál es el espacio entonces para la política, que nació justamente para impedir que los conflictos fisiológicos de toda sociedad se deriven hacia conflictos destructivos?”.

De allí que donde no hay política se destruyen las instituciones colectivas.

El italiano dirá que todas las ideologías, finalmente, tienen una idea de pueblo. Sin embargo, esta noción de pueblo no es plural porque el individuo queda sometido al bienestar de la comunidad organizada. El individuo que no acompaña esta idea de pueblo tiende a ser una enfermedad del organismo y, como tal, debe ser rechazado. “Esto se ve muy bien en los populismos realizados, como el cubano. El disidente que no está dentro de las normas de la colectividad, debe ser reprimido o exilado.”

En el peronismo clásico, en cierta medida, era así.

Néstor Kirchner y Cristina han oscilado entre una y otra tradición. Es decir, en palabras de Zanatta, se hicieron más “híbridos”, y si el primer peronismo cerró La Prensa, Cristina debió apelar a una costosa ley –la de Medios– para influir en la política comunicacional: de hecho, cualquier otra opción hubiera tenido un costo imposible de sobrellevar.

Es decir que si aceptamos la hipótesis de Zanatta, el cuadro es más amplio. Y si la cultura del alfonsinismo dejó, efectivamente, valores que el kirchnerismo hoy recoge, habría que ver ese movimiento en un marco más general.

“Existe una lucha entre la democracia liberal y la tradición populista; pero en esa tensión comienza a prevalecer la fuerza de las instituciones liberales –asegura el profesor de la Universidad de Bolonia y uno de los mayores estudiosos del populismo en la actualidad–. El hecho de que aparezca un peronista como Massa, que hace un discurso muy atento a la institucionalidad y a la constitucionalidad, va en ese sentido. Pero con Scioli, Massa o Macri es muy probable que la próxima etapa subraye la institucionalidad y el pluralismo por sobre el viejo imaginario unanimista que el kirchnerismo ha representado.”

En el acto del Liceo, cuando la periodista María Seoane hizo una comparación entre Kirchner y Alfonsín, se escucharon los primeros murmullos en la sala. Las quejas se repitieron cuando el empresario de la UIA Juan Carlos Lascurain mencionó que Alfonsín bosquejó la política hacia las importaciones que tiene el actual gobierno.

“Si analizamos lo que le pasó al doctor Alfonsín con la Sociedad Rural, en la Catedral y con las Fuerzas Armadas –no se amilanó Lascurain–, tenemos que tener muy claro quién es el enemigo.” Y entonces lo aplaudieron.

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