La posverdad o el fin del periodismo

La posverdad o el fin del periodismo

Cuando la realidad objetiva es mirada a través de un prisma deformante, la verdad se muere. Y la mentira no construye sociedad. El arte del engaño.


Desde hace ya demasiados años, los argentinos –igual pasa en casi todo el mundo- venimos soportando que se nos inyecte permanentemente desde los medios con una mentira tras otra. Aún peor, lo que nos inoculan no son engaños al azar. Son estrategias que se asimilan con “la mentira emotiva”. Así se define a la “posverdad”, que también es descripta como una idea en la que “algo que aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.

Estas mentiras emotivas –llegan en tropel, porque si vinieran de a una sería más difícil convencer de algo al público- son distorsiones deliberadas de la realidad, en las que los hechos objetivos –materia indispensable del periodismo- son deformados con apelaciones a la emoción y a las creencias personales previamente “plantadas” en las personas. El objetivo es diabólico: modelar a la opinión pública e influir en el nivel de comprensión que obtiene el público acerca de los sucesos diarios escuchando las noticias.

El elemento más importante en esta estrategia es el bombardeo constante de noticias indignantes, que generan en las personas el malhumor, la furia y la frustración. De esa manera, el objetivo de la estrategia –las mentes de las personas- es que se convenzan de que nada bueno puede suceder, que todo lo que las rodea es, en el mejor de los casos, sospechoso de ser moralmente cuestionable y que todos quienes lo rodean son posibles enemigos.

No entra en los planes de las personas así manipuladas mostrar empatía con los demás, es decir, con las personas que podrían llegar a ser algún día, amigos, buenos vecinos o solidarios compañeros de trabajo.

Para que estas operaciones de guerra psicológica sean lanzadas son necesarios dos elementos fundamentales: los canales de noticias, que trabajan en cadena y las redes sociales. En ambos se utilizan estrategias diferenciadas pero coordinadas. Los primeros buscan convencer y en las segundas se ataca con violencia extrema a todo aquel que no acepta el discurso de los medios como válidos.

El primer elemento que todos tienen en común es la decadencia del lenguaje. Éste ha perdido su valor literario. Ahora se usan oraciones cortas, se utiliza un lenguaje coloquial, sin palabras que obliguen a pensar. Al devastar el lenguaje, se suprime el proceso de reflexión en el lector. Los editores no necesitan tener ideas creativas, no precisan que sus redactores expliquen los procesos que culminan con un hecho que se publica. La historia empieza de nuevo cada día. El pasado no influye sobre el presente y el futuro será como otros digan. No se construye nada en el día a día. Todo lo de ayer se olvidó y mañana será otro día, en el que se va a suprimir todo lo ocurrido, que de esta manera será versionado –de acuerdo con los intereses de quienes publiquen la historia- y no relatado de acuerdo a cómo fueron las cosas.

Las palabras que se utilizan sólo generan imágenes parciales, porque se informa sobre los eventos, no sobre los procesos que culminan en ese evento.

Para colmo, todo editor sabe que lo negativo vende más que lo positivo y que lo que ocurre cerca del lector vende más que lo que pasa más lejos.

Así, informan al hígado del seguidor de las cadenas de noticias, no a su cerebro. Modelan su humor, no su inteligencia. Y una persona malhumorada, asustada, manipulada y previamente modelada para vivir alterada, que tiene claros sus odios, pero que no sus amores, es terreno fértil para que se inoculen en sus mentes desde un teléfono celular de $100.000 hasta un partido político, que es más barato pero más peligroso.

La información se convirtió en una mercancía más, como el yogurt o el desodorante. El periodista abdicó de sus responsabilidades y suele exaltar como virtudes a la codicia y al individualismo. El triunfo del neoliberalismo y la globalización promueven al enriquecimiento y al éxito como el objetivo de las vidas de las personas. Para ello, sólo sirven como valores los valores del mercado.

Por esta razón se gasta más en publicidad que en educación. Se gasta más en “sponsoreo” de las ideas del mercado que en la capacitación de los niños para enfrentar la vida y para defenderse precisamente de lo que la publicidad les inocula. ¡Qué paradoja!

El periodista italiano Roberto Savio afirmó que “periodismo es la capacidad de ver y poner lo que se observó en un orden adecuado para comunicarlo a los lectores. La diferencia no es sólo la escritura, sino la capacidad de observar”.

De todos modos, para decepción de los demás periodistas, hoy la verdad no es el objetivo de la crónica, sino una versión de la verdad que se aproxime al interés de las empresa anunciantes, cuyos intereses prevalecen.

La información tiene valor económico, porque con ella se manipula hasta a los mercados (ni hablar del público) y se facilitan los grandes negocios, como el lavado de dinero, el narcotráfico, el tráfico de armas y de dinero.

Los editores de los medios audiovisuales y escritos no buscan explicar, analizar y procesar la realidad, sino que buscan un acontecimiento lacerante e impactante para vender minutos de publicidad.

El filósofo inglés Anthony Clifford Grayling advirtió hace ya cuatro años, poco después de que se produjera –el 23 de junio de 2016- el referéndum que culminó con la salida de su país de la Unión europea, sobre la “corrupción de la integridad intelectual” y sobre el atentado en contra “del tejido completo de la democracia”.

El filósofo nacido en Rhodesia del Norte en 1949 explicó que “el mundo cambió después de 2008″, tras la crisis acaecida aquel año, que no fue producto de la fatalidad, sino que fue una masiva toma de ganancias por parte de algunos pocos y poderosos bancos.

Desde entonces se viene ensanchando la brecha entre ricos y pobres, no sólo en los países “emergentes”, sino en el propio seno de los países más ricos. La corriente de resentimiento que resultó de aquel terremoto facilita la tarea de zapa que encaran algunos medios de comunicación y algunos políticos inescrupulosos, que utilizan las redes sociales para el mismo fin.

En las redes, por ejemplo, una opinión agresivamente expresada podría callar a la evidencia y dejar en ridículo a la opinión racional de otras personas.

Grayling opina que todo esto “es terriblemente narcisista y ha sido empoderado por el hecho de que todos pueden publicar su opinión”.

“Todo lo que necesitas ahora es un iPhone”, dijo el filósofo, “y si no estás de acuerdo conmigo, me atacas a mí, no a mis ideas”.

El semiólogo italiano Umberto Eco fue –muy latinamente- mucho más impiadoso, al plantear que “las redes sociales le dan el derecho a hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces, eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.

Para Grayling, las raíces de la posverdad nos fueron legadas por el modernismo y el relativismo. “Todo es relativo. Se inventan historias todo el tiempo, ya no existe la verdad. Se puede ver cómo esto decantó directamente en la posverdad”.

El inglés, desde su perspectiva histórica, piensa que el actual escenario internacional posee los mismos tópicos de intolerancia que se veían en los años previos a la Segunda Guerra Europea.

“Hay varias similitudes incómodas con los años 30”, planteó. “Esa gente se dio cuenta de que no necesitas hechos, simplemente puedes mentir”, aludiendo quizás a la entronización del ínclito Boris Johnson, al que la campaña del Brexit lanzó sin escalas hasta su actual investidura como primer ministro inglés.

 

Mentir hasta la muerte

Hay números que son aterradores, que demuestran que quienes no se adaptan a los discursos oficiales son considerados peligrosos por algunas agencias oficiales, como las policías.

Más de la mitad de los 134 periodistas que fueron asesinados en 2013 en 29 países y en 65 situaciones de conflicto, no se encontraban en zona de guerra, sino que cubrían casos de crímenes y corrupción en tiempos de paz, según un informe elaborado por el International News Safety Institute, que fue titulado “Matar al Mensajero”.

Sus enemigos, a pesar de la baja en las ventas de los medios impresos en papel, les temían más a sus redactores. Por eso, de los asesinados ese año, 45 eran trabajadores de medios impresos. De éstos, sólo tres de los asesinos fueron a juicio. Los demás ni siquiera están siendo buscados por la policía.

Esta indiferencia frente el valor de la palabra, sumada a la subasta de las ideas al mejor postor en que incurren muchos editores periodísticos.

Hace cinco años, este ensuciador de papeles –ahora devenido en manchador de pantallas- fue invitado a dictar un taller de ética periodística en la Feria del Libro realizada en Mendoza. Lo primero que se le ocurrió decir, frente a varios estudiantes de periodismo, es que el título de su taller era casi una ironía en los tiempos que corren.

Lo que ocurre, según el periodista Aram Aharonian –que fue el primer director de Telesur y antes fue el director del diario porteño La Voz- es que los medios comerciales se sienten desconcertados sobre el significado de la palabra “ética”. El problema es que la buscan en el diccionario ingresando por la letra hache.

 

Tres ejemplos de posverdad

En tres ocasiones, la utilización de las campañas de manipulación de la verdad describen acabadamente la idea de la posverdad.

 

El Triunfo del Brexit

El 23 de junio de 2016 se realizó el referéndum por la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Los argumentos que utilizaron los partidarios de abandonar la UE fueron tres: que la institución europea controlaba cada vez más su vida diaria; que las autoridades inglesas debían controlar sus fronteras y que debía reducirse el número de extranjeros que llegaban a Inglaterra en busca de trabajo. Nada de eso era cierto, pero se manipuló de tal manera la verdad que la mayoría votó por el Sí a salir de la UE.

 

El Triunfo de Donald Trump

El norteamericano llegó a la presidencia de los EE.UU. con un discurso anti-sistema, que lo favoreció sobremanera. El diario Washington Post sostuvo que en 200 días de gestión, Trump había realizado 1.318 afirmaciones de ésas que “se sienten verdad, pero no lo son”. Una de ellas fue sostener que los EE.UU. es el país que más impuestos paga en el mundo (como dicen algunos en Argentina) o exagerar el impacto de los huracanes Harvey y María.

 

El triunfo del NO en el Plebiscito sobre los acuerdos de paz en Colombia

Cuando ya estaba en marcha la firma del Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el documento fue sometido a plebiscito.

La campaña del partido Centro Democrático, que dirigía Álvaro Uribe, expresidente colombiano y enemigo declarado del presidente Juan Manuel Santos, que convocó a los acuerdos de paz, insistió en que los exguerrilleros iban a dedicarse a la política y convertirían a Colombia en una “dictadura de izquierdas” y que no habría sanciones judiciales para los responsables de crímenes.

Ambas afirmaciones eran falsas, pero lograron que el 50,2 por ciento de los colombianos optara por el NO y hubo que rehacer todo el proceso de paz, que finalmente le dio fin a uno de los conflictos, ya que desde entonces fueron asesinados en Colombia, muchos de ellos en la provincia de Antioquia, de la que Uribe fue gobernador y es hoy su base política.

 

Final a todo rock

No existen verdades absolutas en esta vida, pero el periodista debe buscar siempre esa verdad, aunque no pueda encontrarla, finalmente. Pero tener redactado el fin de la nota antes de escribirla es un vicio intolerable.

Las redes sociales son otra cosa. Allí sólo reina el desorden, las operaciones, los “trolleos” y cierto caos ordenado que siempre conduce al mismo lugar: el vacío. Vacío de certeza. Vacío de verdad. Vacío de limpieza. Vacío de honestidad.

¿Qué ves? ¿Qué ves cuándo me ves?
Cuando la mentira es la verdad.
(Ricardo Mollo-Divididos-1993)

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