Trapitos S.A.

Trapitos S.A.

Por Jorge García

El negocio de los cuidacoches mueve 100 millones de pesos al año. Mafias y barrabravas lo controlan. Un “trapo” murió el domingo frente al Zoológico en una pelea. El GCBA quiere prohibirlo de nuevo.


Cuando tomamos café. Yendo al trabajo. Visitando amigos. Cenando con la familia. Disfrutando un espectáculo. Simplemente estacionando. Están en todas partes. Están entre nosotros y nadie hace nada. Hay miedo. El círculo que hacen con los dedos de la mano derecha. La exigencia de darles dinero. Ellos saben meter miedo. Y los políticos piensan que los controlan. No es así. La batalla se perdió. Las casa con rejas y en la calle entregados por temor a que digan o hagan algo.

Los “trapitos”, los “cuidacoches”, los “acomodadores”, todos ellos blanden un trapo.

La semana pasada murió un señor: Daniel Flores, de oficio “trapito” y, según la policía, con antecedentes penales. Frente al Zoológico, apuñalado por otro trapito, presuntamente de otra facción. Flores no pertenecía a la banda del “Negro” Claudio. Así dicen que se llama el jefe de la banda de Palermo. Maneja una cupé Fuego. Nadie hace nada.

El show de One Direction o el de los Rolling Stones dejarán fortunas. Ellos ya tienen la tarifa: es el 10 por ciento de una platea alta. Si usted va a ir a Vélez o River Plate para presenciar algunos de estos eventos y lo hace en auto, lleve extra, al menos 150 pesos.

En el partido por las eliminatorias, la Selección argentina jugó con Perú. Hubo poca gente pero suficiente para que en las esquinas aledañas, el jefe de los “trapos” tenga más poder que el policía.

El tema de los denominados “trapitos” parece haber cobrado una dimensión que traspuso los límites de lo imaginado. Cada vez se registran situaciones más violentas y más seguidas. Las denuncias se suceden una tras otra a medida que la gente va perdiendo la paciencia y, en alguna medida, el temor. Y se advierte una tendencia que apunta a que el problema sea cada vez más difícil de manejar, porque lo que está claro es que en el ambiente existen mafias que están pujando por espacios de poder. Y por un negocio que deja cerca de 100 millones de pesos al año.

Los trapitos se mueven dentro de una estructura perfectamente diseñada, con escalafones, categorías y, por ende, diversidad en los ingresos.

La recaudación general es monitoreada por los jefes del operativo, y dentro del esquema se contempla la parte que corresponde a los efectivos policiales, que miran para otro lado ante el accionar muchas veces agresivo de los cuidacoches.

Operan en toda la Ciudad de Buenos Aires, en los principales centros del conurbano, en las capitales de provincia y en cuanta ciudad albergue un movimiento extraordinario de personas en torno a algún acontecimiento.

Un rápido relevamiento por los barrios porteños permite establecer cuáles son las zonas con mayor conflictividad y por qué: Puerto Madero. El barrio más exclusivo de la urbe, controlado por la Prefectura Naval y en parte por la Policía Federal. Los trapitos peruanos tienen bicicletas y custodian el perímetro. Si uno se atreve a no pagar por sus servicios puede tornarse complicada la salida.

Palermo. El accionar de los trapitos se da durante toda la semana en la zona gastronómica y es muy fuerte los fines de semana en los alrededores del Jardín Zoológico, La Rural y los bosques de Palermo.

San Telmo. Reúne dos condiciones claves para los trapitos: calles donde está permitido estacionar y muchísimo movimiento por los restaurantes todos los días y los fines de semana por la feria.

Las Cañitas. Uno de los lugares donde se masificó la presencia de cuidacoches en las calles internas. Según los vecinos, son chicos jóvenes y su accionar es muy violento.

Belgrano y Colegiales. Hay menor intensidad pero la organización manda a los más novatos a realizar este trabajo. Cobran “lo que el cliente quiera abonar”.

Un evento grande (Rolling Stones) deja a la organización “Trapo SA” hasta cinco millones de pesos, según las fuentes consultadas. Y un espectáculo menor garantiza hasta un millón de pesos.

Los montos recaudados harían la delicia de cualquier empresario. Hasta poseen cuentas bancarias para depositar y blanquear los fondos obtenidos. Ante esto las autoridades pertinentes, sean comunales, provinciales o nacionales, se mantienen en un grado de inacción, producto, por un lado, de la falta de legislación, pero fundamentalmente porque los que comandan estos grupos son generalmente personas vinculadas a los clubes de fútbol y a los partidos políticos, y sirven de apoyo a los punteros del lugar, además de estar en connivencia con las fuerzas de seguridad.

Muerte en la vía pública

El domingo último, un cuidacoches fue asesinado frente al Zoológico en una supuesta discusión con otro. Hace menos de un mes hubo otra pelea similar en Almagro. La tendencia se nota en los números: en lo que va del año ya hubo más de 250 denuncias por mes vinculadas a trapitos.

En ese marco, el jefe de Gabinete porteño, Horacio Rodríguez Larreta, salió a insistir en que es necesario que la Ciudad sancione una ley para prohibirlos. El año último hubo una intención similar, pero finalmente no avanzó.

“Hay presión, hay mafias”, blanqueó Larreta. Y aseguró que el macrismo volverá a insistir con el proyecto que se cayó. En esa ocasión, el oficialismo había elaborado una iniciativa también a partir de crímenes vinculados a trapitos.

“Tenemos miles de denuncias de aprietes, de autos rayados, quejas porque en los recitales pretenden cobrar más de lo que cuesta la entrada. Si un lugar es gratis, es gratis”, detalló el funcionario. De todas maneras, en el Gobierno porteño saben que para que este nuevo intento avance deberán esperar la nueva Legislatura y ver, con el recambio, qué posibilidades hay para que así, sí, se apruebe la prohibición.

En 2010 tampoco pudo imponer su intención: esa vez, la oposición no acompañó y hasta logró mayoría para crear un registro que, en sentido opuesto a la idea oficialista, blanqueaba a los trapitos y obligaba al Gobierno porteño a organizarlos por horarios y zonas.

El punto crítico se definía así: la retribución sí o sí debía ser siempre voluntaria. En ese entonces, desde Proyecto Sur, el interbloque K, la Coalición Cívica, el peronismo y el radicalismo consideraron que la norma incluía a desocupados que buscaban en esa tarea “una actividad como vía de ingresos”. Esa ley, finalmente, fue vetada por Macri. Y todo quedó en la nada.

Hoy, como entonces, el Código de Contravenciones de la Ciudad no prohíbe la actividad de los cuidacoches salvo que exijan una retribución. En esos casos pueden recibir una sanción de uno a dos días de trabajo de utilidad pública o una multa que va desde los 200 a los 400 pesos. Eso está detallado en el artículo 79. Y si existe evidencia de que detrás de ellos hay una previa organización, la sanción se eleva al doble para el organizador.

Pero no todo es tan lineal. Para que haya contravención las reglas obligan al dueño del auto a demostrar que el trapito le reclamó el dinero, y no que simplemente se lo pidió. Pero no basta con su palabra: para que la denuncia se encamine, necesita presentar testigos. Y como esto es difícil de probar, la mayoría de las causas queda en la nada.

Por eso el año pasado, el Pro quiso directamente prohibir la actividad: su argumento fue que el proyecto apuntaba a facilitar la tarea judicial. “Resulta necesario comenzar a fijar políticas públicas para que el que no cumpla con las normas sepa que deberá dar cuentas a la Justicia”, decían, en su intención, los legisladores Cristian Ritondo y Martín Ocampo. Ahora Ritondo aseguró que van a insistir con la modificación del Código.

De esta manera, el vicepresidente primero de la Legislatura se sumó a Larreta en el reclamo de leyes restrictivas. Los números van en el mismo sentido: según datos del Ministerio Público Fiscal de la Ciudad, los vecinos radicaron desde enero hasta octubre 2.574 denuncias. Y la tendencia, cuando se viene la agenda grande de eventos en estadios y callejeros, marca que superará la cifra del año pasado, cuando hubo, en total, de enero a diciembre, 3.058.

La historia reciente nos muestra conductores acosados, aprietes en la puerta del auto y situaciones violentas que se viven a diario en las calles porteñas con los trapitos. Y hay muchos conductores resignados que no ven otra alternativa que dejar unos buenos pesos solo por estacionar su auto en un espacio público.

No obstante, los trapitos ya están en cualquier barrio donde haya un mínimo de movida nocturna, recitales o shows.

En cuanto a las denuncias, según los datos estadísticos, se abrieron 3.058 expedientes durante 2012, en el marco de la figura conocida como “retribución para el cuidado vehicular”.

Los trapitos, se sabe, ya no solo aparecen los días de partidos de fútbol en alrededores de estadios (negocios redituables para las barras bravas), sino también en los lugares con vida nocturna, donde abundan boliches o restós, como en Palermo, Recoleta, el centro porteño y Puerto Madero.
Los recitales, no obstante, son el acontecimiento por excelencia en el cual trabajan. Y en ningún caso, vale aclararlo, se pide una “colaboración”. A fines del año pasado, durante el concierto de Madonna en River, llegaron a exigir 200 pesos para estacionar el auto.

El negocio es abordado en gran medida por los barrabravas de los clubes de fútbol, que de esta manera financian sus movimientos y logística para sostener una estructura que ya pasó a ser de alto rendimiento económico.

El costo del “servicio” varía según las zonas, puede ir de 50 a los 200 pesos, y el mecanismo es siempre el mismo. Exigen una “contribución voluntaria” que el “cliente” sabe que debe sobrellevar a riesgo de volver y encontrar su vehículo con alguna marca o directamente saqueado.

La extorsión, desde ese punto, es clara y contundente, y de acuerdo a algunos estudios realizados, es posible que un grupo de barras recaude en un partido de fútbol entre 500 mil y un millón de pesos solamente con los “estacionamientos”.

La cifra se duplica o se triplica, incluso, si se trata de recitales de bandas internacionales, donde las entradas tienen un valor superior a lo habitual para el medio local.

En este caso los barras “ocupan” con sus representantes las manzanas aledañas al estadio, y para “zafar” del operativo es necesario dejar el auto muchas veces a más de 20 cuadras, según la envergadura del evento.

La ilegalidad crece sin inconvenientes bajo el manto de apoyo de la corriente de pensamiento que sostiene que los trapitos son buena gente que solo quiere trabajar.

Dos artículos claves del proyecto

Artículo 1º. Prohíbase en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la actividad de cuidacoches y de limpiavidrios sin autorización legal.
Artículo 3º. Modificase el Artículo 79 del Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el que quedará redactado de la siguiente manera: “Artículo 79. Cuidar coches, limpiar vidrios o prestar otros servicios sin autorización legal. Quien ofrece de manera directa o indirecta el servicio de cuidacoches, limpiavidrios u otro tipo de servicios no requeridos a conductores de cualquier tipo de automotor en la vía pública sin autorización legal, es sancionado con uno (1) a cinco (5) días de arresto o multa de doscientos ($200) a dos mil ($2.000) pesos.
”Cuando exista previa coordinación, la sanción se eleva al doble para quienes de cualquier modo participen en la misma.
”La sanción se eleva al triple para los organizadores o jefes de la organización”.

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