Cóndores en Malvinas: los leales son eternos en el corazón de los pueblos

Cóndores en Malvinas: los leales son eternos en el corazón de los pueblos

La dictadura de Onganía asolaba al país cuando 18 jóvenes secuestraron un avión para plantar banderas argentinas en Malvinas. A pesar de que la tragedia se ensañó con algunos de ellos, siempre vivirán en la memoria.


El 28 de septiembre de 1966, a las 00:28, el avión Douglas DC-4 LV AGG “Teniente Benjamín Matienzo” de la empresa de bandera nacional Aerolíneas Argentinas despegó desde el Aeroparque, como lo hacía todos los miércoles, con destino a Río Gallegos. Estaba previsto que arribara a su destino a las siete de la mañana.

Pero, de repente, a las cinco de la madrugada, el comandante de la nave, Ernesto Fernández García vio entrar a la cabina a dos jóvenes, que lo encañonaron con pistolas y uno de ellos, Dardo Cabo, le ordenó: ¡Ponga rumbo uno cero cinco! Que significaba dirigirse hacia las Islas Malvinas.

Así comenzó el Operativo Cóndor, en el que 18 integrantes de la Juventud Peronista desviaron un vuelo comercial para reafirmar la exigencia nacional de recuperar la soberanía usurpada por Gran Bretaña en el territorio de las Islas Malvinas.

Los jóvenes eran, además, Alejandro Giovenco (21 años, empleado); María Cristina Verrier (27 años, periodista); Dardo Cabo (25 años, periodista y metalúrgico); Fernando Aguirre (20 años, empleado); Ricardo Ahe (20 años, empleado); Pedro Bernardini (28 años, obrero metalúrgico); Juan Bovo (21 años, obrero metalúrgico); Luis Caprara, 2º años, estudiante de ingeniería); Andrés Castillo (23 años, empleado de la Caja de Ahorro); Víctor Chazarreta (32 años, obrero metalúrgico); Norberto Karaziewicz (20 años, obrero metalúrgico); Fernando Lisardo (20 años, empleado); Edelmiro Jesús Navarro (27 años, empleado); Aldo Ramírez (18 años, estudiante); Juan Carlos Rodríguez (31 años, empleado); Edgardo Salcedo (24 años, esudiante); Ramón Sánchez (20 años, obrero) y Pedro Tursi (29 años, empleado). Dardo Cabo, el jefe del operativo, tenía militancia en el gremio metalúrgico, del que su padre, Armando Cabo, era uno de sus principales dirigentes y, además, una figura legendaria de la Resistencia Peronista.

El operativo había exigido una ímproba tarea de armado de la logística (uniformes, borceguíes, ropa de fajina y el símbolo que llevaron en el pecho los comandos: un rombo blanco con la figura de un cóndor, que simbolizaba la soberanía que se disponían a enrostrar al invasor inglés).

Después de una travesía algo accidentada, el avión sobrevoló Puerto Rivero, al que los piratas llamaban Puerto Stanley, no se sabe porqué. Exactamente a las 8:42, los atónitos residentes ingleses presenciaron la llegada de la gran aeronave, que se posó torpemente en el tosco hipódromo ubicado en las cercanías de la ciudad.

Inmediatamente, los comandos argentinos bajaron con sogas del avión y se desplegaron alrededor de la nave. Lo primero que hicieron a continuación fue colocar siete banderas, de las cuales cinco fueron colgadas en los alambrados que rodeaban la improvisada pista, una fue colgada del avión y la restante en un mástil ad hoc que se erigía cerca de la nave.

Los isleños llegaron enseguida. Rodearon el Douglas DC 4 y se acercaron a los recién llegados. El jefe de policía y el jefe de los Royal Marines fueron tomados como rehenes. A continuación, los jóvenes distribuyeron entre los demás unos volantes escritos en inglés, en los que explicaban las razones de la operación, que difícilmente hayan sido comprendidas por los receptores.

Enseguida, los comandos enviaron sus consignas por la radio del avión: “Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero (islas Malvinas), autoridades inglesas nos consideran detenidos. Jefe de Policía e Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino”.

Un radioaficionado replicó la noticia y sus señal fue captada en Trelew, en Río Gallegos y en Punta Arenas. Llegó a Buenos Aires y al resto del país rápidamente, generando movilizaciones y que un comando peronista ametrallara el frente del Consulado de su Graciosa Majestad.

Luego Dardo Cabo le solicitó al único sacerdote católico de las islas, el neerlandés Rodolfo Roel, que oficiara una misa, lo que hizo dentro del avión. El párroco consiguió además que los tripulantes y los pasajeros fueran trasladados a diversas casas de Puerto Rivero.

A las 4:30 de la madrugada siguiente –ya era el viernes- el usurpador de la gobernación británico, Cosmo Hagard, que no estaba en las islas, exigió en un comunicado la rendición incondicional de los militantes, afirmando incluso que los soldados y los policías tenían órdenes de dispararles. Los peronistas se negaron a entregarse. A las 15:00, el padre Roel volvió a gestionar la rendición, pero tampoco lo logró.

Finalmente, las febriles negociaciones llegaron a su fin. Los argentinos entregaron a las 17:30 las armas y su rendición al comandante del avión y luego fueron hasta la iglesia del padre Roel. Se llevaron sus banderas consigo.

A pesar de que no era lo pactado, los ingleses ingresaron a las instalaciones para requisar las pertenencias de los comandos peronistas. Éstos entregaron todo, menos sus banderas, que se negaron a permitir que se las arrebataran. Para eso, Cabo, Rodríguez y Giovenco las guardaron en sus cuerpos. Los británicos, ante la gresca que se estaba por desatar, optaron por retirarse.

Luego, Cabo explicaría que “fui a Malvinas a reafirmar la soberanía nacional y quiero aclarar que en ningún momento me he entregado a las autoridades inglesas, sino que acepté el hospedaje de la Iglesia católica, ofrecido a través del arzobispo de las islas Malvinas; que me consideré detenido por la autoridad argentina, que allí reconocí en el comandante de Aerolíneas, entregándole al gobernador de Tierra del Fuego e Islas Malvinas, señor almirante Guzmán, las banderas argentinas que flamearon en tierra malvinera durante treinta y seis horas.

Los comandos argentinos estuvieron 48 horas en la parroquia. El 1° de octubre a las 19:30, una lancha carbonera los llevó hasta el barco de la Armada ARA Buen Suceso. Allí, Cabo guardó en una bolsa las banderas y se las entregó al almirante José María Guzmán, el gobernador de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, que iba en el avión de Aerolíneas con ellos y soportó el secuestro silenciosamente, como si no estuviera allí. Para peor, gracias a los comandos peronistas conoció las islas que formaban parte del territorio que debía gobernar de facto.

En el acto de entrega, Cabo le dijo, casi con sorna: “Señor gobernador de nuestras Islas Malvinas, le entrego como máxima autoridad aquí de nuestra patria, estas siete banderas. Una de ellas flameó durante 36 horas en estas Islas y bajo su amparo se cantó por primera vez el Himno Nacional”.

A las tres de la mañana del tres de octubre, el Bahía Buen Suceso atracó en Usuahia y desembarcó a los héroes casi clandestinamente.

Todos los integrantes del comando fueron condenados ignominiosamente a nueve meses de prisión, menos Dardo Cabo, Juan Carlos Rodríguez y Alejandro Giovenco, que como tenían antecedentes penales por su militancia, pasaron tres años alojados en distintas cárceles argentinas.

Los jóvenes, que pensaban ejecutar el operativo unos meses más tarde, pero lo adelantaron por la visita del príncipe consorte inglés Felipe de Edimburgo, que viajó a Buenos Aires presidir una reunión de la Federación Ecuestre Internacional. Su proyecto de jugar un partido de polo con el dictador Juan Carlos Onganía finalmente se realizó en el Club de Polo San Jorge, situado en Hurlingham.

 

Sin perdón para los héroes

Blanco y negro, como en la vida. Mientras Onganía jugaba al polo con el príncipe Felipe, los jóvenes comandos terminaban presos por esos mismos días.

La tragedia envolvió a varios de los cóndores años después. Dardo Cabo estaba preso –pertenecía a Montoneros- el siete de enero de 1977 cuando un grupo los fue a buscar a él y a Rufino Pirles y se los llevó en la noche, para fusilarlos en el kilómetro 56 de la Ruta 215. Alejandro Giovenco murió en 1974 por la explosión de una bomba que llevaba en su maletín. Era el jefe militar de la Concentración Nacional Universitaria, una banda de la ultraderecha que finalmente se fusionó en la dictadura con los grupos parapoliciales.

Salcedo, por su parte, fue asesinado por una patota de la ESMA en 1977, junto con su esposa, Esperanza Cacabelos. Aldo Ramírez era trabajador de Astilleros Astarsa y militante de Montoneros, al igual que Salcedo y su esposa. Fue secuestrado por una patota el 1° de septiembre de 1977. Dicen que “la Fabiana” –el sobrenombre con el que se lo conocía- llegó muerto a Campo de Mayo, tras resistirse al arresto. Pedro Cursi también fue secuestrado y luego desaparecido. A Juan Carlos Rodríguez lo asesinó la Triple A. Andrés Castillo fue secuestrado y estuvo en la ESMA. Después partió al exilio y hoy es miembros de la conducción de la Asociación Bancaria.

 

Las Malvinas en Naciones Unidas

La diplomacia argentina reclama permanentemente la iniciación de negociaciones por la soberanía de las Islas Malvinas.

El último 24 de junio, el Comitpe Especial de Descolonización de Naciones Unidas abordó la cuestión de la soberanía de las Malvinas. La sesión culminó, como muchas otras veces, con una exhortación a los gobiernos de Argentina y Gran Bretaña a reanudar el diálogo “a fin de encontrar a la mayor brevedad posible una solución pacífica a la controversia”.

La resolución fue adoptada por consenso, para poner fin a la “particular situación colonial” que soporta el archipiélago. El texto fue promovido por los representantes de Boliviam Chile, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela y en él se lamentó que, pese al amplio respaldo internacional a la negociación, aún no se implementó ninguna de las numerosas resoluciones de la Asamblea General de la ONU sobre el tema.

El entonces canciller argentino, Felipe Solá expresó que “no se justifica que haya una base de 2000 personas, con elementos nucleares y cada vez más importante y una militarización fuertísima que no tiene ninguna razón de ser en función de la actitud de Argentina, absolutamente pacífica. Malvinas se ha convertido en el portaaviones más grande del mundo, está en la zona estratégica e Inglaterra no está actuando para defender a los isleños, está actuando exclusivamente para mantener ahí una colonia que en el fondo es una base militar”, en la rueda de prensa realizada tras su intervención en el Comité.

El excanciller sostuvo que nuestro país no desea abrir ningún paraguas en la cuestión de la soberanía, “sino a ponerla en el centro” de la negociación con el Reino Unido.

“Ya no hay espacio para colonialismos en el siglo 21”, acotó.

Finalmente, Solá protestó porque la Gran Bretaña transgrede permanentemente las decisiones de la ONU, sobreexplotando los recursos pequeros y permitiendo trabajos de prospección petrolífera.

El bloque completo de países latinoamericanos apoyó el reclamo argentino, pronunciándose favorablemente acerca de la necesidad del diálogo.

La ONU sancionó en 21960 la Resolución 1514, pero el caso Malvinas era atípico, por lo que en 1964 se volvió a discutir el tema en el Subcomité de Descolonización su aplicabilidad. Allí los británicos plantearon que debía admitirse el principio de autodeterminación, a lo que Argentina respondió que en Malvinas no existía un pueblo que respondiera a las exigencias para conformar un Estado moderno.

El 16 de diciembre de 1965, la Asamblea General de la ONU declaró que el caso Malvinas está comprendido en la Resolución 1514, que se refiera a un caso colonización por parte de los ingleses. También reconoció la existencia de una disputa por la soberanía de las islas entre ambos países e invitó a ambos gobiernos a resolverla en paz. Por último, recomendó tratar el tema de la soberanía tomando en cuenta los intereses de los pobladores. Nada dijo de “los deseos” de los kelpers, que era el argumento de los ingleses, por lo que la autodeterminación quedaba excluída de la agenda. La Resolución 2065 fue aprobada por 94 votos favorables y 14 abstenciones.

 

Banderas en tu corazón

El 24 de agosto de 2012, Cristina Verrier, la única mujer que participó de la Operación Cóndor, le entregó las siete banderas que volvieron de Malvinas en los cuerpos de los combatientes a la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.

La bandera más sucia, la que más alto flameó en Malvinas, fue destinada, a pedido de la propia depositaria, a permanecer junto al cuerpo de Néstor Kirchner, en Río Gallegos. La segunda enseña fue destinada a permanecer junto a la Virgen de Itatí, en Corrientes, que fue la patrona de los cóndores. Una tercera yace junto a la Virgen de Luján. La cuarta quedó expuesta en el Salón de los Pasos Perdidos, en el Congreso Nacional. La quinta está en el Patio Malvinas Argentinas de la Casa Rosada. La sexta quedó depositada en el Museo del Bicentenario. La última se encuentra hoy en el Museo de Malvinas e Islas del Atlántico Sur.

Cuando Verrier habló con la entonces presidenta le dijo, sobre la bandera que está en la tumba de Néstor Kirchner: “no la vayas a lavar”, porque está sucia de tierra argentina. Cristina Kirchner le contestó, sonriente: “Cristina, las banderas no se lavan”.

Fin de la historia…por ahora.

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