La pandemia pone a prueba la globalización y el multilateralismo

La pandemia pone a prueba la globalización y el multilateralismo


Un virus, un simple virus esparcido en el planeta será el causante de cientos de miles de muertes y más de 11 millones de contagios pero también de la transformación inédita en las relaciones humanas, las modalidades empresariales, los intercambios comerciales, la distribución de las producciones y los ejes de un nuevo poder político en un mundo sin fronteras.

La hipótesis contiene sus riesgos frente al pensamiento clásico puesto sobre el futuro de la globalización y el multilateralismo como esquemas de funcionamiento planetario. Esos dos conceptos construyeron la historia de los dos últimos siglos, liberal y neoliberal, y dieron instrumentos vitales al finalizar la Segunda Guerra Mundial para que la humanidad actúe en un marco de aparente paz. Hay coincidencia en el agotamiento de los organismos y el modo de enfocar las resoluciones políticas y económicas a 75 años de su nacimiento (ONU, Banco Mundial, el GATT o la Organización Mundial de Comercio (OMC), la OTAN, entre tantos otros organismos de negociación mundial).

El debate hoy circula en torno de la vigencia que tendrán cuando la pandemia finalice o atenúe sus efectos. Una línea de pensamiento cree en el renacimiento de los nacionalismos, en el refugio del poder en los Estados como auxiliares de la hecatombe económica, en la dicotomía de globalización-desglobalización, y en recrudecimiento de los proteccionismos. Es una visión contractiva que sujeta la resolución de los problemas a las decisiones soberanas de los estados nacionales. La puja por el poder internacional se oye en bajo volumen dentro de ese ámbito por la gran incertidumbre del contexto.

Hay otra mirada más expansiva, confiada en una apertura al estilo pandémico, mejor dispuesta a imaginar nuevas soluciones sin destruir del todo los cimientos históricos del funcionamiento planetario. Concibe un esquema inédito de relacionamiento internacional, de vínculos asentados en la conveniencia mutua de las naciones, de complementariedad productiva, de relajamiento de las fronteras impositivas, de acuerdos para favorecer el desarrollo industrial y manufacturero que abaraten los costos, y de estrategias económicas con mayor énfasis en las necesidades mutuas que en la dominación especulativa. Este esquema no descubre la pólvora, solo pone en el escenario las declamaciones incumplidas por mezquindad de la política de los últimos 75 años.

Es tal vez hora de que el agobio provocado por la repetición e insistencia de errores ideológicos y fórmulas económicas que favorecieron siempre la riqueza sólo para el 1% de la población mundial a costa de engordar la pobreza hasta los dos tercios de los habitantes de la Tierra, conduzcan a la caducidad de normas, tendencias y costumbres tan insalubres como el propio virus.

El fenómeno pandémico dejó un mensaje a la humanidad: no distinguió nacionalidades, géneros, ideologías, fronteras, status económicos, jerarquías políticas ni de realeza, posiciones moralistas ni religiosas, tampoco franjas etarias aunque se haya ensañado un poco más con los viejos y con los hacinados. Arrasó todos los continentes, sin reconocer fronteras ni respetar historias nacionales. Se impuso a los temperamentos autoritarios y a las actitudes de subestimación, castigando incluso en persona a quienes menospreciaron su potencia.

En su trágico camino aplastó emprendimientos económicos, pequeños, medianos y grandes, estuviesen o no bajo el ala del capitalismo. Hizo temblar la productividad mundial. El único que salió indemne, como siempre, fue el sistema financiero por la intangibilidad de sus productos pero sufrió en parte el cimbronazo con las caídas de las economías.

Desde el inicio de las cuarentenas todos se preguntaron si la pandemia traería cambios. Al parecer dejará muchos menos muertos que la influenza de 1918, cuando murieron en el mundo 50 millones de personas y 500 millones resultaron infectados. El impacto mayor no se verá tanto en la pérdida de vidas como en el crecimiento arrollador de la pobreza, la pérdida de fuentes de trabajo y las quiebras de empresas pequeñas y medianas.

El contraste entre la peligrosidad de un microorganismo invisible, desconocido y sin vacuna que lo frene, y el excelso crecimiento tecnológico, científico y de gran conectividad de los que goza el planeta, causará otro impacto de envergadura en la forma de vivir de las personas. Nadie sabe si se convivirá con ese virus y cuántas veces más se decretarán cuarentenas, en un proceso de acción y reacción casi orgánicas, como el mismo acto de respirar: aspirar y exhalar, salir y entrar, ser libre y volver al encierro, expandirse y achicarse. Así también respira el planeta.

¿Cómo encaja esto en la globalización y la multilateralidad?: En principio aceptando que el Covid 19 cambió el interior de las personas, modificó las sociedades, transformó la relación con los otros y con el resto del mundo. Lo hizo obligando al ejercicio diario de eludir el contagio, escapar de su amenaza, limitar su libertad personal, cuidándose y cuidando a los otros, tomando precauciones, cambiando de lugar de trabajo, trastocando los hábitos personales y familiares. La circulación del virus conminó a intensificar las relaciones dentro del grupo más íntimo, puso a prueba la paciencia y la responsabilidad, hizo dudar del futuro, instaló el miedo a perder el trabajo.

La lección fue sobre la necesidad de tener en cuenta al otro, de colaborar y  cooperar, de definir prioridades en las necesidades de consumo, de distinguir entre lo esencial y lo superfluo, lo urgente y lo importante. La recibieron siete mil millones de habitantes, igualados por la amenaza.

De este aprendizaje hay que rescatar la pureza de las mejores tendencias trazadas por la globalización y el multilateralismo para la interrelación mundial. Con este aprendizaje deberían generarse nuevas formas de vinculación entre las comunidades sin poner tanto el énfasis en el proteccionismo nacionalista, y abriendo la posibilidad de coordinar acciones conjuntas que atiendan intereses comunes; nada más y nada menos que aplicar las leyes básicas de la política nacional e internacional.

Si la necedad de los gobernantes desapareciera por un instante la transformación podría tomar de una buena vez el camino soñado por la humanidad en 1945 cuando fue capaz de terminar la Segunda Guerra Mundial.

No se trata de globalización sí o no, o desglobalizar de raíz. No se trata de eliminar los organismos que sustentaron el Multilateralismo porque son obsoletos: con la actualización de objetivos y la adaptación del enfoque a los tiempos actuales se daría un paso importante hacia adelante.

La Globalización fue desde que se la concibió un proceso que engloba la transformación espacial de las relaciones y las transacciones sociales a través de redes transcontinentales o interregionales. Induce a la comprensión del mundo moderno como un todo que da lugar a la mundialización en la que se despliega un mecanismo de conectividad compleja que lleva de lo particular a lo universal en todos los aspectos: personal, social, productivo y de consumo.

La globalización se manifiesta en todos los mundos posibles de la tierra: en el financiero, el tecnológico, el económico, el cultural, el político, el ecológico, el geográfico y el sociológico. Es un concepto abarcante del espacio y el tiempo en el que se desarrollan las relaciones de todas las áreas. Es pluridimensional, y de ningún modo contiene en su ADN la “homogeneización” de la que algunos estudiosos hablan.

En un mundo en el que la diversidad con todas sus aristas ocupa hoy el centro del escenario de la pluralidad, no hay espacio para la disolución de las diferencias consolidadas. En ese marco el Multilateralismo es, sin duda, la garantía de institucionalización de los ámbitos públicos internacionales que promueven la igualdad, el pluralismo y las limitaciones al poder rampante de las potencias emblemáticas y las nuevas.

Ya no es posible retornar a un mundo de fronteras fijas sino más bien flexibilizadas y amables. Tampoco se puede reeditar el Estatismo por más auxilio que requieran las sociedades a causa de la caída de las economías; ni el autoritarismo promovido por ciertas castas políticas. Mucho menos hay espacios disponibles para los nacionalismos que hasta hoy solo se manifestaron en la elección de figuras despóticas y anacrónicas, impotentes para reflejar en sus sistemas políticos los rasgos típicos de aquel tradicionalismo del siglo XX.

La democracia, aun con todos sus defectos, todavía es una herramienta vital para frenar ese desmán. En América Latina las líneas incipientes de ese futuro pueden abonar la valoración de los intereses continentales para aprovechar las ventajas de una estrategia común. Podría constituirse en la salida por arriba del laberinto en el que la región está perdida desde hace décadas.

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