¡Vaya con las vallas!

¡Vaya con las vallas!

La respuesta a la presencia de cientos de militantes frente a la casa de Cristina fue una memorable carga de la Guardia de Infantería y unas sólidas rejas disuasivas.


La política es otra cosa. No esas vallas y esos bastonazos contra los morenos manifestantes que en esta blanquísima ciudad expresaban su apoyo hacia una dirigente que ha sido blanco de múltiples acusaciones –no todas fundamentadas-, pero nunca condenada. Hasta ahora.

La Argentina es un Arca de Noé. Contiene a muchas etnias, a muchas razas, a todas las clases sociales y a practicantes de muchas religiones, a pesar de que existe una fe mayoritaria. Nadie persigue aquí a los musulmanes shiítas, ni a los espiritistas, ni a los menonitas, ni a los que veneran a los más extraños dioses. En esta heterogeneidad está una de las mayores riquezas de nuestro país. Si alguien que ocupara una porción del Arca quisiera echar al mar a una parcialidad que no fuera de su complacencia por alguna razón, se desataría una lucha por la supervivencia, porque el instrumento de salvación que representaría el Arca, se convertiría en uno de condena. Y la armonía pretendida por Noé se iría por la borda, junto con los golpes y las muertes.

No es éste un tema jurídico, sino político. Existe hartazgo en la masa peronista, un colectivo que no se autoconvoca porque sí. Nadie organizó las veladas danzantes, musicales y políticas que se vienen congregando desde hace ya diez días en Juncal y Uruguay. Sería absolutamente imposible que alguien más convocara a todos esos militantes peronistas que llegan desde todas partes de la Argentina, hasta el domicilio de la vicepresidenta. No existe ningún otro liderazgo que posea tal poder.

Paradójicamente, la respuesta del Gobierno porteño fue a los bastonazos, que habitualmente suelen oficiar como disuasión, aunque esta vez no lograron ese objetivo.

Son extraños los peronistas. A veces se los convoca para que se hagan presentes en determinados lugares y no aparece nadie, pero hay circunstancias en las que concurren masivamente y no hay Guardia de Infantería que los amedrente.

¿Estado de sitio?

La guerra (o la violencia) es la continuación de la política por otros medios. Lo dijo Carl Von Clausewitz hace 190 años. Sitiar la casa de la vicepresidenta de la Nación, bajo el pretexto que sea, pareciera ser una enormidad. Peor aún sería el acto simbólico de esa violencia policial: separar a una dirigente política de sus seguidores, lo que podría ser considerado como un atentado contra la democracia. Si a esto se le sumara la agresión brutal desatada contra su hijo, que trataba de llegar hasta su casa para estar junto a su madre en ese momento de peligro y confusión, las cosas adoptan un matiz ciertamente siniestro. Nadie parece haber tomado conciencia de ello.

No parece haber sido una solución acertada enfrentar una controversia política con la Guardia de Infantería. El martes, en Happening Costanera, cuando se reunió la conducción del Pro, sus integrantes ni siquiera le reconocieron su coraje represivo al jefe de Gobierno porteño. Por el contrario, fue recibido con amargos reproches por no haber reprimido con una dureza aún mayor. Lo más curioso es que Patricia Bullrich, la voz cantante de los “halcones”, que cuestionó la supuesta “blandura” del jefe de Gobierno porteño, alguna vez debió enfrentar a los bastones policiales, que hasta descargaron golpes contra su humanidad. Alguien le objetó a la exministra de Seguridad de Mauricio Macri que en estos días “se pasó al otro lado de la sirenas”. Son transmutaciones que se dan en la vida.

Al final, al peronismo la represión le sirvió para modificar la actitud asombrosamente displicente que guardó durante algo más de dos años, hasta diez días atrás. El peligro –un aroma que los peronistas olfatean rápidamente ni bien se hace presente- les sirvió como elemento de cohesión, un reflejo del que siempre hacen gala cuando sienten que van por ellos.

Los dirigentes dormían la siesta de los tontos, pero la rebelión de sus bases pareciera haberlos despertado. En el tiempo que queda hasta 2023 habrá fervor militante, que hasta ahora sólo sirvió para obligar a su conducción a reaccionar. Pero tal parece que la única que estaba despierta era ella.

Además, grandes multitudes se movilizaron en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner en todo el país. Ushuaia, La Plata, San Luis, La Rioja, Río Gallegos, Salta, Mar del Plata, Bahía Blanca, Santa Rosa y Posadas fueron sede de grandes concentraciones. Esto también ocurrió también en otras partes del mundo. En Berlín, Valencia, Ginebra y México, entre otras capitales y ciudades del mundo, cientos de argentinos y latinoamericanos se reunieron en los puntos neurálgicos de esas ciudades para mostrar su solidaridad con la expresidenta de los argentinos.

En defensa propia

Por caso, el peronismo despertó de su letargo, para comenzar a actuar en defensa propia. Éste no era el efecto buscado por sus enemigos, pero fue el resultado. Quizás quede en la memoria aquella frase del fiscal Diego Luciani, que exclamó que “las pruebas no hablan, gritan”, una frase algo excesiva, que desató muchas reacciones.

Ahora, el peronismo parece haber encontrado a su candidatx para 2023 y, si bien el PJ no se ha movido a máximo de su capacidad, el Movimiento comenzó su tarea de agitación, que no se detendrá hasta que sea el momento de elegir al sucesor/a de Alberto Fernández. El Movimiento no es el Partido, es la expresión de las bases peronistas, que muchas veces ni siquiera interviene en las campañas electorales, que son patrimonio exclusivo del Partido Justicialista.

El sosiego es una materia lejana, por ahora. Arrecian las borrascas políticas y para el 10 de diciembre de 2023 aún falta tanto, que pareciera ser un siglo.

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