La guerra contra la inteligencia: el epítome del país que quieren los liberales

La guerra contra la inteligencia: el epítome del país que quieren los liberales

Expulsan a los científicos. Cierran y privatizan los medios de comunicación. 


Según lo que nos enseñaron los antiguos maestros, -quizás equivocadamente, dado el presente-, el conocimiento es la base del crecimiento personal. También nos dijeron que la acumulación de los saberes en el seno de la sociedad guarda una íntima relación con el crecimiento, el desarrollo y el bienestar común. Lo que hace grandes a los países -se suponía- era la formación de sus dirigentes, sus científicos y sus líderes en los diversos campos que exigen una disciplina rigurosa en el saber.

Pero, en la Argentina, a veces se camina a contramano. ¿Es posible que la destrucción de las fuentes del conocimiento otorgue algún beneficio al Pueblo? ¿Es el sombrío camino de la ignorancia el que lleva al logro del desarrollo, la Justicia Social, la Soberanía Política, la Libertad Económica, la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación?

El Gobierno que encabeza el libertario Javier Gerardo Milei decretó el cierre de la Agencia Telam, la privatización del Canal 7 y de Radio Nacional, una sórdida reducción en el presupuesto del Consejo Nacional de Investigaciones científicas y Técnicas (CONICET) y el cierre del Instituto Nacional del Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) y del Cine Gaumont.

El ajuste, que se ensaña con la memoria, la historia, el teatro el cine, el periodismo y el pensamiento nacionales, no excluyó al venerable Teatro Cervantes, donde se recortaron tanto los presupuestos que sus funciones quedaron reducidas a lo mínimo indispensable. Este teatro, inaugurado el cinco de septiembre de 1921, fue encargado por la productora María Guerrero y su esposo Fernando Díaz de Mendoza a los arquitectos Fernando Aranda Arias y Emilio Repetto. Construido en el estilo barroco español, hasta el rey de España, Alfonso XIII contribuyó a su producción. Éste sería otro de los desatinos de un gobierno que desprecia antes que nada a la cultura.

Pormenorizando, los corresponsales de la Agencia de Noticias Telam se distribuyen por todo el país, como las arterias de un cuerpo que las necesita para mantenerse informado de manera veraz y rigurosa. En 1973, cuando asumió el efímero presidente Héctor José Cámpora, una de sus primeras medidas fue la de prohibir el funcionamiento de la “mesa nacional” de las agencias de noticias extranjeras, que informaban a los argentinos sobre su propia cotidianeidad desde el punto de vista de los ministerios de exterior (en especial, del Foreign Office y del State Department) y, por lo tanto, de los intereses de las potencias coloniales. Esto dio origen a la creación de las agencias Noticias Argentinas (NA) y Diarios y Noticias (DyN), que por muchos años ocuparon esos espacios informativos. Telam, al mismo tiempo, expandió su radio de acción desde esos años hasta hoy, un capital enorme que ahora está a punto de ser arrojado alegremente a la basura de la historia, adonde también irán a parar, inevitablemente, los perpetradores de este atropello.

Lo que viene desde el pasado

Este ataque sostenido que viene sufriendo el mundo de la cultura, la información y la ciencia nos obliga a recordar antecedentes.

El doce de octubre de 1936, Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, participaba en el paraninfo de ésta de la conmemoración del Día de la Raza, cuando debió escuchar unas palabras “patrióticas” que había pedido pronunciar el general José Millán de Astray, entre las que se pudo percibir algunos infundados elogios a la Falange Española y al generalísimo Francisco Franco. También se refirió el mutilado militar a los intelectuales, haciendo gala de un insolente desprecio.

Unamuno tomó la palabra para decir las palabras “vencer y convencer” y para homenajear al poeta filipino José Rizal, médico y líder independentista. Astray, que había combatido en Filipinas cuando era muy joven, reaccionó airadamente a las palabras de Unamuno y le gritó en la cara: ¡¡Viva la muerte!! Luego derramó su inquina contra los intelectuales españoles como Unamuno, a los que trató de “rojos y masones”.

Cerca de la convulsionada España de aquellos años, se encuentra -todavía- la no menos estremecida Alemania, que combatió junto a la Falange Española en la Guerra Civil -cuando fue el incidente de Unamuno había comenzado hacía apenas tres meses- y en aquellos días estaba gobernada por el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacional-Socialista Alemán). El ministro del Propaganda del Tercer Reich era, por aquellos días, Joseph Goebbels, que hizo famoso el apotegma: “cuando escucho la palabra cultura, llevo la mano a la cartuchera”.

Estos hombres no despreciaban a la cultura, simplemente intentaban servirse de los intelectuales para convertirlos en propagandistas del régimen y los mataban cuando eran críticos de sus políticas. Eran tiempos de veda a las disidencias, de noches de cristales rotos y de prontos fusilamientos. Federico García Lorca fue una de las primeras víctimas de la Guerra Civil Española.

Un día de 1941, alguien encontró cerca de la aldea de Kragujevac (Yugoslavia) un papel con unas palabras garabateadas de apuro: “Mira, dales un beso a los niños. Niños, escuchen a Mamá. Cuídate, Laza. Adiós para siempre”. El que escribió el desesperado mensaje fue uno de los 2.778 serbios que fueron asesinados por los nazis entre el 19 y el 21 de octubre de ese año, en represalia por un ataque de la resistencia serbia contra una unidad de la Wermacht, que había invadido su país.

Luis Castro Berrojo, en su libro Yo daré las consignas-La prensa y la propaganda en el primer franquismo, planteó que “los movimientos fascistas avanzan en la historia sobre dos patas, por así decir: la “conquista del alma popular” –según expresión de Hitler y Goëbbels– y la destrucción del adversario. Dicho de otra manera: la propaganda y la violencia política. En ese contexto, la propaganda es, según Hitler, “ni más ni menos que un arma, terrible en las manos de quien sepa utilizarla”. Y como “la capacidad receptiva de las multitudes es sumamente limitada”, la propaganda debe limitarse a un escaso número de elementos, presentados en forma de “gritos de combate hasta que el último hombre haya interpretado el significado de cada uno”.

En la Argentina del Siglo XXI, la propaganda política toma los parámetros de las redes sociales, que se convierten en armas letales en manos de inescrupulosos habitantes de la Casa Rosada. Si no, que lo diga Marcela Pagano. En cuanto a la violencia política, hasta ahora no aparecieron las patotas al estilo de los muchachos de la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), de Pepín Rodríguez Simón, pero los alegres bastoneros de la Guardia de Infantería de Patricia Bullrich cumplen a la perfección con el protocolo recién diseñado por la ministra y aseguran la calle con la misma elegancia y con el adecuado estilo de disuasión contra la misma especie de humanos, todos ellos morochos, con cara de laburantes del conurbano.

La Noche de los Bastones del Ajuste

Aquella Noche de los Bastones Largos, que desplegó El Caño (el general Juan Carlos Onganía, al que apodaban así sus camaradas, en relación a que era “duro por fuera, vacío por dentro”) el 29 de julio de 1966 contra los alumnos y profesores de la Universidad de Buenos Aires tuvo su correlato en estos días, pero en lugar de palos Milei les disparó a los mismos de entonces un ajuste brutal en el financiamiento. Les recortó, con toda sencillez y con todo cinismo, el 72% del presupuesto.

Así, se está volviendo habitual ver edificios a oscuras, alumnos y profesores al borde de la extenuación, subiendo interminables escaleras, cátedras que se cierran y clases en la calle, bajo la lluvia. En ese marco, los rectores aseguraron que el presupuesto no alcanzará hasta más allá de mayo. La Universidad de Buenos Aires (UBA) declaró la Emergencia Presupuestaria, mientras que los populares “trolls centers” redoblan los ataque contra todo lo que huela a cultura, conocimiento o algo que se le parezca.

A esto le sucede el séptimo de los once principios que utilizaba el inefable Joseph Goebbels, llamado el Principio de Renovación. Éste proponía que “hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones”. Tal como la técnica que aplican sus devotos apóstoles, que tienen una oficina de trolls en Balcarce 50.

Las consecuencias de la guerra contra la cultura, la ciencia y el periodismo

La ofensiva ajustadora del jurásico presidente libertario Javier Milei que se complementa con el insulto, la calumnia y la burla, tiene consecuencias devastadoras. La fuga de cerebros científicos no sólo retrasa el desarrollo económico, sino que su desplazamiento colabora con el desarrollo de otros países. El efecto es doble.

César Milstein se fue del país después del golpe contra Umberto Illia, en 1963 y contribuyó decisivamente con la ciencia británica en la investigación sobre los anticuerpos monoclonales. René Favaloro, por su parte, se fue de la Argentina en 1962, para radicarse en Cleveland, donde desarrolló su técnica del By-Pass, que salvó desde entonces millones de vidas.

Cuando la dictadura llegó para asolar el país en 1976, miles de intelectuales y científicos emigraron para salvar sus vidas y contribuyeron con el desarrollo de otros países. En México y en Venezuela, los periodistas argentinos crearon y desarrollaron medios, varios de los cuales aún existen. Ni hablar de las ciencias. Ingenieros espaciales trabajaron en Italia, Francia y Estados Unidos. Científicos nucleares desarrollaron ciencia aplicada en diversos países de América y Europa. Los ejemplos son muchos.

En una Argentina en crisis, sería deseable seguir aquel apotegma que lanzara el indio Jawaharlal Neuru, que fuera primer ministro de su país entre el 15 de agosto de 1947 y el 24 de mayo de 1964: “Somos demasiado pobres como para darnos el lujo de no invertir en ciencia y tecnología”.

Al revés de todos, como ocurre cada vez que los liberales toman el poder. No hay nada más antinacional que fingirse “moderno” y entregarle a dudosos amigos una base a las puertas de la Antártida.

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