El peronismo que vendrá después del domingo

El peronismo que vendrá después del domingo

Puede ganar o perder, pero no permanecerá igual.


L a cultura política del peronismo nunca estuvo limitada a una silenciosa ocupación de las bancas parlamentarias ni a un indolente reposo en los edificios gubernamentales. El peronismo es acción, nervio, tumulto y reivindicación. Un peronismo sin esa épica es como un cuerpo sin alma.

La pandemia le quitó al gobierno del Frente de Todos la calle, uno de los escenarios en los que el peronismo se mueve “como pez en el agua”, según rezaba –es un decir- la máxima esencial del Tío Ho.

Esta languidez movilizadora sólo puede ser revertida adoptando las hasta ahora reticentes medidas que les quiten algunas monedas a los bolsillos más llenos, para que éstos se derramen sobre las escuálidas faltriqueras de los más pobres.

La épica de la Justicia Social se vería traducida en los días que vienen en una reforma laboral que incluiría, entre otros ítems, la disminución de un día de trabajo por semana para algunos sectores y la regulación de las labores de motoqueros y ciclistas, a los que se ve cotidianamente cruzar la ciudad en todas direcciones a cambio de pagas tan bajas que mueven al conflicto.

Las empresas que desarrollan esos trabajos de las “app’s” –las populares aplicaciones para celulares- no tributan ante el Estado y, para peor, casi siempre los pagos de los clientes que compran una pizza, o pagan un remise o un producto de cualquier índole, vuelan directamente hacia cuentas “offshore”, sin dejar rastros ni beneficios en el país.

Paralelamente, el gremio que representa a los trabajadores del campo entregó una lista de 120 mil empleados que hoy están en negro y que serían incluidos de esta manera en la seguridad social. Este derecho básico, de todos modos,  debería ser ampliado a muchos otros sectores, en los que el trabajo muchas veces no es bendición sino un insulto a la justicia social.

En los días que corren, en los que la carrera de los precios impacta fuertemente sobre los bolsillos de los trabajadores, denegando toda posibilidad de mejoras en sus vidas, no todo es aflicción. Los signos de mejora que se empiezan a notar en la macroeconomía se traducen, por ejemplo, en el anuncio de la Unión Obrera Metalúrgica, que reportó que en esa actividad existen hoy 30 mil empleos más que en el período 2015-2019.

Paralelamente, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ya estaría en camino al cierre. Incluiría cuatro años de gracia (no estaría acordado aún) y el resto de los pagos se saldarían a once o doce años. En este punto es necesario aclarar que los 44 mil millones de dólares del préstamo que tomó Argentina entre 2018 y 2019 debían ser pagados hasta 2024, un plazo tan breve que pareciera haber sido acordado a propósito para sumir a la Argentina en una crisis, como pasó tantas veces en años anteriores. Recordar sino el Megacanje (¿megarcanje?), el Blindaje, la crisis del Tequila, la de Malasia y la del Rublo, todas acaecidas entre los ’80 y los ’90, enmarcadas en las fiestas de pizza con champagne del menemismo y los veleidosos sushis de Antoñito de la Rúa y el hoy libertario Darío Lopérfido.

Si las cosas fluyeran, algo que no es tan fácil que ocurra, pero que podría ocurrir, en noviembre se daría por cerrada la negociación con el FMI y –lo más importante- se haría el anuncio antes de las elecciones. Al menos, está en los planes. Como el FMI no puede aceptar una derrota –permanece invicto hasta hoy, aunque este sería su primer fracaso de la historia-, no habrá descuento de capital, pero la baja en los intereses y el alargamiento en los plazos funcionarán como paliativos al desastre macrista, a la vez que como tácito reconocimiento al apotegma napoleónico: “con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa, menos sentarse sobre ellas”.

Los realineamientos del futuro

Mientras que la Argentina parece estar buscando su alineación internacional, las opciones posibles dejan en claro que toda épica del desarrollo con justicia social tiene su precio y que las potencias cobran lo suyo en efectivo, incluso antes de que aparezcan los beneficios. En este rubro no hay cheques a 90 días, ni bicicleta financiera, ni esos pagadioses que forman parte de la idiosincrasia del típico chanta argentino.

Al mismo tiempo que el embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja era invitado a tomar parte en una reunión de los BRICS (el grupo de países en desarrollo que conforman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), la diplomacia del dólar exigía un alineamiento que excluya a Argentina de esa alianza.

El juego político es complejo, pero se puede resumir en que si el próximo candidato del peronismo es Sergio Massa, que es un hombre alineado con la embajada de la avenida Colombia 4300, sería obligatorio que Argentina deje de lado la alianza con el gigante asiático. ¿De qué manera? La excusa ideal es, aparentemente, de estricta justicia. El problema del calentamiento global es uno de los principales temas de la agenda ecológica de las naciones occidentales, precisamente los principales culpables de la contaminación con gases carbónicos. Pero –siempre hay un pero- desde hace siete meses la administración Biden tomó de manera entusiasta la bandera de la limpieza de la atmósfera y la eliminación de los gases que provocan el efecto invernadero.

En este camino, es sabido que el incipiente desarrollo industrial chino no prevé por el momento la disminución en la emisión de esos gases. La excusa ideal es que los países que compran en China les exijan eso, precisamente. La exigencia de la huella de carbono sería, si prosperara la política del Departamento de Estado norteamericano, el Talón de Aquiles de las ventas chinas al exterior. Se sabe que Argentina produce el 0,07 del calentamiento global y ésa sería la excusa perfecta. Se verá si el argumento finalmente se impone o no. El recurso argentino –y de los países alineados con EEUU- se expresaría en una tasa extra a la susodicha “huella de carbono”, con lo que los productos chinos perderían competitividad, al menos en Argentina. En este camino, no ocurriría lo mismo con Rusia, que a pesar de ser también uno de los BRICS, no ha roto la alianza que forjó con Trump, al menos hasta ahora.

A cambio de tamaño sacrificio, los norteamericanos dejarían de exigir perentoriamente el ajuste en la economía –no es el FMI el que lo exige por sí, sino que es una imposición de los principales países miembros, como EE.UU., Reino Unido, Francia y Alemania- y no se molestarían, como lo hicieron siempre en el pasado, por la aplicación a la economía argentina de las políticas de inclusión de los miles de pobres que no reciben los beneficios del sistema.

En resumen: ojos cerrados a la cultura peronista de la Justicia Social, a cambio de alejar a Argentina del Mundo BRICS y de China, en especial. Una condición que difícilmente conceden los países desarrollados, que precisamente intentan evitar que los subdesarrollados utilicen para su beneficio las materias primas que poseen en cantidad, en lugar de vendérselas baratas a los países del norte industrial, por lo que es posible que todo este acuerdo deba ser corroborado cada año o cada dos años.

Mientras tanto, en Ciudad Gótica…

En diciembre, en tanto, habría algunos cambios en el Gabinete. Las elecciones de medio término significan, necesariamente, una etapa concluida. Y hasta ahora, cambios hubo muy pocos, a todo nivel. Esto deja ver que los acuerdos internos del Frente de Todos se mostraron sólidos hasta hoy.

El problema mayor lo tiene hoy la oposición, más allá de los resultados. El liderazgo declinante de Mauricio Macri aún no terminó de desvanecerse, como aquel soldado británico en la parodia de la película Gunga Din que encarnó Peter Sellers en “La Fiesta Inolvidable”, que moría una y otra vez, siempre reapareciendo en lo alto de la colina, tocando su clarinada de advertencia a sus camaradas para advertirles de una emboscada de los rebeldes hindúes. Éstos lo fusilaban y el héroe caía, pero volvía a emerger tocando su melodía de alarma y volviendo a morir, una y otra vez. Así, Macri amaga retirarse –como hizo cuando se fue a Europa- pero vuelve y exige participar en la campaña y espera que se le siga tratando como jefe del espacio. Muere y resucita, como el Ave Fénix.

Si el expresidente intentara volver a ejercer su liderazgo, tal como lo está haciendo en estos días, lo mismo no va a poder conformar a su electorado concediéndoles esa hipotética “sangre” que le exigen sus partidarios más duros, porque la rebelión social que podría desatarse derramaría la verdadera. El dilema es para Juntos por el Cambio más difícil aún que perder la elección.

Por el lado del oficialismo, el acuerdo entre Enrique Coti Nosiglia y un sector del Frente de Todos (renovado) –ver ¿Fernández contra Fernández? en Noticias Urbanas Digital N° 118, del cinco de agosto pasado- avanza, pero con pies de plomo a causa del “efecto foto de Olivos”, que retrasó los planes de progresar con Alberto. Esta operación habría sido pergeñada por Mario Montoto, en su afán de volver al protagonismo de la escena argentina. Por ahora, sólo Sergio Massa juega el juego de Nosiglia. Como un adelanto, el 24 de agosto último se produjo la presentación de un proyecto de restauración edilicia del vetusto Hospital de Clínicas.

El proyecto de ley fue presentado por Massa y Laura Russo, por parte del Frente de Todos y por los radicales nosiglistas Dolores Martínez y Emiliano Yacobitti, este último muy ligado al Hospital escuela de la Universidad de Buenos Aires. Los acompañó el rector de la UBA, Alberto Barbieri.

Eso, por un lado.

Por el otro costado, las alianzas de Massa dentro del Frente de Todos se recuestan especialmente en el presidente del bloque de diputados, Máximo Kirchner y en la arquitecta del Frente de Todos, Cristina Kirchner. El poder territorial del tigrense –en realidad, nacido en San Martín, también en la Zona Norte del Conurbano- incluye un bloque propio de diputados, intendentes de varias provincias y acuerdos de distinto tipo con los gobernadores de Chubut, Mariano Arcioni y de Salta, Gustavo Sáenz.

La alianza de Massa con Máximo Kirchner, que guarda aspiraciones propias a futuro, se mostró inoxidable a lo largo de los dos años que lleva. Nada hace pensar que en el tiempo que viene estalle, salvo circunstancias de fuerza mayor.

Las impredecibles elecciones del domingo próximo serán, de todos modos, definitorias. Aquí, quien no mida, no seguirá en el mismo lugar. Massa no juega nada, pero Máximo Kirchner se juega todo. Suya fue la lapicera del armado de las listas, en el que hubo –como en todo armado- felicidad, tristeza y enojos de toda laya. Es un misterio la actitud que tomaron los intendentes, a los que se vio poco en los actos de campaña.

Igual, esta actitud aparecerá claramente el domingo, cuando las encuestas deban ser corroboradas por las boletas contenidas en las urnas. De la conformidad de los jefes comunales dependen el triunfo o la derrota. Hace unos días, algunos se mostraron muy conformes, en declaraciones a la prensa con el armado del hijo de la vicepresidenta, pero los heridos y los disconformes con poder territorial no suelen hablar. De todos modos, los corrillos peronistas aseguran que la lapicera kirchnerista se mostró generosa con los líderes distritales, por lo que no se esperan demasiadas sorpresas en el recuento de las urnas el domingo.

El futuro es hoy.

Qué se dice del tema...