Como quien mira la realidad a través de un prisma, el peronismo ofrece por estos días, una imagen casi ilegible. Ya no es lo que fue. Ofrece una democracia de baja calidad y un futuro incierto a su feligresía. Tanto es así que su crecimiento de los últimos días ocurre en paralelo con la decadencia de sus enemigos.
Alguna vez, el General Perón adujo que “no es que hayamos sido tan buenos, sino que los demás son peores”, un apotegma que se mostró más vigente que nunca ante el panorama de un gobierno libertario que avanza a trompicones, intentando cambiar a la fuerza lo que se debería cambiar democráticamente. Éste, atrapado en una lógica de extrema pobreza conceptual, se degradó hasta constituirse en un pingüe negocio para una secta de arribistas, que sólo buscan monedas arrastrándose por los subsuelos de la filosofía y la acción políticas.
Aun así, en esta misérrima realidad, en la que la bajeza, la maledicencia y aún el insulto son las únicas expresiones de una política de precarización económica brutal, es incierto el panorama acerca de quién ofrece una salida mejor. A lo sumo, en el seno de un Pueblo sumido en una precaria resistencia, ante la falta de representación política, por ahora la máxima aspiración de la mayoría es no seguir cayendo en los abismos insondables de la miseria.
Desde la vereda opuesta, el peronismo hoy sólo ofrece un capitalismo piadoso, menos cruel que el capitalismo libertario, pero igual de avaricioso, igual de brutal e igual de pequeño en sus respuestas sociales. El viejo movimiento que fundara Perón -basado en principios diferentes a los que defiende hoy-, es el albergue de un “liberalismo light”, capaz de promover a la Presidencia de la Nación a un “liberal socialdemócrata”, como se autodefinió el expresidente Alberto Fernández.
La crisis en el octogenario movimiento popular se compone de una extraña mezcla, que aúna a cientos de nostálgicos de la primera hora, a los revolucionarios de los ’70 y a los “renovadores” de los ’90. Todos ellos forman parte de una cofradía que añora lo que nunca fue. Los únicos que pueden exhibir recuerdos alentadores son los primeros. Los otros, a los que habría que sumar a “la generación intermedia”, que son los que crecieron políticamente en los ’60, en los tiempos de la proscripción, fueron protagonistas de procesos políticos que se quedaron a mitad de camino, en parte por la represión sangrienta y brutal de las dictaduras de 1955, de 1966 y de 1976, en parte por sus propias limitaciones políticas.
Una crisis y una fractura expuesta
El peronismo de la década ganada se convirtió en la “patrulla perdida” que definiera Rodolfo Walsh. Superada aquella explosión del consumo generada entre 2001 y 2015, en este último año regresó al gobierno un proyecto político que expresaba a un liberalismo centrado sólo en la toma de ganancias.
Macri cercenó derechos, bajó el gasto social y se convirtió en un gestor exitoso del ajuste, abriendo un camino que continuó después Javier Milei, mucho más valiente y más honesto que él. Éste es el único que puede reclamar legítimamente el título del verdadero ajustador, del ajustador y medio o del doble ajustador.
En este contexto, el peronismo debe navegar en las aguas procelosas del presente. Sin doctrina, sin proyecto y sin poder.
El regreso podría ser épico, si se produjera. Sin épica no se va a ningún lado. El problema es que hoy la expresión del heroísmo y la épica las expresa Milei. Ése es el desafío del peronismo, hoy. Contrarrestar al contrarrestador.
El dilema es que, para construir la épica es necesario dejar de lado el discurso “anti”. Es necesario construir un proyecto de país. Por eso hoy Cristina es un obstáculo. Porque ella retrotrae al pasado, no avanza hacia el futuro. Reina, pero no conduce. Es una estadista, no una política. Es parte del pasado, de un pasado mucho mejor que este presente, pero un pasado al fin.
Renovarse, ¿es vivir?
La Renovación Peronista de fines de los ’80, que condujo Antonio Cafiero, generó esperanzas, cambios y aire fresco, pero la síntesis fue Carlos Menem. Un buen principio, pero un trágico final, porque el riojano fue la punta de lanza que le abrió el paso, primero a Mauricio Macri y luego, a este engendro del infierno que vivimos hoy.
De todos modos, la semilla renovadora no murió en terreno árido. Fructificó en 2001, convocada por una crisis que guarda algunas similitudes con el presente. Similitudes: decadencia política; baja representatividad política; paupérrimos niveles de asistencia electoral; un saqueo de las riquezas argentinas que debía ser frenado y un desvergonzado pillaje a los ahorros del Pueblo, que también debía cesar rápidamente. Diferencias: Milei no es radical; De La Rúa se entregó pronto –a pesar de lo cual dejó 35 muertos entre el 19 y 20 de diciembre de 2001- y, finalmente, existían reservas en el Banco Central, pocas, pero las había.
Adicionalmente, la más trágica de las similitudes la constituyó el nivel de endeudamiento entre 1999 y 2001, que incluyó el Blindaje y el Megacanje (¿megarcanje?), que también fue feroz. La peregrinación de Milei al FMI fue igual de humillante que la de De La Rúa y será igual de condicionadora del futuro. Es sabido que el FMI no presta para “ayudar”, sino para profundizar las crisis de los países del Tercer Mundo, las cuales son desatadas por las mismas políticas que exige el organismo para conceder los préstamos. Un çírculo perfecto.
Todas estas cuestiones se deben elaborar en el seno del peronismo para arribar a una síntesis política que culmine en el planteo de un proyecto viable de país. Sin esta premisa, Fuerza Patria se convertiría en una reedición tardía de un Frente de Todos que terminó siendo el Frente de Nadie.
Una provincia que plebiscita
El siete de septiembre, se supone, será plebiscitada la gestión de Axel Kicillof en la Provincia de Buenos Aires. La Madre de Todas las Batallas se produciría, entonces, en la Primera Sección Electoral.
¿La razón? La Tercera Sección es tradicionalmente peronista. Allí, las encuestas arrojan resultados positivos para Fuerza Patria, que se aleja en los números electorales de sus enemigos de la coalición que conforman La Libertad Avanza y el Pro. Algunas mediciones le otorgan a la fuerza del gobernador alrededor de 15 a 20 puntos de ventaja.
Si no hay sorpresas, en el resto de las secciones, la victoria sería para LLA-Pro, siempre de acuerdo con las encuestas previas.
La Primera Sección Electoral, la de la discordia, se compone de 24 partidos. En éstos, 18 -Escobar, Las Heras, Rodríguez, San Martín, Hurlingham, Ituzaingó, José C. Paz, Luján, Malvinas, Marcos Paz, Mercedes, Merlo, Moreno, Morón, Navarro, Pilar, San Fernando y Suipacha- son gobernados por el peronismo y aliados, cuatro -Campana, San Isidro, Tres de Febrero y Vicente López- por la coalición LLA-Pro y los dos restantes -San Miguel y Tigre-, por Somos Buenos Aires, el encuentro casual entre Facundo Manes y Juan Schiaretti.
La teoría asumiría que la fuerza de los intendentes debería ser decisiva para darle el triunfo a Fuerza Patria, a pesar de que en esta sección se encuentran algunos populosos partidos en los que campea el antiperonismo, como San Isidro y Vicente López.
En la Tercera Sección, el peronismo no pierde desde 1997. En la Primera Sección, en cambio, las cosas no fueron siempre así. Allí, el peronismo ganó y perdió. En esta ocasión, los números de algunas consultoras favorecen a LLA-Pro y los de otras muestran resultados parejos o favorables a Fuerza Patria.
De todos modos, los números electorales son un problema menor para el Pueblo Argentino, que detecta la falta de un proyecto viable de país.
El resto es escoria.