Juan Manuel de Rosas, el gran defensor de la soberanía argentina

Juan Manuel de Rosas, el gran defensor de la soberanía argentina

Por Joaquín Vivanco

El 20 de noviembre se cumplieron 178 años de la Batalla de Obligado.


En 1840, Buenos Aires sitiaba Montevideo, a causa del derrocamiento del legítimo presidente uruguayo, Manuel Oribe, a manos de Fructuoso Rivera, aliado con los franceses, los ingleses y los unitarios argentinos exiliados.

Rivera, financiado por los ingleses y franceses, invadió la provincia de Entre Ríos para apoyar a la recientemente derrotada Coalición del Norte. Luego, firmó una alianza con los gobernadores de Santa Fe y de Corrientes para derrocar a Juan Manuel de Rosas, el mandatario argentino.

El objetivo de Rivera y de los embajadores de Francia, Alexandre de Lurde y de Inglaterra, John Henry Mandeville, era lograr la apertura de los ríos interiores argentinos para traer sus manufacturas y venderlas libremente en los puertos de los ríos Paraná y Uruguay. El financiamiento de la guerra, en la que intervinieron las flotas de ambos países europeos, corrió también por parte de los mismos, que repartían generosamente prebendas y dinero a manos llenas en la por entonces próspera Montevideo.

En junio de 1845, el titular del Foreign Office británico, Lord Aberdeen, recibió dos peticiones para intervenir en la apertura de los ríos interiores de Argentina y Uruguay, provenientes de comerciantes de Liverpool y Manchester.

Finalmente, el 30 de agosto de 1845, el capitán italiano Giusseppe Garibaldi se internó en el río Uruguay, escoltado por naves francesas y saqueó Colonia, Fray Bentos y Gualeguaychú, en escaramuzas en las cuales fueron asesinados cientos de pobladores y destruidos varios barrios de esas poblaciones.

Entretanto, Rosas había enviado a Lucio Norberto Mansilla a instalar baterías a lo largo del río Paraná. El 17 de noviembre, una gran flota, compuesta por 20 buques de guerra y 90 mercantes, partió de Montevideo para iniciar las hostilidades.

El 20 subieron por el río Paraná y llegaron a la Vuelta de Obligado, cerca de la actual ciudad de San Pedro, adonde Mansilla había instalado 35 cañones de calibres cuatro a 24. La armada invasora, en cambio, estaba armada con 113 cañones de calibres 24 a 80. Además, Mansilla había amarrado con gruesas cadenas una línea de botes, que detuvieron por un tiempo el avance de la flota anglo-francesa.

Las fuerzas argentinas no tenían ninguna posibilidad de triunfar en esa batalla, sin embargo, las endebles baterías de la Patria causaron serias averías a los buques enemigos, que desembarcaron para tomarlas y debieron retirarse con graves pérdidas ante el fuego graneado de los soldados argentinos.

Sin ninguna pretensión de veracidad, algunos cronistas situaron en el campo de batalla al Gaucho Antonio Rivero, aquel que se rebeló a los ingleses en Malvinas y que fue apresado por las tropas de la Rubia Albión y luego devuelto a la Argentina, después de que un juez británico no hallara razones para juzgarlo a causa de que las islas irredentas no eran -ni lo son hoy- territorio inglés.

Mansilla, que fue herido en Obligado, siguió construyendo baterías en las orillas del río, mientras que la flota extranjera había penetrado hasta la ciudad de Corrientes, con escaso éxito, ya que era un territorio poco poblado y carente de riquezas.

Pero las hostilidades siguieron su curso. Rosas no estaba dispuesto a entregar la soberanía argentina. El dos de enero de 1846 se produjo un nuevo combate en Obligado. El nueve, Mansilla volvió a atacarlos con mucha efectividad en El Tonelero, cerca de Ramallo. El mismo día, el insistente coronel abrió fuego contra el enemigo en Acevedo, cerca de San Nicolás. El 16 del mismo mes, la escuadra anglo-francesa se retiró con grandes pérdidas tras el segundo Combate de San Lorenzo, el mismo lugar en el que San Martín iniciara 33 años antes su heroica gesta patria.

El diez de febrero, los europeos mandaron al vapor Gordon a pedir refuerzos. Los patriotas lo atacaron a la altura de la isla del Tonelero, obligándolo a volver para ampararse en la flota. Entonces, los invasores enviaron a los vapores Firebrand y Alecto, que también fueron atacados casi hasta su destrucción en el Tonelero.

El dos de marzo, Enío la diosa griega de la guerra volvió a sonreírles a los heroicos defensores de la soberanía. La Guerra del Paraná continuó en Angostura del Quebracho, adonde las armas argentinas volvieron a agredir al enemigo, causándoles grandes bajas y pérdidas materiales. El 19 de abril, en el mismo lugar, el capitán Álvaro Alzogaray recuperó uno de los buques que los ingleses le había robado al almirante Guillermo Brown.

Entretanto, la flota pasó por Corrientes, adonde comerciaron muy poco. Como contrapartida, los extranjeros les dejaron a los correntinos una importante cantidad de armas, por la razón ya enunciada. Cuando la flota regresaba a Montevideo, el pertinaz Mansilla los atacó el diez de junio de 1846 en la Angostura del Quebracho, provocándoles nuevamente ingentes daños.

Pero no sólo en el Paraná y el Uruguay se combatió. El 21 de marzo, la flota anglo-francesa atacó el puerto de Ensenada y el 25 hicieron lo mismo en Atalaya. Los marineros fueron escarmentados por las milicias de caballería, que los obligaron a reembarcarse y dejarse de joder.

En febrero de 1846, las noticias de la resistencia argentina habían llegado a Francia y a Inglaterra, que ante el fracaso de su política intervencionista, debieron cambiar sus estrategias. Entonces, se inició la ronda de las misiones enviadas al Río de la Plata por las cancillerías de ambos países.

Lord Palmerston, entonces secretario del Exterior, envió a Buenos Aires a Thomas Hood -también investido como representante de Francia-, que se entrevistó con Rosas el 13 de julio de 1846. Como éste aceptó su propuesta, pero su cancillería no, regresó a Londres sin haber obtenido resultados.

Ambas potencias enviaron entonces a dos nuevos negociadores. El once de mayo de 1847, Rosas recibió a John Hobart Howden y al conde Alexandre Walewski, que se decía que era un hijo natural de Napoleón y la condesa polaca María Walewska. Como Rosas se negó a firmar una propuesta diferente a la que le había dejado Hood, ambos diplomáticos se fueron. Howden recaló en Río de Janeiro, adonde fue designado embajador y el dos de agosto Walewski regresó a París.

El 19 de marzo de 1848, llegaron a Montevideo los diplomáticos Robert Gore y el Barón Jean Baptiste Louis Gros, que intentaron pactar un arreglo con Manuel Oribe, que dominaba la planicie uruguaya pero no Montevideo, para separarlo de Rosas. Le ofrecieron la presidencia y Montevideo y algo más (¿$$?). Rosas también recibió la propuesta de pactar la paz, dejar a su aliado Oribe en el gobierno, además del retiro de la flota binacional. Oribe se negó a continuar las negociaciones, porque la intención de los aviesos diplomáticos era separarlo de Rosas. En mayo llegó la noticia de la Revolución de 1848, que modificó la política francesa, por lo que ambos diplomáticos regresaron a Europa, dejándole una agresiva nota a Rosas, en la que lo culpaban por el fracaso de su misión mediadora, que en realidad era sólo favorable a Montevideo, que vivía del financiamiento que recibía de París y Londres.

Finalmente, el 24 de noviembre de 1849, dos años después de llegar a Buenos Aires, el embajador inglés Henry Southern firmó con el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Enrique Arana, el tratado que le puso fin al conflicto. En el Tratado Southern-Arana se reconoció a la Confederación Argentina su derecho a ejercer su soberanía en sus ríos interiores, además de su derecho a solucionar sus diferendos con Uruguay por vías pacíficas o bélicas. También se le devolvieron los barcos de Brown y la isla Martín García. Por último, la flota inglesa debía disparar 21 salvas en desagravio del pabellón nacional, al tiempo en que la Cancillería aceptaba su derrota.

Dos pequeñas historias surgen de esta etapa convulsionada de la Confederación. Años después de la firma del tratado Southern-Arana, a la actual avenida Scalabrini Ortiz se la denominó “La calle del ministro inglés”, en recuerdo precisamente de Southern. Resulta que el tratado no fue demasiado favorable para su país, por lo que Southern, que vivía en Córdoba y Scalabrini Ortiz, caminó de regreso a su casa desde la residencia de Rosas, situada en las cercanías de Figueroa Alcorta y Sarmiento con la cabeza gacha. El nombre -una ironía típicamente argentina- perduró hasta que en 1893 el intendente Federico Pinedo lo cambió por el de George Canning, que fue, precisamente, otro ministro inglés. En esta ocasión, de acuerdo con el personaje, la ironía se había perdido en un mundo desconocido.

La otra historia tiene que ver con el General José de San Martín, a quien le fue requerida su opinión sobre el conflicto entre Inglaterra y la Confederación Argentina por el periodista Fredrick Dickson, del periódico Morning Chronicle. El veterano general, que conocía como pocos el espíritu argentino, les advirtió a los ingleses que los argentinos se defenderían activamente de cualquier agresión externa y que los ejércitos que se enviaran en su contra nada podrían hacer, en especial si entraban en combate los montoneros.

Dos consideraciones finales. El General San Martín le legó su sable corvo a Juan Manuel de Rosas. En su testamento escribió: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de Independencia de la América del Sud, le será entregado al General la República Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”.

Rosas, al morir se lo legó a su vez al heroico mariscal Francisco Solano López, abatido en la Guerra de la Triple Infamia por haber convertido al Paraguay en un país independiente. El sable de San Martín siempre circuló entre patriotas, aunque ahora esté secuestrado por los cultores de un nacionalismo descafeinado.

Quizás algún día se publique nuevamente la historia de las guerras civiles argentinas, sin ocultar a quienes financiaban a los bandos que se levantaban en armas contra el Gobierno de Juan Manuel de Rosas. Muchas cosas quedarían claras, entonces. Para empezar, estaría el nombre de Fructuoso Rivera, que está mencionado en esta crónica. Por supuesto, no sería el único. Justo José de Urquiza también estaría sindicado como uno de los traidores a la Patria, por mucho monumento que se le haya erigido.

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