Horacio Maggio: “El pájaro voló”

Horacio Maggio: “El pájaro voló”

Se fugó de la ESMA el 17 de marzo de 1978. El 4 de octubre de 1978 fue asesinado por el Ejército.


El 17 de marzo de 1978, Horacio Domingo Maggio fue comisionado por Jorge “Tigre” Acosta, el despiadado jefe del Grupo de Tareas-33/2 (GT 33/2), que funcionaba en el Casino de Oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada, para ir a comprar lápices y papel, con el fin de que los prisioneros pudieran seguir ejerciendo el trabajo esclavo al que habían sido reducidos por la patota de la Marina.

“Nariz” Maggio, tal era su apodo por razones obvias, había tomado del libro “La Orquesta Roja”, de Gilles Perrault, la idea de que era necesario conocer todas las casas y los negocios con doble entrada. Así, se bajó del auto en una librería con esa peculiaridad, habló un momento con el vendedor y se deslizó furtivamente por la puerta de atrás, rumbo a la libertad y a otra gran aventura de su vida.

Maggio, militante de Montoneros, había sido secuestrado el 15 de febrero de 1977 (hacían 397 días), a una cuadra de la Plaza Flores, por los integrantes del GT 33/2. Durante 15 días fue torturado por los especialistas de la ESMA. Picana, submarinos y golpizas se sucedieron una tras otra, hasta que un paro cardíaco lo fulminó. Un médico militar debió extremar sus habilidades para regresarlo a la vida y que sus torturadores pudieran continuar con la tarea de demolerlo.

Finalmente, el joven fue destinado a la “Pecera” en el tercer piso del casino, el lugar en el que los secuestrados desarrollaban sus tareas, para las que necesitaban esos lápices y papeles que Maggio debía adquirir aquel 17 de marzo. Astutamente, el santafesino se había ganado la confianza del “Tigre” Acosta, hasta lograr que lo autorizara a salir con un “zumbo”. El perverso sistema de la Marina para “recuperar” a esas almas perdidas montoneras no excluía la extorsión, la amenaza y hasta la mitigación del maltrato, para “convencer” a los prisioneros de que la colaboración era el camino. En esa circunstancia, Maggio fingió adaptarse a la traición. Aún no había llegado su momento.

Cuando huyó y consiguió un lugar seguro, Maggio llamó al marido de una de sus primas, José Luis Taboada, para que llamara a Haydeé, su madre y le dijera que “el pájaro voló”, una clave para que supiera que había escapado de sus secuestradores.

Una vez que hubo abandonado el corazón de las tinieblas, el joven comenzó su tarea de develar el secreto que rodeaba a la estrategia de los militares para desaparecer a la militancia opositora. Primero escribió un completísimo informe sobre el funcionamiento del centro de exterminio que funcionaba en la ESMA, en el que incluyó los nombres y los alias que utilizaban los marinos que regenteaban el lugar, los nombres de los secuestrados que conocía, las mecánicas de tortura y asesinato, los vuelos de la muerte, los “traslados” y hasta dibujó los planos del lugar, los primeros que se conocieron en el país y en el mundo. Toda esta información fue fundamental para la megacausa ESMA, que consta de doce investigaciones, que a su vez dieron origen a cuatro grandes juicios, en los que fueron condenados prácticamente todos los oficiales de la Marina que operaron ilegalmente desde la Escuela situada en Libertador y Comodoro Rivadavia, en el barrio de Núñez.

Horacio Maggio, al terminar su informe, lo envió a las embajadas de Francia y Estados Unidos, a la Organización de las Naciones Unidas, a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, a Amnesty Internacional, a sindicatos, a periodistas, a empresarios y hasta a la Junta Militar. Lo recibieron también en las agencias de noticias Associated Press y France Presse. Luego, brindó su testimonio al periodista Richard Boudreaux, de esta última agencia, en un reportaje que recorrió el mundo.

Entretanto, Maggio juntaba cospeles para teléfonos públicos y cada tanto llamaba al 701-4418, para espetarles a sus captores: “h…. de p…, va a haber un Nüremberg para ustedes”, mofándose de ellos y desafiándolos. Entre otras cosas, les preguntaba a cuántas personas más habían asesinado después de que él se fugara.

ESMA, paredón y fuga

Los militantes de la calidad de Horacio Maggio no sobrevivían en la ESMA. Por eso, desde el primer día su plan fue escaparse. En las noches de Capucha –el sucucho en el que dormían algunos prisioneros-, mientras las ratas corrían a su alrededor, Nariz leía La Orquesta Roja y soñaba con una muy improbable fuga.

Él ya sabía su destino. Había escuchado a unos suboficiales de la Armada ufanándose de que el método más eficiente para matar sin dejar rastros era amontonar a seis o siete secuestrados en un auto, ametrallarlos y luego incendiar todo, o, en su defecto, tirarlos al mar desde un avión.

Un día, Maggio se encontró con Jaime Dri, un referente de Montoneros en el Nordeste, que había sido diputado. Lo habían secuestrado en Montevideo a fines de 1977. Dri creía que el Nariz había sido asesinado y se sorprendió al encontrarlo. El diálogo fue breve. Entre susurros, Maggio lo alentó. “La tortura se aguanta, te juro que se aguanta. Hay que ganar, ¿entendés?, hay que ganarles la batalla”. En otra ocasión relataremos la historia de Dri, que también eludió a sus captores en dramáticas circunstancias.

Finalmente, Maggio –que afirmaba en su denuncia que la realizaba a causa de “su obligación moral de cristiano”- la envió a la Conferencia Episcopal Argentina, que conformaban por aquellos días los cardenales Juan Carlos Aramburu, Raúl Primatesta y Vicente Zazpe.

Pero los prelados tenían otra versión de los hechos. Unos meses antes, un documento redactado por ellos había dejado en claro su apoyo a los dictadores, “con comprensión, a su tiempo con adhesión y aceptación”. Inclusive, habían desechado toda crítica a los militares que ya habían asesinado a miles de personas. Alegaban que así eludían “un enfrentamiento que sinceramente no deseamos”.

Inclusive, unos días antes de que Maggio les enviara su informe, los tres eclesiásticos se habían reunido con la primera Junta Militar, que conformaban el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Ramón Agosti. Éstos les habían dejado en claro que los desaparecidos habían sido asesinados.

La versión de Horacio Maggio, de todos modos, no los conmovió y los cardenales siguieron tolerando hasta los asesinatos de sus propios prelados, como los obispo de La Rioja, Enrique Angelelli y de San Nicolás, Carlos Ponce de León y de otros sacerdotes, como Carlos de Dios Murias, Carlos Mugica y los cinco sacerdotes y seminaristas palotinos Salvador Barbeito, Emilio Barletti, Pedro Duffau, Adolfo Kelly y Adolfo Leaden.

Los organismos de Derechos Humanos evalúan que por los sótanos de la ESMA pasaron unos 5.000 militantes de diversas organizaciones, de las cuales había sólo dos que ejercían la violencia armada, por lo que el plan de exterminio quedó expuesto, porque sólo 200 (un cuatro por ciento de los secuestrados) quedaron con vida.

Finalmente, Horacio Maggio, que eligió seguir con la campaña de denuncias en lugar de mantenerse a resguardo, fue acorralado por una patrulla del ejército en Chilavert, el cuatro de octubre de 1978. El montonero corrió hasta una obra en construcción y comenzó a arrojarles piedras a sus asesinos, que finalmente le dispararon y lo asesinaron.

El Tigre Acosta, en un ataque de furia, exigió que le llevaran el cadáver. Cada secuestrado tenía en la ESMA un “recuperador”. Acosta era el recuperador de Maggio y de otra detenida, Ana María Martí. Cuando llegó la ambulancia con el cuerpo del joven santafesino, el fracasado recuperador hizo desfilar a todos sus prisioneros ante el cadáver. Con Ana María fue particularmente cruel. La obligó a inclinarse ante el cuerpo y le apretó la cabeza contra las heridas mortales de Maggio, tanto que la sangre le mojó la cara. “Esto es lo que te va a pasar a vos si te escapás” masculló el asesino.

Martí no se escapó, pero al ser liberada, el 12 de octybre de 1979, rindió un fuerte testimonio ante la Asamblea Nacional de Francia, junto con otras dos prisioneras que se fueron con ella, Sara Solarz de Osatinsky y Alicia Milia de Pirles. Después de tantos dudosos “triunfos” criminales, allí Acosta falló dos veces seguidas.

La historia continuó, porque Maggio siguió combatiendo aún después de su asesinato. El cuatro de julio de 2008 –casi treinta años después de caer-, el equipo de mantenimiento del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio ESMA halló en una viga de la Pecera, adonde Maggio trabajó casi durante un año, dos inscripciones. En ese antro del tercer piso, las letras que legó a la historia apenas se veían. Un testamento de su presencia en el Averno.

En un cartelito, algo borroneado, alcanzaba a leerse: “cio Maggio-27/12/77”. La otra era más escueta: “H.M.-3/3/78.

Esta última había sido realizada justo dos semanas antes de fugarse y ambas se convirtieron en el último testimonio de un hombre que nunca se rindió.

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