El silencio en algunos cuarteles se ha vuelto más profundo que de costumbre. Donde antes había formación y pasos firmes sobre el asfalto, hoy hay huecos en las filas. En apenas nueve meses de gobierno de Javier Milei, más de 18.000 efectivos militares abandonaron las Fuerzas Armadas. No se trata de una purga ni de un ajuste estructural ordenado desde arriba. Es un goteo constante, casi imperceptible, que en conjunto configura lo que algunos dentro de la institución describen como un “éxodo silencioso”.
Según un informe oficial del jefe de Gabinete, Guillermo Francos, enviado al Congreso, desde el 10 de diciembre de 2023 hasta hoy dejaron su uniforme 18.659 militares. La cifra incluye 840 oficiales, 2.398 suboficiales y, en un número mucho más elevado, 15.421 soldados voluntarios.
El dato impacta, pero no sorprende puertas adentro. En muchas unidades del Ejército, la Fuerza Aérea y la Armada, la renuncia se volvió un trámite habitual. “La gente se va porque no le alcanza para vivir”, resume un oficial con décadas de servicio, que prefiere el anonimato.
En total, el Ejército fue el más afectado, con 14.614 bajas. La Fuerza Aérea perdió 2.971 efectivos y la Armada 1.074. Aunque desde el Ministerio de Defensa buscan relativizar el fenómeno –explicando que en muchos casos se trata de retiros programados y que parte de los cupos se reponen con nuevos ingresos–, lo cierto es que el desgaste se acumula.
La situación del Ejército Argentino también se ve afectada con un recorte de $17.693 millones: mientras se mantiene desplegado personal en el marco del Operativo Roca en el norte, sin refuerzos presupuestarios adicionales asignados para cubrir este despliegue. pic.twitter.com/oG1a4ia7Wg
— Zona Militar (@Zonamilitar1) September 11, 2025
Un contexto adverso
Las razones del abandono son múltiples, pero todas orbitan un mismo eje: las condiciones de vida y trabajo dentro de las Fuerzas.
Los salarios bajos encabezan la lista. Con una inflación acumulada que aún golpea fuerte y un plan de ajuste fiscal que dejó congeladas muchas partidas, el poder adquisitivo del personal militar cayó en picada. Para los soldados voluntarios, especialmente en grandes ciudades como Buenos Aires o Córdoba, la ecuación es clara: trabajar en una aplicación de delivery o como personal de seguridad puede dejar más plata al final del mes que un contrato en el cuartel.
Pero el problema no es solo económico. “No hay municiones para entrenar, los fusiles tienen más de 30 años, y hay vehículos que no arrancan desde hace meses”, cuenta un suboficial en actividad. La falta de equipamiento y materiales también deteriora la moral, especialmente entre los más jóvenes, que llegan con entusiasmo pero se topan con un sistema que no los contiene.
A eso se suma la inestabilidad geográfica. Los constantes cambios de destino obligan a muchos militares a trasladarse con su familia a distintas provincias, afectando el empleo de sus cónyuges y la educación de sus hijos. Las prestaciones de salud, además, atraviesan una crisis: el Iosfa, la obra social de las Fuerzas, arrastra una deuda millonaria y demoras en la cobertura.
Vocación en crisis
“Yo entré porque quería servir a la patria”, dice un exsoldado voluntario que pidió la baja en abril. “Pero cuando tenés que elegir entre eso y poner comida en la mesa, la patria puede esperar”. Su caso no es aislado: muchos abandonan con frustración, sintiendo que su vocación fue devorada por un sistema sin recursos.
En el Congreso, algunos legisladores encendieron luces de alarma. Sin embargo, desde el oficialismo minimizan la situación. En declaraciones recientes, el ministro de Defensa, Luis Petri, sostuvo que las Fuerzas están atravesando un proceso de transformación y que los recursos llegarán “a medida que la economía se estabilice”.