Es la economía, estúpido

Es la economía, estúpido

¿Cuál es el motivo de la crisis? ¿Es inflación o simple aumento de precios con objetivo político? Hay preguntas sin respuesta.


Es difícil trazar un perfil de la desconcertante economía argentina de estos días. La inflación crece a un ritmo endemoniado, en un marco que no es de crisis económica, sino política. Eso, en momentos en que nuestro país, que produce alimentos y energía suficientes como para llegar casi hasta su autoabastecimiento, creció el 7,4 por ciento interanual en el pasado mes de mayo, al mismo tiempo que en el primer semestre del año que estamos cursando, el déficit fiscal fue de sólo el uno por ciento.

Para contrarrestar tanto keynesianismo, el precio del azúcar subía un 80 por ciento entre la primera y la tercera semana de julio y el café lo acompañaba con apenas un poco más de timidez, aumentando el 35 por ciento en el mismo lapso.

Tal como señaláramos en esta columna la semana pasada, el desmesurado aumento de los precios ya alcanzó un nivel que perjudica aún a los que descargan contra los argentinos sus pistolas remarcadoras, al mejor estilo de su vaquero más famoso, Federico “Wyatt Earp” Braun, un profesional del disparo a mansalva, un émulo de los alguaciles que mataron a los hermanos McLaury y Billy Clanton, que cayeron abatidos por Earp, sus hermanos Morgan y Virgil y por el ya tuberculoso Doc Holliday en el “OK Corral”, de Tombstone, Arizona, aquel 26 de octubre de 1881.

Se dice que la inflación se potencia en especial por la “inflación autoconstruida”, la emisión monetaria, la “inflación inercial”, el déficit fiscal y por la demanda excesiva. Pues bien, la inflación autoconstruida, que tiene que ver con el temor a la propia inflación, provoca los aumentos “por las dudas”, algo que ocurre en la Argentina; la emisión monetaria, que se produce cuando la falta de dinero en las arcas del Estado, lo obliga a financiarse imprimiendo pesos, es algo que también ocurre; la inflación inercial es la que viene de arrastre, es decir, la que se hereda de gobiernos anteriores, que no han podido atacar las causas que provocan la subida constante de los precios. Ésta también acontece en nuestro país. El déficit fiscal del primer semestre fue de apenas el uno por ciento. No existe, por lo tanto, como problema. Demanda excesiva, por su parte, no hay. Los argentinos vienen sufriendo la erosión de sus salarios desde hace seis años, o sea que no hay un camino por ese lado. Inclusive, los supermercadistas están preocupados porque las ventas de las segundas y terceras marcas cayeron significativamente.

De todos modos, nada explica la violencia de los incrementos de precios –nótese que no nos referimos a la inflación-, que parecen crecer impulsados por la oposición empresarial al Gobierno, más que por motivos puramente económicos. No existe pasividad entre los formadores de precios, que no son meros observadores de una realidad que los desborda. Son actores políticos, que apuestan a cosechar los beneficios excepcionales que les brinda su “bronca fabricada”, a la vez que desgastan a un Gobierno que hasta ahora se mostró débil y complaciente ante ellos mismos, sus propios verdugos.

De todos modos, el origen de la inflación, más allá de abstrusas “explicaciones” técnicas, se encuentra en la lucha por la apropiación del ingreso. Es decir, responde a los intentos de expropiación por parte de los inversionistas del excedente monetario surgido de la actividad comercial y productiva. La inercial, la autoconstruida y el resto de esas extrañas explicaciones son placebo, más allá de describir una realidad que se modificaría apelando a medidas profundas, como la nacionalización de los depósitos bancarios, la nacionalización de las empresas de servicios públicos y la protección de determinados sectores de la economía contra la competencia extranjera. A estas medidas, se le podrían agregar el regreso de las Junta Nacional de Carnes y de la Junta Nacional de Granos. Se necesita, más que nunca, regulación de los mercados por medio de controles estatales y sociales.

La política es lo que está fallando por esos días en la Argentina. Hay una gran cantidad de actividades rentables en nuestro país, a lo que habría que agregar que existe una gran industria del conocimiento y de la tecnología. Existe también una persistente infraestructura industrial, cuyos actores poseen una gran experiencia en el manejo de crisis, a lo que es necesario agregar que existe una mano de obra bien calificada para producir productos con alto valor agregado.

El déficit del Estado, como señalamos anteriormente, no es suficiente como para provocar un estado de crisis. No existen problemas insolubles en la economía, sólo inercia en el nivel de decisiones. En los últimos días, se reunieron el presidente y la vicepresidenta para consensuar las próximas medidas que es necesario adoptar para superar la crisis política. Fue el sábado último y la reunión duró alrededor de seis horas. El código que ejecutan ambos mandatarios es que no se filtrarán los temas tratados, pero siempre hay algún rumor. En este caso, lo que se sabe es que el Fernández –existe una Fernández- se abroqueló en objetar cualquier propuesta que altere el rumbo que lleva la economía, que un marino llamaría “rumbo de colisión”, es decir, dirección de choque. Quizás los resultados del 14 de noviembre de 2021 sean el mejor espejo para reflejar los peligros que entraña el rumbo económico actual para la coalición de gobierno.

El ciclo de la dependencia

De todos modos, como siempre ocurrió desde 1976, las crisis recurrentes de la Argentina no tienen que ver sólo con supuestos errores gubernamentales, sino con las obligaciones externas (deuda externa) que toman los gobiernos liberales, que provocan una persistente escasez de dólares, tanto para utilizar en la producción como para la importación de productos destinados a la economía real.

Existieron en los últimos cuarenta y seis años tres ciclos de endeudamiento externo. El primero, protagonizado por José Alfredo Martínez de Hoz, fue el peor. Destruyeron la industria de substitución de importaciones y multiplicaron en un 364 por ciento la deuda externa. El segundo ciclo fue el que protagonizaron Carlos Saúl Menem y Domingo Felipe Cavallo, en el que la deuda pasó de 58.700 millones de dólares a 146.219 millones, un incremento del 123 por ciento con respecto a la que habían heredado de Raúl Alfonsín. La tercera etapa de los despropósitos fue la que encabezó Mauricio Macri, que en cuatro años tomó obligaciones externas por más de 100 mil millones de dólares (nótese la excentricidad brutal de la cifra) y llevó a una crisis que aún no fue superada por el gobierno que dirige -pero no lidera- Alberto Fernández.

Estas tres etapas, que transcurrieron entre 1976 y 1983, la primera; entre 1989 y 1999, la segunda y entre 2015 y 2019, la última, son el muestrario del ciclo de la dependencia, que pone en tensión permanente a la Nación, que se debate entre la construcción de un país exclusivamente agrario, hegemonizado por el sistema financiero y el desarrollo de una industria que genere riqueza para las mayorías. Es porque el campo y las entidades financieras se enriquecen exclusivamente a sí mismos, en cambio la actividad industrial reparte utilidades entre los sectores del trabajo. Nótese que se les llama utilidades y no renta, como la de los bancos y la de las explotaciones agrarias. La renta nunca se reparte por fuera de sus beneficiarios. Las utilidades son otra cosa, incluso semánticamente.

El dilema que aqueja a la Argentina no es sencillo. Resolverlo exige de un gran triunfo del Pueblo, con cierta holgura. Las políticas de protección de la industria argentina deben estar acompañadas por políticas de desarrollo económico. No existen países desarrollados con salarios bajos, porque el principio es que todos los habitantes de cualquier país tengan acceso a los bienes necesarios para vivir en armonía. Esto incluye el acceso a la vivienda, al empleo, a la educación y a la recreación.

Un Gobierno que no puede cumplir con este objetivo está condenado a ser desalojado del poder. Esa promesa incumplida sellaría el futuro del Frente de Todos y le abriría nuevamente el camino al proyecto liberal, que periódicamente vuelve y fracasa.

El Destino goza con la incertidumbre y mora entre las sombras de la duda. Y es feliz en la Argentina.

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