Violencia, el pus de la herida social

Violencia, el pus de la herida social


Como una suerte de ejercicio antropológico, triste por cierto, la crisis de 2001/2002 dejó un curioso negocio turístico: el “Villa Tour”. Por 60 dólares, visitantes extranjeros eran guiados en una recorrida “segura” por los pasillos de un denso barrio de chapa en Villa Lugano. La poscrisis también acunó otro fenómeno similar: la visita, muchas veces sin guía, a un piquete en la Ciudad o el conurbano. Estudiantes europeos, entre otros, solían fascinarse con el espectáculo. Sin entrar en juicios sobre la legitimidad de la protesta, resultado inevitable de una malaria inédita en el país, la escena daba pena: gente de otras culturas y poder adquisitivo admirando la decadencia ajena. Tribuna para un circo de la pobreza.

Los powerpoints oficiales de la economía dirán que nada queda hoy de aquella descomposición social. Un paneo virtual por las cifras del Indec mostrará números para la medalla: fuerte crecimiento del PBI, baja abrupta del desempleo y la pobreza, mejora del poder adquisitivo, etcétera, etcétera. Pero aun tomando por ciertos estos cuestionados números públicos, o sumando cifras privadas que también hablan de una mejora aunque mucho más acotada, el final de la campaña electoral encadenó una secuencia de imágenes para el espanto. Algo así como el “Violencia Tour”.

Hubo dos hechos, sobre todo, que parecieron ajenos a la realidad de este país. Uno de ellos fue el velorio andante de un barrabrava a metros de la Quinta Presidencial. A primera vista, o eran de otra nación latinoamericana –¿los maras de México?, ¿narcos colombianos?, ¿habitantes de alguna favela de Brasil?– o directamente se trataba de una ficción cinematográfica. El nivel de violencia, impunidad y obscenidad con el que se desarrollaron y fueron filmadas esas escenas dio miedo, en el sentido más literal de la palabra.

Estas secuencias vinieron acompañadas por otros episodios también de terror: una andanada de 14 balazos contra la casa del gobernador (Antonio Bonfatti) de una de las provincias más importantes del país (Santa Fe), un ataque con sello presumiblemente narco; y el incendio de dos edificios públicos en la provincia presidencial, uno de los cuales era un hospital, en medio de una larga e irresuelta disputa política. Nunca en la democracia moderna, la de Raúl Alfonsín para acá, se había registrado una zaga de este tipo.

La marca de los nuevos tiempos la dio, quizás, aquella caravana inicial de Sergio Massa en La Matanza; el principal candidato en el principal municipio del país. La recorrida, se recuerda, terminó con un bulonazo (o tuercazo, según la versión) en el cuello del postulante sonriente. ¿Y si el atacante tenía un arma? Las armas aparecerían luego, ya no con Massa en el púlpito, pero con similar temeridad.

Los que después del domingo quieran –y puedan– erigirse como los sucesores de la década ganada deberán prepararse para convivir con esta nueva realidad. Un país que tras diez años de crecimiento casi ininterrumpido no solo no logró cerrar las profundas heridas sociales que abrió la crisis, sino que las incorporó como cicatrices inocultables con dudoso pronóstico de cura. Villas, cartoneros (¿los esclavos de la modernidad?), más villas, más trabajadores informales, hoy naturalizados como parte de un modelo de país que se sostuvo a fuerza de una millonaria asistencia estatal pero que no logró recomponer casi ninguno de los pilares de una nación normal.

Y como agregado, cada vez más recurrente, una dosis de violencia inusitada y explícita durante la campaña. ¿Qué pasará si la economía sigue abriendo la grieta? ¿Los que se preparan para festejar el domingo y se ilusionan con 2015 estarán tomando nota?

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