No se trata solo de Trump

No se trata solo de Trump


El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos es un síntoma del nivel de transformación que se verá en la política mundial, en un escenario que recoge mitos cadavéricos no reconocidos hasta ahora.

Puede resultar exagerado pero en días posteriores a los comicios se trasparentó una hipótesis que cierra el proceso abierto en 1989 cuando se derrumbó estrepitosamente el Muro de Berlín y dio paso a la unipolaridad mundial a manos del poder estadounidense. Era una cuestión de tiempo que el segundo término de la bipolaridad corriera la misma suerte.

En aquel principio de la década del 90 la escena mundial ofrecía sin atenuantes al ganador de la Guerra Fría dando inicio a la era de la globalización con todas sus facetas de libre mercado en lo político, económico, financiero y productivo; fue el gran momento en que los servicios, por la revolución tecnológica, ocuparon una centralidad que rigió hasta esta segunda década del siglo XXI.

El síntoma Trump puso en evidencia el fracaso de la globalización en el seno mismo del país más poderoso de la tierra, ese lugar en que el 8 de noviembre se enfrentaron las grandes ciudades con los centros industriales y rurales, los servicios con la producción de toda índole, las costas estadounidenses con el centro rural e industrial, el nacionalismo y el racismo con la inmigración.

Esa elección podrá considerarse histórica porque ha dejado al descubierto los riesgos del bipartidismo norteamericano, e incluso del sistema democrático que siempre se exhibió como modelo para el resto del mundo. Estadísticas tomadas en cada década revelan que si en 1930 el 80% de los estadounidenses valoraban vivir en un país gobernado democráticamente, ese porcentaje llegó a reducirse a un 30% ya en 1980.

Paradójicamente, la elección de la semana pasada concentró una cantidad de votantes como nunca se había visto en los Estados Unidos. Largas colas se formaron en centenares de escuelas para votar por Trump. Ni Barack Obama con todo su carisma lo había conseguido.

Ya nada es lo que parecía. Ni la bipolaridad, ni el éxito de la globalización, ni la caída de los prejuicios racistas o de género, tampoco la desaparición de las fronteras de un mundo globalizado ni el éxito de los progresismos.

El quiebre en la sociedad norteamericana al inclinarse por una figura como Donald Trump –quien se hizo popular con su frase “your are fired” (está usted despedido) al conducir personalmente el reality show “El aprendiz”- está lejos de constituir un avance en la política, todo lo contrario.

La puja de zonas geográficas y sectores productivos o de servicios en la última elección fogoneó una batalla del pensamiento nacional entre conservadores y progresistas. Ganaron el conservadurismo y el nacionalismo exacerbado por Trump.

Son un reflejo de los procesos que están expresándose sorprendentemente en distintos puntos del planeta (Brexit, NO al acuerdo de paz en Colombia, oposición a los refugiados sirios), una forma de defender lo establecido en el modo de vida y rechazar los cambios, una manera de manifestar la disconformidad pero a la inversa de los movimientos revolucionarios que buscaban una transformación total de las sociedades.

Sin embargo, y aquí viene la confusión, los conservadores estadounidenses (no los revolucionarios socialistas) votaron en contra de un “establishment” al que siempre se habían rendido por su fortaleza, y al que Trump pertenece a pesar de endilgárselo hábilmente a su contrincante demócrata Hillary Rodham Clinton.

También votaron en contra de los efectos buscados por la globalización más extrema en el sentido de que la producción de cualquier tipo tenía empleados en todo el planeta como mano de obra barata para cerrar los costos y hacer buenos negocios, en desmedro de los trabajadores norteamericanos que ya no cuentan con sindicatos fuertes.

Trump parece más inclinado a desarrollar un nuevo proteccionismo en su país, dejando en vilo los acuerdos de intercambio comercial con centenares de países para dar respuesta a sus promesas electorales sobre el trabajo de unos cinco millones de empleos perdidos a causa de la globalización.

En los análisis demócratas se encuentran serias dudas sobre el futuro democrático de esa nación, pues reconocen que el flamante presidente electo siente “desprecio” por las instituciones. Pese a confiar en que esas instituciones podrían organizar un freno a los caprichos del magnate, también admiten que esos antiguos pilares de la democracia “siempre son más frágiles de lo que parecen”.

Tras la elección del martes pasado quedó entre paréntesis la vigencia del sistema electoral que rige al país desde el siglo XVIII, ése por el cual no alcanza con obtener una mayoría de votos populares sino una cantidad de electores al Colegio Electoral para el que cada estado aporta según su cantidad de habitantes.

La imperfección del sistema –que en muchas cosas es más atrasado que el de Argentina, por dar un ejemplo- ha dejado en varias oportunidades un sabor amargo a una mayoría nacional obligada a aceptarlo. Será muy difícil cambiarlo. El norteamericano elige en su estado de residencia a candidatos nacionales y es muy probable que menos votantes efectivos definan la inclinación del estado por uno de los dos candidatos. Se trata pues de elecciones estaduales con incidencia nacional.

Otro tema de consideración será la política internacional que adoptará el presidente electo. Por el momento y hasta que asuma el 20 de enero de 2017 ese será un tema de misterio pues solo ha dejado trascender escasos datos sobre su futuro accionar en cuanto a las relaciones que elegirá. En esta área, los negocios personales del magnate inmobiliario pueden actuar como obstáculos para una buena relación con algunos países, mientras en otros la necesidad de revancha, por anteriores reacciones desfavorables para sus intereses empresariales, puede incinerar los vínculos.

Habrá que seguir con atención las decisiones que en materia de Defensa tome Trump cuando asuma, particularmente sobre las alianzas en el seno del Consejo de Seguridad y otras instituciones internacionales involucradas en la intervención en zonas de conflictos bélicos, particularmente en Medio Oriente.

De aquí se desprende la principal incógnita que subyace respecto de la fobia de Trump hacia los inmigrantes indocumentados, entre los cuales están los musulmanes y los latinos. Los afroamericanos, que votaron en su gran mayoría por Trump, se alegran porque ello significaría una tranquilidad para el estatus laboral que adquirieron a lo largo de la historia. A pocas horas del triunfo electoral comenzaron en lo cotidiano fuertes enfrentamientos racistas entre americanos blancos y latinos.

Surge hasta aquí un solo aliciente novedoso: que su relación con la canciller alemana Ángela Merkel prospere positivamente, como signo de reconocimiento al origen familiar que es germano.

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