Lo que dejó en blanco

Lo que dejó en blanco


La Cristina de siempre, pero de blanco. Irascible, docente, autorreferencial, sin autocrítica respecto a ciertas realidades, cómplice con su platea de aplaudidores. La reaparición de la Presidenta en público, el miércoles por la tarde, tuvo todo lo que su militancia fue a escuchar y poco, muy poco, de lo que esperaba el resto de la sociedad. En el marco de un programa asistencial para jóvenes –se podrá discutir su conveniencia, pero reparto al fin– que por envergadura esta vez sí justificaba la cadena nacional, Cristina pulverizó en poco más de media hora aquellas conjeturas que se tejieron durante su retiro terapéutico.

“La Presidenta está en todo, está muy pendiente de la seguridad y la tensión social”, repetían en el área de Seguridad. “Cristina ordenó que los cortes se solucionen lo antes posible”, juraban en Planificación. “Sigue el dólar y está preocupada por la economía. A Kicillof (el ministro del área) lo ve todos los días”, insistían en otras oficinas del Gabinete. Por el discurso en la Casa Rosada, las definiciones de los funcionarios sobre la realidad presidencial alimentarán, aún más, la mitología kirchnerista.

El repaso de la gestión y la presentación del nuevo plan fueron en la línea que acaso menos gusta de Cristina para quienes no son cristinistas. La Presidenta blandió el dudoso récord de desempleo, se comparó con la Unión Europea y hasta se puso –junto con su marido– por encima de Evita y Perón: explicó, con sus palabras, que los líderes del movimiento repartían compulsivamente estampillas peronistas, lo que provocaba el lógico rechazo de quienes no adherían a la doctrina; en cambio, las de ahora, las que acaba de sacar el Correo Argentino, son un ejemplo, sin su cara ni la de Néstor, y reflejan las políticas de Estado que el matrimonio deja para la posteridad.

La nueva –o vieja– Cristina, sin luto, no dijo una palabra de los temas que vienen ocupando las tapas de los diarios: el dólar a 12 pesos, la inflación por encima del 30 por ciento, los cortes de luz que llegaron para quedarse y una inseguridad que nunca se fue. ¿Habrá pensado alguna vez la Presidenta qué haría si se quedara sin electricidad con su madre enferma en un edificio? Ciertas penurias solo parecen estar al alcance de los mortales.

La respuesta a por qué Cristina omitió los temas más trascendentales del presente de los argentinos puede hallarse en el pasado. La Presidenta ya dio pruebas de largos silencios sobre los problemas que fueron horadando su gestión. Con las tragedias, como la del tren Sarmiento en Once, la borrada fue tomada directamente como una ofensa por los familiares de las víctimas. Pero también la manera particular de evaluar la realidad, o de no evaluarla, y de silenciar donde la mayoría pide definiciones se explica en el especial encono que la mandataria sigue mostrando con los medios que no le son adictos. El miércoles volvió a ponerlos en el centro del mal. Mintieron, mienten y mentirán. Así su razonamiento lineal. Luego dejaría más tela para reflexionar: ¿qué hubiese pasado en el 76 si existían los celulares? Se refería a los teléfonos móviles.

La Presidenta sí estuvo atinada en un tramo del discurso, cuando, con la intención de elevarse a otra categoría, se sinceró: “Sola no puedo”. Lo que no se termina de entender es por qué lo sigue intentando.

Se ha escrito y especulado mucho sobre los días de Cristina en Olivos y El Calafate. Nadie pudo desmentir la influencia casi exclusiva de su dupla íntima –el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, y su hijo Máximo– en el arranque de la retirada temporal. Luego se concretaría el empinamiento formal del cada vez más escuchado Axel Kicillof, el único ministro de Economía K con poder real luego de Roberto Lavagna. Por ahora lo suyo tiene que ver más con la acumulación de poder y algunos amagues de medidas que con resultado concretos. Su última aventura, el arreglo con el Club de París, “puede durar meses”, según sus propias palabras.

Días atrás, un exfuncionario recordaba una anécdota del joven economista K cuando iba ganando terreno. En su escritorio tenía un avión de Aerolíneas y una maquetita de YPF. “Ya fundí estas dos, ahora me queda fundir la economía”, dijo a modo de chiste. Quienes no quieren a Kicillof toman sus dichos al pie de la letra y temen por su propio augurio.

El resto del gabinete navega con una sola premisa: la supervivencia. Algunos agregan detalles más terrenales –como no terminar presos– y los más osados sueñan con un futuro luego de 2015. La vuelta de Cristina podría alterar algunos planes.

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